Ópera estatal de Viena
Hace frío, mucho frío. Las calles todavía conservan
la nieve que cayó la semana pasada; a estas horas de la noche el cielo está
limpio, las estrellas y la luna brillan con esa intensidad y destello que
proporciona una noche de helada. Hay poca gente en las calles, algunos
transeúntes que se apresuran a coger un tranvía, cuatro o cinco personas pasean
sin prisa, envueltos en sus abrigos y cubiertos por unos sombreros que les dan
un toque de misterio, con los brazos cruzados sobre el pecho protegen su
cuerpo, su calor, su intimidad, su individualidad ante la confluencia de calles
y su vacío. No hay nada que temer, cualquier agresión externa por parte de un
malhechor quedaría congelada en el mismo instante de su ejecución. No sé qué
hora será, no creo que sea muy tarde, la representación terminó a las diez y
media, quizá sean las doce aproximadamente; hoy no me apetecía salir a celebrar
con mis compañeros el éxito conseguido; a decir verdad la soprano y el coro
estuvieron magníficos y yo también ¡qué caray! Por una vez en la vida
quiero valorar mi trabajo en su justa
medida y dejar aparcada la modestia al menos durante unos momentos. Debería
haber ido con todo el elenco artístico a tomar algo a un clásico café que está
cerca del teatro, pero esta noche me he escabullido no sé cómo, lo he
conseguido a pesar de los requerimientos por parte de mis compañeros y de un
grupo de admiradores; me he quedado en el camerino, he pasado el cerrojo y cada
vez que alguien golpeaba en la puerta daba largas hasta que cesó la insistencia
y me quedé solo. Fue con dolor de corazón, ellos no merecían ese desplante,
pero tenía que hacerlo, estoy seguro de que supieron disculparme. He dejado a
propósito mi reloj en el camerino, es el mismo que llevaba puesto el día que
entré por primera vez en este teatro que está a mis espaldas; el tiempo desde
entonces hasta ahora ha ido muy deprisa, ha sido como un sueño del cual hay que
despertar. Necesito hablar en voz baja aunque no tenga un interlocutor directo
a quien dirigirme. Mi voz adquiere un tono de confidencia cuya proyección
alcanzaría una distancia, como mucho, de dos metros; en el escenario es
distinto, la voz hay que lanzarla fuera del espacio escénico para que llegue a
la audiencia, para que los oyentes capten los sentimientos del personaje que
uno ha asumido, aunque haya momentos de profunda introspección y el texto debiera
cantarse casi en un susurro, su alma tiene que llegar, sea como sea, a la
homóloga del que la escucha. Pero ahora no estoy en el escenario, hablo para el
frío. Me gusta el vapor que se forma cuando mi aliento contrasta con la baja
temperatura, si la voz tuviera una representación física, me gustaría que fuera
ésta: un vapor; un vapor que se desvanece en el aire, un gas que proviene de
las profundidades de un volcán y se libera en el espacio. Tampoco quiero que me
escuchen, el hecho de mantener una conversación con el frío sólo me concierne a
mí, quiero que sea una conversación muy especial, mejor casi que una conversación
será una confesión. Siempre he mantenido mi privacidad al margen de la vida
social y de las exigencias mediáticas que mi profesión requiere, sólo y
exclusivamente he hecho declaraciones públicas si tenían que ver con mis
actuaciones o vida profesional; mi voz únicamente ha exteriorizado los
sentimientos e intimidades de mis personajes. Me debo a ellos y si estoy aquí
es por ellos. Nada más. Sin embargo, este diálogo entre el frío y yo, o entre
yo y el frío tiene cierta relevancia, sobre todo para mí porque es una toma de
decisión, puede que implique a muchos más, pero es ante todo una decisión
propia, madurada con tiempo y no a la ligera. Creo que ha llegado el momento de
exteriorizarla a la hora y lugar propicios. Este teatro de la ópera ha
significado mucho en mi vida, cada vez que vengo a él es como si entrara en mi
casa, me siento familiar y cómodo. Recuerdo la primera vez que llegué aquí, era
invierno también y hacía frío, mucho frío. Yo provengo de un país del norte,
donde el blanco es el color imperante, gran parte del año la nieve cubre
ciudades y campos; aunque durante la primavera y el verano ésta se derrite, el
colorido casi chillón propio de estas estaciones no cuaja, siempre subyace una
capa blanquecina que suaviza esa intensidad y nos recuerda que el blanco y el
frío van parejos. Muchas veces me he preguntado si mi voz no será fruto de esa
unión, o quizá la haya sobrevalorado creyéndome que debería tener unos orígenes
nobles o enraizados en la tradición, nada más lejos de la realidad; soy hijo de
trabajadores, por casualidad mi voz destacaba en el coro del colegio y poco a
poco fui ampliando sus posibilidades a base de insistencia, tanto por parte de
mis padres como por la mía, ellos con sus aportaciones económicas y yo con
mucho empeño. En el colegio siempre fui un alumno mediano, había asignaturas
que tragaba, pero no digería, las ciencias eran un suplicio para mí, las letras
compensaban el aburrimiento que las otras me proporcionaban, ¿ quién me iba a
decir que la admiración que profesaba a los profesores de historia y
literatura, por su entrega a la materia y por hacerme sentir en sus
explicaciones la vida de aquellos héroes reales o ficticios, influirían a la
hora de encarnar yo mis propios personajes? Me hubiese gustado, mientras estaba
sentado en mi pupitre inmerso en aquellos desvaríos heroicos, que alguien me
susurrara al oído y me dijera: “ Presta mucha, mucha atención, algún día tú los
harás creíbles”. Cuando estoy en escena, con ciertos personajes, a veces se
apodera de mí un frío glacial arrastrado por un alud de recuerdos que impacta
en mi voz y hace que suene distinta, como si alguien me
poseyera y exigiera por derecho expresar sus sentimientos más profundos;
entonces es cuando me doy cuenta de que no soy dueño de mi voz, que está al servicio
de otros y que yo sencillamente exteriorizo el sentir de mi especie. La primera
vez que llegué a Viens, a esta ciudad muy querida, también era invierno, hacía
frío, mucho frío. Del aeropuerto al hotel cogí un taxi e instigué al conductor
a que se diera prisa, no es porque llegara tarde; mi actuación en este coliseo
no era hasta dentro de unos días, tenía tiempo de ensayar, lo que sí necesitaba
era estar frente a este edificio y asimilar la oportunidad que se me brindaba
de actuar en él, todas las actuaciones que había llevado a cabo, hasta aquel
entonces, las había realizado en mi país, un país con muy poca tradición
operística, pero para mí era suficiente, además tenía allí a mis maestros a los
cuales pedía consejo y muy amablemente me dirigían y orientaban para subsanar
errores. Pero había llegado la hora de enfrentarme solo a la vida y en ella
debería usar mi arma de trabajo lo mejor
posible, había decidido que de ella iba a vivir: mi voz. Los primeros instantes
ante este teatro de la ópera fueron de desafío, tenía que vencer aquella
timidez repentina, mezcla de respeto y temor a un posible fracaso, no sólo
tenía que desafiar a aquel edificio sino también lo que su interior
representaba para un cantante de ópera, no primerizo, pero sí con poca experiencia.
En el silencio de aquella tarde gélida de invierno, el frío parecía como si
incubara aún las voces que allí habían cantado y sus muros desprendieran el eco
que un tráfico no podía silenciar. Un escalofrío sacudió mi cuerpo y en su
agitación espantó al miedo conduciéndome a la serena reflexión de que lo haría
lo mejor posible y en voz baja me dije: “ je le ferai de mon mieux”, de mon
mieux, de mon mieux, de mon mieux, de mon vieux, de mon vieux, de mon vieux, de
mon vienne, de mon vienne, de ma Vienne. Di una vuelta a todo el edificio,
una segunda y una tercera, como si fuera un rito primitivo; me paré ante su
fachada, lo observé detenidamente, capté su globalidad y lo poseí. Desconocía
aún los éxitos que allí iba a tener, mi futuro, casi categóricamente, dependía
del éxito o del fracaso de aquella primera actuación; durante aquellos días de
ensayo traté de distraerme, no prestando importancia a lo que aquella
oportunidad representaba, trataba de evadirme paseando por la ciudad, visitando
sus museos, entregando mi atención a los cuadros allí expuestos; y sin embargo,
mi corazón seguía latiendo en otro lugar y a otro ritmo. Durante las pruebas de
vestuario, cuando me miraba al espejo apenas me reconocía externamente, me
sentaban tan bien aquellas ropas, estaban tan bien confeccionadas que talmente
me transportaban a su época, y eso que faltaban los decorados y coro para
lograr la ambientación completa; no obstante mi estado anímico era como el de
un niño, en estado de alerta total, con los ojos abiertos de par en par para
descubrir lo desconocido. Y había llegado el día, todo estaba preparado, hice
una comida muy frugal y antes de ir al teatro me fui a dar una vuelta, por un
momento tuve la intención de telefonear a mis familiares y profesores en busca
de ánimo y consejo; desistí del intento, tenía que enfrentarme ante mi destino
en silencio, ya no me valían las
palabras, las frases ordenadas según un rigor gramático y pronunciadas con la
entonación de conversación normal; había aprendido a hablar a través de mis
personajes, y ellos hablan con la vibración que el alma transmite al lenguaje
que es la música.¿ Qué me importaba que me desearan suerte o que me dijeran que
tuviera cuidado al dar tal nota, si ya no era yo sino el personaje al cual
encarnaba, que usaba mi voz y con ella mi alma para exteriorizar sus
sentimientos más íntimos? En aquellos momentos mi voz reposaba en el silencio y
del silencio saldría para conmover en el silencio expectante del aforo. Regresé
con mucho tiempo de antelación, cada paso que daba era como si perdiera algo de
mi mismo. Cuando llegué, entré por la puerta destinada a los artistas; nunca
había asimilado hasta aquel entonces lo que esa palabra significaba; un orgullo
moderado me hizo erguir, aunque muy consciente de la enorme responsabilidad que
un artista tiene por no querer defraudar. Si bien todo el mundo se mostró muy
amable y servicial conmigo, durante los ensayos no había tenido tiempo de hacer
realmente unos amigos. El director de orquesta, el de escena... hasta el último
tramoyista me brindaron su ayuda creando al recién llegado un ambiente de
cordialidad y bienestar; mis compañeros de reparto, no quiero olvidarme de
ellos, me arroparon con el afecto que se profesa a un bebé llegado a este
mundo, indudablemente el ambiente del que yo provenía era muy distinto de aquél
en el que estaba. Por muy bien que pudiera cantar mi personaje, si no hubiera
sido por ellos jamás habría alcanzado el éxito logrado. Hoy en día muchos de
ellos aún siguen en activo y cuando coincidimos en algún reparto nos sentimos
como en familia. Me senté en mi camerino ya vestido y maquillado y pedí que me
dejasen solo hasta el momento de salir a escena, necesitaba estar a solas,
conmigo mismo y con mi voz, no quería hablar con nadie, solamente que mi voz
reposara en su silencio. En ciertos momentos me había figurado que los nervios
se apoderarían de mí; pues no, una serenidad y seguridad habían renacido en mi
interior provenientes del enorme amor que brotaba hacia mi profesión. Me miré
al espejo y me sonreí, bajo aquel maquillaje de hombre contradictorio, de
profundas luchas internas y de victorias conseguidas por medio de grandes
esfuerzos, subyacía un niño, un adolescente, un hombre joven cuyos principios
se basaban en la sencillez, pero que tenía que enfrentarse a personajes
implicados en los torbellinos de las pasiones humanas y además tenía que
hacerlos creíbles. Allí estaba yo y mi personaje, mi personaje y yo, yo y mi
personaje, mi personaje y yo, moi et mon personnage, mon personnage et moi,
moi et mon personnage, ma personne et moi, moi et ma personne, ma personne et
moi, moi et personne, personne et moi, moi et personne, personne...Golpearon
a la puerta, aviso para salir a escena, me levanté de la silla impulsado por un
deber en el cual no cabían retrocesos; en mi interior susurraba una voz
diciéndome: “ Taillefer, a cantar en el campo de batalla”. Dicho esto, la
distancia entre el camerino y el escenario no existió. Una vez en escena miré
hacia el aforo y no vi nada, todo estaba negro y en silencio a no ser por unas
cuantas luces distanciadas por los palcos que marcaban una realidad espacial.
De aquella mezcla de negro y silencio se desprendían la espera y el ansia por oírme cantar. En
aquel momento me di cuenta de que nunca podría cantarle a un auditorio, a unos
oyentes; de ellos esperaría aplausos o silbidos, aprobación, rechazo, crítica
constructiva o destructiva, pero siempre serían manifestaciones externas por
medio de palabras o gestos; la única forma de llegar realmente a ellos sería
dirigirme a su alma, olvidarme de que ésta tenía un representación física, iría
de alma a alma y como nexo de unión la voz. Así canté aquella noche, así canté
en las múltiples noches sucesivas, así canté esta noche. La auténtica condición
humana del personaje la supe transmitir directamente a la de los oyentes. Creo
que si no lograra alcanzar ese punto de reflexión siempre cantaría con cierto
temor. La victoria fue rotunda, luché en el campo de batalla con la única arma
que poseía: mi voz. Los aplausos y los bravos eran la señal externa de que mi
voz había dado en el blanco, había alcanzado su meta; los admitía como
comprobante externo de aquella comunicación interior, pero yo no los buscaba
como halago. A partir del éxito de aquella noche las puertas de los grandes
teatros de ópera de todo el mundo se me fueron abriendo, he ido ampliando el
repertorio y el espíritu de mis personajes ha ido pululando por todos ellos. He
viajado por todos los continentes, he conocido a celebridades, he tenido
aventuras amorosas, he subido a palacios y he bajado a los suburbios; todas mis
experiencias vitales me han acontecido gracias a mi voz, sin ella, éstas no
tendrían sentido y sin ellas, ésta no se habría alimentado del conocimiento del
ser humano. Han sido unos años de idas y venidas, de no parar un instante, de
coger aviones, de una búsqueda desesperada de algo o de alguien, sin encontrar
nunca reposo, sin tener unos momentos para dejarlo todo y pararme a
reflexionar, vaciar mi cabeza de ruidos medioambientales y poder diferenciar
los que pertenecen al mundo circundante o al mío propio. En los ensayos algunas
veces me ha sorprendido la agresividad con que tocaba la sección de viento o de
metal confundiéndola con sonidos mecánicos o estruendos procedente de
accidentes más que de un efecto musical. Hace frío, mucho frío, llevo puesto un
abrigo negro que me protege, que me cubre como si fuera una capa; apenas hay
gente en la calle, escasea el tráfico también. Nunca más volveré a cantar,
tenía que decirlo y ya lo he dicho. No ha sido ni una decisión fácil ni
difícil, sencillamente ha sido una decisión. Sé que mi voz está en uno de sus
mejores momentos, que aún me quedan años de rodar por los escenarios del mundo
y de cosechar grandes triunfos; todo esto me lo dirían mis amigos y la crítica,
pero no me importa, estoy cansado de palabras y necesito quedarme en silencio.
En este teatro entré callado y salgo callado, todo lo que tenía que decir lo
dije en él, todo lo que tengo que decir lo digo en los escenarios. Se ha
halagado mi voz hasta límites insospechados:” Tiene una de las voces más
bellas, aterciopeladas, radiantes y ardientes de la escena actual; su voz es
viril, carnal y de una sensualidad indómita, el timbre es de irresistibles
brillos dorados...”y así sucesivamente. No niego que muchos de los elogios me
los he aprendido de memoria, no para complacerme en ellos sino para
sorprenderme de ellos. Todo esto siempre me ha parecido excesivo. Reconozco que
la voz es el instrumento de comunicación por antonomasia, es el más directo, el
que exterioriza unos sentimientos y les da forma, de otro modo permanecerían
ocultos. Mi aportación sería la de dar cierta musicalidad a esa forma, pero
nada más. Toda profesión, si en verdad se la quiere, exige unos sacrificios, yo
quizá haya sacrificado mi vida privada; siempre fui consciente de que una
familia requiere una dedicación: si quería tener una esposa e hijos , debería
echar raíces en alguna parte, eso de verlos entre avión y avión no me parecía
una aportación justa, así que, sin querer, el tiempo ha ido transcurriendo y en
mí se ha ido cimentando la idea de ser un ciudadano del mundo, de no parar
nunca. Sin embargo, creo que ha llegado la hora de tomarse las cosas con más
calma, más reposadamente; si mal no recuerdo mi agenda estaba cubierta hasta
dentro de cuatro o cinco años; ya no lo está, mi decisión de no volver a cantar
desencadenará una serie de acontecimientos a los cuales debo enfrentarme; no me
preocupan, no sé qué voy a hacer ni adónde voy a ir, pero precisamente es eso:
el no saber nada, el no estar programado, es lo que me reconforta. Quizá tenga
que darle descanso a mi voz, a veces he abusado de ella en exceso, y he
olvidado que es un instrumento frágil; tampoco creo que esa sea la causa de la
toma de mi decisión. Tal vez el estado ideal del ser humano sea el silencio,
provenimos de él y nos dirigimos hacia él, ese intervalo hay que cubrirlo con
algo y ese algo es la voz. No soy más que una voz entre millones, una voz que
por decisión propia ha decidido callar, que no la han acallado y que ha tenido
la libertad de expresarse y de expresar los sentimientos humanos a través de
sus personajes. No voy a desvelar mi identidad, no voy a dar mi nombre, a estas
horas y vacía la calle ¿a quién le interesaría? Y aunque estuviese llena de
gente ya no soy... ya no soy...Es igual, me gustaría identificarme como” la voz
que viene del frío” y que está en el frío. El frío lo conserva todo,
¿conservará la voz? A lo mejor. Creo que he pasado más tiempo sobre los
escenarios que fuera de ellos, mirando hacia atrás y desde la perspectiva que
da el tiempo, toda mi existencia hasta ahora con sus acontecimientos más o
menos importantes se concentra en un único espacio: un escenario. En realidad
mi vida comenzó aquel día en el que puse el pie en este teatro que está a mis
espaldas y que ahora forma parte del
decorado de mi declaración; mi infancia y juventud fueron como un preámbulo,
una obertura a todos los eventos que a partir de entonces iban a acontecer.
Tengo la sensación de que aquellos dos períodos duraron poco, o quizá mi vida
posterior hizo que se achicaran por falta de atención hacia ellos. Fueron
tantas las novedades e imprevistos que siguieron que hasta el olvido se
justifica por sí solo. Había épocas del año, cuando tenía hueco en mis
actuaciones, en las que regresaba a mi país; en un principio creía que era por
nostalgia, más tarde me di cuenta de que no lo echaba de menos, excepto a mis
familiares y allegados, mis padres eran el vínculo que me unía con mi tierra.
Reconozco que gracias a ellos soy quien soy, sus esfuerzos y mi empeño han
conseguido que abrazara una profesión que me ha abierto las puertas de la
expresión en su espectro más amplio. No obstante, sé que sigo siendo aquél,
pero más humanamente enriquecido. Hasta ahora mi auténtico hogar ha sido el
escenario, mi familia y los personajes que he cantado; allí me he emocionado,
me he alegrado también, he experimentado desde las emociones más sublimes hasta
las más viles; por lo tanto debo considerarme un hombre curtido en vidas. Los
aplausos, las ovaciones, los bravos, me parece que ya forman parte de un tiempo
anterior, de un tiempo lejano, y sin embargo, hace unas horas estaba inmerso en
ellos. Me siento muy agradecido por tantas muestras de cariño que he recibido
por parte del público, de mi público; sé que en este mundo muchos cantantes de
ópera tienen unos fervientes admiradores, que los siguen y miman y que a veces,
cuando alguna actuación no cumple las expectativas soñadas, pueden ser juzgados
muy duramente; pero creo que éste no ha sido mi caso, si en algún momento no he
alcanzado el nivel que se esperaba, siempre me han tratado con benevolencia, a
ellos también les debo lo que soy. Cuando sepan lo de mi renuncia van a
sentirse decepcionados, ya no me volverán a ver sobre un escenario, mi nombre
desaparecerá de los repartos, ya no seré el cantante de ópera que los ha
ilusionado y los ha hecho sublimar; me gustaría que mi presencia física, mi
nombre no fueran tan necesarios, me gustaría que admitieran ambos conceptos
como meros soportes de una voz y nada más, pero el tiempo se encargará de
solventar estas ausencias y únicamente quedará mi voz en el recuerdo, deseo que
ésta pase a otro plano, a otra presencia. He hecho muchas grabaciones, casi
todos los personajes que he representado en escena los he llevado al disco en
magníficas producciones; si alguien me quiere recordar, mi voz revivirá en un
círculo. De este modo yo no estaré físicamente presente, pero mi esencia, mi
voz podría oírse dónde y cuándo se quisiera. Si antes mi público venía a mí,
ahora yo iré a él. Podré vivir en
cualquier parte, me acostumbraré a todos los hogares; cada vez que de noche se
apague una luz y con ella la realidad cotidiana mi voz conducirá, a quien lo
desee, a las profundidades del sentimiento humano , sin miedos, con paso seguro
y con la firmeza de no resbalar. Me he quedado inmóvil, el frío me ha
paralizado y no estoy paralizado, me ha congelado y no estoy congelado, estoy
perfectamente bien, me he convertido en una estatua delante de mi teatro, y en
mi ciudad, en la ciudad que ha sido testigo de mis éxitos, en Wien, en Wein, en
Veine, en Vienne, en Viens, en Bien. Hace frío, mucho frío, necesitaba esta
inmovilidad, hablar desde el sosiego, desde la reflexión, desde el frío, desde
la noche. Esta noche ha sido muy especial, nadie sabía que era la noche de mi
despedida, canté lo mejor que supe, puedo decir que era todo yo, emití cada
nota con plena entrega, poniendo en mi canto la experiencia que a lo largo de
mi vida profesional había adquirido; ellos no sabían que era la última vez que
me veían en el escenario; nadie lo sabía, ni mis allegados, ni mi
representante, para qué lo iba a decir, el revuelo que se va a armar va a ser
mayúsculo, pero yo no estaré presente, una vez que me abandone esta parálisis,
saldré corriendo, sí, necesito correr, lo presiento. Ya no puedo vivir
solamente en los teatros, vengo observando desde hace tiempo que una élite se
ha adueñado de mi voz, se creen que la pueden privatizar y hacer uso exclusivo
de ella y no es así, nunca he cantado para nadie en particular, siempre he
cantado para quien esté dispuesto a abrir las puertas de la sensibilidad y de
la comunicación. El negarme a permanecer callado no significa que haya perdido
interés en poder transmitir a través de mi voz emociones y sentimientos, todo
lo contrario; lo que sí creo es que he pasado a otra etapa; que me haya
decidido por el mutismo no quiere decir desánimo, a lo que ahora quiero dar
paso no es a mi persona, es a mi voz y sólo a ella, yo ya no cuento. Nadie me
vendrá a ver a un teatro de la ópera, pero todo el mundo podrá oírme en su
hogar o donde lo desee; mis grabaciones ahí quedan, quiero que cualquiera
disfrute de ellas como yo he disfrutado en su participación. La voz profunda,
sincera está hecha para la noche, la noche posee un silencio especial,
reposado, cualquier canto adquiere nuevos significados, múltiples
interpretaciones y concentración absoluta; durante el día éste solamente
formaría parte de un fondo al cual no se le prestaría atención, llenaría el
hueco de un silencio remoto y siempre se vería relegado a un segundo plano;
conversaciones, ruidos de la vida cotidiana se impondrían hasta llegar a
anularlo. Cuando comienza cualquier función las luces se apagan y se hace de
noche, se alza el telón y sobre la escena aparece un mundo al cual una magia
desconocida nos empuja. Al final de la jornada, cuando buscamos un reposo,
cuando la luminosidad del día nos ha cegado con sus responsabilidades y hartos
de exigencias pulsamos el último interruptor que apaga la luz de nuestro hogar,
en ese instante otra magia desconocida nos empuja a soñar. Cuando se alzaba el
telón yo le cantaba a la oscuridad de la sala, cuando se apague la última luz
de cualquier hogar yo cantaré. No sé por qué, pero creo que me voy a convertir
en un cantante de ópera casero, me da la risa, en el fondo no es mala idea. Mi
repertorio es muy amplio, si se indaga en una ópera uno se encuentra con
trances aplicables a ciertos estados de ánimo que pueden transferirse del
personaje al oyente; mi voz está dispuesta a cantarle al triste, al alegre, al
soñador, al amante...o a aquél que desespere un cambio. Me ofrezco a hacer
vibrar: a que camine el impedido, a que cante el mudo, a que estalle de amor el
apocado, a que llore el que se siente seco... a que el triángulo se convierta
en rectángulo, a que el círculo se convierta en elipse... ¿ Alguien da más? Y
sé que lo lograré. Críticos y expertos en la materia han hablado de mi voz y de
mi persona, recuerdo algunos de sus halagos con cariño; alguna que otra mala
crítica también he tenido, pero he sabido asimilarla y la he incorporado a mi
aprendizaje como consejo constructivo. De todas esas voces que me han ensalzado
o vituperado desde periódicos, radio o televisión, hay una que conservo en mi
mente, fresca, como el día en el que se pronunció aquella frase que considero
uno de los elogios más hermosos que me han dedicado. Fue en una ciudad del
mundo, en un teatro de ópera del mundo, a una hora y en una noche del mundo y
yo canté para “ il mondo”; la voz surgió de la oscuridad, de la noche
que se había apoderado de aquel aforo; no sé si provenía del patio de butacas,
de platea, de anfiteatro o de paraíso, pero presiento que venía del paraíso.
Aprovechando un silencio, una voz, no sé si era de hombre o de mujer, qué más da,
era sencillamente una voz y dijo: (Audición: https://www.youtube.com/watch?v=vTBBLN4pNEg&feature=youtu.be ), Mein tapfrer Taillefer, komm! Trink mir Bescheid!. Du hast mir viel gesungen in Lieb’ und in Leid;
doch heut im Hastingsfelde dein Sang und dein Klang, der tönet mir den Ohren
mein Leben lang’*. Mi valiente Taillefer, ven,¡
bebe a mi salud! Mucho me has cantado en las alegrías y en las penas, pero la
canción que hoy has cantado en el campo de batalla de Hastings sonará en mis
oídos durante toda mi vida. No sé si lo he conseguido, pero si cuando he
cantado, alguien se ha perdido, se ha abandonado en algún campo de batalla,
puedo sentirme el hombre más dichoso de la tierra. Y aquel día, al final de la
representación las luces se encendieron; con la mirada recorrí el teatro de
derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de abajo arriba, de arriba abajo
en busca de aquella voz...aquella voz se había perdido en medio de la batalla
de aplausos y bravos. No importaba, sonará en mi interior a lo largo de toda mi
vida, será mi propio eco. Hace frío, mucho frío, no sé qué hora es, no quiero
saber nada, las calles han quedado desiertas, casi no hay coches y yo aquí a
solas con mi teatro; no me gustan las despedidas, una última mirada a este
edificio; entré en silencio, salgo en silencio, lo digo con todas las ilusiones
más que cumplidas, creo que ha llegado el momento de incorporarme al silencio
de la noche, no sé dónde iré, no quiero saber nada, lo importante es empezar a
correr, en ese mismo instante mi voz callará, se helará... ya estoy corriendo,
me callo...
*” Taillefer” de Richard Strauss.