miércoles, 23 de abril de 2014

UNA VOZ


                 

                                                             Ópera estatal de Viena



Hace frío, mucho frío. Las calles todavía conservan la nieve que cayó la semana pasada; a estas horas de la noche el cielo está limpio, las estrellas y la luna brillan con esa intensidad y destello que proporciona una noche de helada. Hay poca gente en las calles, algunos transeúntes que se apresuran a coger un tranvía, cuatro o cinco personas pasean sin prisa, envueltos en sus abrigos y cubiertos por unos sombreros que les dan un toque de misterio, con los brazos cruzados sobre el pecho protegen su cuerpo, su calor, su intimidad, su individualidad ante la confluencia de calles y su vacío. No hay nada que temer, cualquier agresión externa por parte de un malhechor quedaría congelada en el mismo instante de su ejecución. No sé qué hora será, no creo que sea muy tarde, la representación terminó a las diez y media, quizá sean las doce aproximadamente; hoy no me apetecía salir a celebrar con mis compañeros el éxito conseguido; a decir verdad la soprano y el coro estuvieron magníficos y yo también ¡qué caray! Por una vez en la vida quiero  valorar mi trabajo en su justa medida y dejar aparcada la modestia al menos durante unos momentos. Debería haber ido con todo el elenco artístico a tomar algo a un clásico café que está cerca del teatro, pero esta noche me he escabullido no sé cómo, lo he conseguido a pesar de los requerimientos por parte de mis compañeros y de un grupo de admiradores; me he quedado en el camerino, he pasado el cerrojo y cada vez que alguien golpeaba en la puerta daba largas hasta que cesó la insistencia y me quedé solo. Fue con dolor de corazón, ellos no merecían ese desplante, pero tenía que hacerlo, estoy seguro de que supieron disculparme. He dejado a propósito mi reloj en el camerino, es el mismo que llevaba puesto el día que entré por primera vez en este teatro que está a mis espaldas; el tiempo desde entonces hasta ahora ha ido muy deprisa, ha sido como un sueño del cual hay que despertar. Necesito hablar en voz baja aunque no tenga un interlocutor directo a quien dirigirme. Mi voz adquiere un tono de confidencia cuya proyección alcanzaría una distancia, como mucho, de dos metros; en el escenario es distinto, la voz hay que lanzarla fuera del espacio escénico para que llegue a la audiencia, para que los oyentes capten los sentimientos del personaje que uno ha asumido, aunque haya momentos de profunda introspección y el texto debiera cantarse casi en un susurro, su alma tiene que llegar, sea como sea, a la homóloga del que la escucha. Pero ahora no estoy en el escenario, hablo para el frío. Me gusta el vapor que se forma cuando mi aliento contrasta con la baja temperatura, si la voz tuviera una representación física, me gustaría que fuera ésta: un vapor; un vapor que se desvanece en el aire, un gas que proviene de las profundidades de un volcán y se libera en el espacio. Tampoco quiero que me escuchen, el hecho de mantener una conversación con el frío sólo me concierne a mí, quiero que sea una conversación muy especial, mejor casi que una conversación será una confesión. Siempre he mantenido mi privacidad al margen de la vida social y de las exigencias mediáticas que mi profesión requiere, sólo y exclusivamente he hecho declaraciones públicas si tenían que ver con mis actuaciones o vida profesional; mi voz únicamente ha exteriorizado los sentimientos e intimidades de mis personajes. Me debo a ellos y si estoy aquí es por ellos. Nada más. Sin embargo, este diálogo entre el frío y yo, o entre yo y el frío tiene cierta relevancia, sobre todo para mí porque es una toma de decisión, puede que implique a muchos más, pero es ante todo una decisión propia, madurada con tiempo y no a la ligera. Creo que ha llegado el momento de exteriorizarla a la hora y lugar propicios. Este teatro de la ópera ha significado mucho en mi vida, cada vez que vengo a él es como si entrara en mi casa, me siento familiar y cómodo. Recuerdo la primera vez que llegué aquí, era invierno también y hacía frío, mucho frío. Yo provengo de un país del norte, donde el blanco es el color imperante, gran parte del año la nieve cubre ciudades y campos; aunque durante la primavera y el verano ésta se derrite, el colorido casi chillón propio de estas estaciones no cuaja, siempre subyace una capa blanquecina que suaviza esa intensidad y nos recuerda que el blanco y el frío van parejos. Muchas veces me he preguntado si mi voz no será fruto de esa unión, o quizá la haya sobrevalorado creyéndome que debería tener unos orígenes nobles o enraizados en la tradición, nada más lejos de la realidad; soy hijo de trabajadores, por casualidad mi voz destacaba en el coro del colegio y poco a poco fui ampliando sus posibilidades a base de insistencia, tanto por parte de mis padres como por la mía, ellos con sus aportaciones económicas y yo con mucho empeño. En el colegio siempre fui un alumno mediano, había asignaturas que tragaba, pero no digería, las ciencias eran un suplicio para mí, las letras compensaban el aburrimiento que las otras me proporcionaban, ¿ quién me iba a decir que la admiración que profesaba a los profesores de historia y literatura, por su entrega a la materia y por hacerme sentir en sus explicaciones la vida de aquellos héroes reales o ficticios, influirían a la hora de encarnar yo mis propios personajes? Me hubiese gustado, mientras estaba sentado en mi pupitre inmerso en aquellos desvaríos heroicos, que alguien me susurrara al oído y me dijera: “ Presta mucha, mucha atención, algún día tú los harás creíbles”. Cuando estoy en escena, con ciertos personajes, a veces se apodera de mí un frío glacial arrastrado por un alud de recuerdos que impacta en mi voz  y hace  que suene distinta, como si alguien me poseyera y exigiera por derecho expresar sus sentimientos más profundos; entonces es cuando me doy cuenta de que no soy dueño de mi voz, que está al servicio de otros y que yo sencillamente exteriorizo el sentir de mi especie. La primera vez que llegué a Viens, a esta ciudad muy querida, también era invierno, hacía frío, mucho frío. Del aeropuerto al hotel cogí un taxi e instigué al conductor a que se diera prisa, no es porque llegara tarde; mi actuación en este coliseo no era hasta dentro de unos días, tenía tiempo de ensayar, lo que sí necesitaba era estar frente a este edificio y asimilar la oportunidad que se me brindaba de actuar en él, todas las actuaciones que había llevado a cabo, hasta aquel entonces, las había realizado en mi país, un país con muy poca tradición operística, pero para mí era suficiente, además tenía allí a mis maestros a los cuales pedía consejo y muy amablemente me dirigían y orientaban para subsanar errores. Pero había llegado la hora de enfrentarme solo a la vida y en ella debería usar mi arma de trabajo lo  mejor posible, había decidido que de ella iba a vivir: mi voz. Los primeros instantes ante este teatro de la ópera fueron de desafío, tenía que vencer aquella timidez repentina, mezcla de respeto y temor a un posible fracaso, no sólo tenía que desafiar a aquel edificio sino también lo que su interior representaba para un cantante de ópera, no primerizo, pero sí con poca experiencia. En el silencio de aquella tarde gélida de invierno, el frío parecía como si incubara aún las voces que allí habían cantado y sus muros desprendieran el eco que un tráfico no podía silenciar. Un escalofrío sacudió mi cuerpo y en su agitación espantó al miedo conduciéndome a la serena reflexión de que lo haría lo mejor posible y en voz baja me dije: “ je le ferai de mon mieux”, de mon mieux, de mon mieux, de mon mieux, de mon vieux, de mon vieux, de mon vieux, de mon vienne, de mon vienne, de ma Vienne. Di una vuelta a todo el edificio, una segunda y una tercera, como si fuera un rito primitivo; me paré ante su fachada, lo observé detenidamente, capté su globalidad y lo poseí. Desconocía aún los éxitos que allí iba a tener, mi futuro, casi categóricamente, dependía del éxito o del fracaso de aquella primera actuación; durante aquellos días de ensayo traté de distraerme, no prestando importancia a lo que aquella oportunidad representaba, trataba de evadirme paseando por la ciudad, visitando sus museos, entregando mi atención a los cuadros allí expuestos; y sin embargo, mi corazón seguía latiendo en otro lugar y a otro ritmo. Durante las pruebas de vestuario, cuando me miraba al espejo apenas me reconocía externamente, me sentaban tan bien aquellas ropas, estaban tan bien confeccionadas que talmente me transportaban a su época, y eso que faltaban los decorados y coro para lograr la ambientación completa; no obstante mi estado anímico era como el de un niño, en estado de alerta total, con los ojos abiertos de par en par para descubrir lo desconocido. Y había llegado el día, todo estaba preparado, hice una comida muy frugal y antes de ir al teatro me fui a dar una vuelta, por un momento tuve la intención de telefonear a mis familiares y profesores en busca de ánimo y consejo; desistí del intento, tenía que enfrentarme ante mi destino en silencio, ya no  me valían las palabras, las frases ordenadas según un rigor gramático y pronunciadas con la entonación de conversación normal; había aprendido a hablar a través de mis personajes, y ellos hablan con la vibración que el alma transmite al lenguaje que es la música.¿ Qué me importaba que me desearan suerte o que me dijeran que tuviera cuidado al dar tal nota, si ya no era yo sino el personaje al cual encarnaba, que usaba mi voz y con ella mi alma para exteriorizar sus sentimientos más íntimos? En aquellos momentos mi voz reposaba en el silencio y del silencio saldría para conmover en el silencio expectante del aforo. Regresé con mucho tiempo de antelación, cada paso que daba era como si perdiera algo de mi mismo. Cuando llegué, entré por la puerta destinada a los artistas; nunca había asimilado hasta aquel entonces lo que esa palabra significaba; un orgullo moderado me hizo erguir, aunque muy consciente de la enorme responsabilidad que un artista tiene por no querer defraudar. Si bien todo el mundo se mostró muy amable y servicial conmigo, durante los ensayos no había tenido tiempo de hacer realmente unos amigos. El director de orquesta, el de escena... hasta el último tramoyista me brindaron su ayuda creando al recién llegado un ambiente de cordialidad y bienestar; mis compañeros de reparto, no quiero olvidarme de ellos, me arroparon con el afecto que se profesa a un bebé llegado a este mundo, indudablemente el ambiente del que yo provenía era muy distinto de aquél en el que estaba. Por muy bien que pudiera cantar mi personaje, si no hubiera sido por ellos jamás habría alcanzado el éxito logrado. Hoy en día muchos de ellos aún siguen en activo y cuando coincidimos en algún reparto nos sentimos como en familia. Me senté en mi camerino ya vestido y maquillado y pedí que me dejasen solo hasta el momento de salir a escena, necesitaba estar a solas, conmigo mismo y con mi voz, no quería hablar con nadie, solamente que mi voz reposara en su silencio. En ciertos momentos me había figurado que los nervios se apoderarían de mí; pues no, una serenidad y seguridad habían renacido en mi interior provenientes del enorme amor que brotaba hacia mi profesión. Me miré al espejo y me sonreí, bajo aquel maquillaje de hombre contradictorio, de profundas luchas internas y de victorias conseguidas por medio de grandes esfuerzos, subyacía un niño, un adolescente, un hombre joven cuyos principios se basaban en la sencillez, pero que tenía que enfrentarse a personajes implicados en los torbellinos de las pasiones humanas y además tenía que hacerlos creíbles. Allí estaba yo y mi personaje, mi personaje y yo, yo y mi personaje, mi personaje y yo, moi et mon personnage, mon personnage et moi, moi et mon personnage, ma personne et moi, moi et ma personne, ma personne et moi, moi et personne, personne et moi, moi et personne, personne...Golpearon a la puerta, aviso para salir a escena, me levanté de la silla impulsado por un deber en el cual no cabían retrocesos; en mi interior susurraba una voz diciéndome: “ Taillefer, a cantar en el campo de batalla”. Dicho esto, la distancia entre el camerino y el escenario no existió. Una vez en escena miré hacia el aforo y no vi nada, todo estaba negro y en silencio a no ser por unas cuantas luces distanciadas por los palcos que marcaban una realidad espacial. De aquella mezcla de negro y silencio se desprendían  la espera y el ansia por oírme cantar. En aquel momento me di cuenta de que nunca podría cantarle a un auditorio, a unos oyentes; de ellos esperaría aplausos o silbidos, aprobación, rechazo, crítica constructiva o destructiva, pero siempre serían manifestaciones externas por medio de palabras o gestos; la única forma de llegar realmente a ellos sería dirigirme a su alma, olvidarme de que ésta tenía un representación física, iría de alma a alma y como nexo de unión la voz. Así canté aquella noche, así canté en las múltiples noches sucesivas, así canté esta noche. La auténtica condición humana del personaje la supe transmitir directamente a la de los oyentes. Creo que si no lograra alcanzar ese punto de reflexión siempre cantaría con cierto temor. La victoria fue rotunda, luché en el campo de batalla con la única arma que poseía: mi voz. Los aplausos y los bravos eran la señal externa de que mi voz había dado en el blanco, había alcanzado su meta; los admitía como comprobante externo de aquella comunicación interior, pero yo no los buscaba como halago. A partir del éxito de aquella noche las puertas de los grandes teatros de ópera de todo el mundo se me fueron abriendo, he ido ampliando el repertorio y el espíritu de mis personajes ha ido pululando por todos ellos. He viajado por todos los continentes, he conocido a celebridades, he tenido aventuras amorosas, he subido a palacios y he bajado a los suburbios; todas mis experiencias vitales me han acontecido gracias a mi voz, sin ella, éstas no tendrían sentido y sin ellas, ésta no se habría alimentado del conocimiento del ser humano. Han sido unos años de idas y venidas, de no parar un instante, de coger aviones, de una búsqueda desesperada de algo o de alguien, sin encontrar nunca reposo, sin tener unos momentos para dejarlo todo y pararme a reflexionar, vaciar mi cabeza de ruidos medioambientales y poder diferenciar los que pertenecen al mundo circundante o al mío propio. En los ensayos algunas veces me ha sorprendido la agresividad con que tocaba la sección de viento o de metal confundiéndola con sonidos mecánicos o estruendos procedente de accidentes más que de un efecto musical. Hace frío, mucho frío, llevo puesto un abrigo negro que me protege, que me cubre como si fuera una capa; apenas hay gente en la calle, escasea el tráfico también. Nunca más volveré a cantar, tenía que decirlo y ya lo he dicho. No ha sido ni una decisión fácil ni difícil, sencillamente ha sido una decisión. Sé que mi voz está en uno de sus mejores momentos, que aún me quedan años de rodar por los escenarios del mundo y de cosechar grandes triunfos; todo esto me lo dirían mis amigos y la crítica, pero no me importa, estoy cansado de palabras y necesito quedarme en silencio. En este teatro entré callado y salgo callado, todo lo que tenía que decir lo dije en él, todo lo que tengo que decir lo digo en los escenarios. Se ha halagado mi voz hasta límites insospechados:” Tiene una de las voces más bellas, aterciopeladas, radiantes y ardientes de la escena actual; su voz es viril, carnal y de una sensualidad indómita, el timbre es de irresistibles brillos dorados...”y así sucesivamente. No niego que muchos de los elogios me los he aprendido de memoria, no para complacerme en ellos sino para sorprenderme de ellos. Todo esto siempre me ha parecido excesivo. Reconozco que la voz es el instrumento de comunicación por antonomasia, es el más directo, el que exterioriza unos sentimientos y les da forma, de otro modo permanecerían ocultos. Mi aportación sería la de dar cierta musicalidad a esa forma, pero nada más. Toda profesión, si en verdad se la quiere, exige unos sacrificios, yo quizá haya sacrificado mi vida privada; siempre fui consciente de que una familia requiere una dedicación: si quería tener una esposa e hijos , debería echar raíces en alguna parte, eso de verlos entre avión y avión no me parecía una aportación justa, así que, sin querer, el tiempo ha ido transcurriendo y en mí se ha ido cimentando la idea de ser un ciudadano del mundo, de no parar nunca. Sin embargo, creo que ha llegado la hora de tomarse las cosas con más calma, más reposadamente; si mal no recuerdo mi agenda estaba cubierta hasta dentro de cuatro o cinco años; ya no lo está, mi decisión de no volver a cantar desencadenará una serie de acontecimientos a los cuales debo enfrentarme; no me preocupan, no sé qué voy a hacer ni adónde voy a ir, pero precisamente es eso: el no saber nada, el no estar programado, es lo que me reconforta. Quizá tenga que darle descanso a mi voz, a veces he abusado de ella en exceso, y he olvidado que es un instrumento frágil; tampoco creo que esa sea la causa de la toma de mi decisión. Tal vez el estado ideal del ser humano sea el silencio, provenimos de él y nos dirigimos hacia él, ese intervalo hay que cubrirlo con algo y ese algo es la voz. No soy más que una voz entre millones, una voz que por decisión propia ha decidido callar, que no la han acallado y que ha tenido la libertad de expresarse y de expresar los sentimientos humanos a través de sus personajes. No voy a desvelar mi identidad, no voy a dar mi nombre, a estas horas y vacía la calle ¿a quién le interesaría? Y aunque estuviese llena de gente ya no soy... ya no soy...Es igual, me gustaría identificarme como” la voz que viene del frío” y que está en el frío. El frío lo conserva todo, ¿conservará la voz? A lo mejor. Creo que he pasado más tiempo sobre los escenarios que fuera de ellos, mirando hacia atrás y desde la perspectiva que da el tiempo, toda mi existencia hasta ahora con sus acontecimientos más o menos importantes se concentra en un único espacio: un escenario. En realidad mi vida comenzó aquel día en el que puse el pie en este teatro que está a mis espaldas y  que ahora forma parte del decorado de mi declaración; mi infancia y juventud fueron como un preámbulo, una obertura a todos los eventos que a partir de entonces iban a acontecer. Tengo la sensación de que aquellos dos períodos duraron poco, o quizá mi vida posterior hizo que se achicaran por falta de atención hacia ellos. Fueron tantas las novedades e imprevistos que siguieron que hasta el olvido se justifica por sí solo. Había épocas del año, cuando tenía hueco en mis actuaciones, en las que regresaba a mi país; en un principio creía que era por nostalgia, más tarde me di cuenta de que no lo echaba de menos, excepto a mis familiares y allegados, mis padres eran el vínculo que me unía con mi tierra. Reconozco que gracias a ellos soy quien soy, sus esfuerzos y mi empeño han conseguido que abrazara una profesión que me ha abierto las puertas de la expresión en su espectro más amplio. No obstante, sé que sigo siendo aquél, pero más humanamente enriquecido. Hasta ahora mi auténtico hogar ha sido el escenario, mi familia y los personajes que he cantado; allí me he emocionado, me he alegrado también, he experimentado desde las emociones más sublimes hasta las más viles; por lo tanto debo considerarme un hombre curtido en vidas. Los aplausos, las ovaciones, los bravos, me parece que ya forman parte de un tiempo anterior, de un tiempo lejano, y sin embargo, hace unas horas estaba inmerso en ellos. Me siento muy agradecido por tantas muestras de cariño que he recibido por parte del público, de mi público; sé que en este mundo muchos cantantes de ópera tienen unos fervientes admiradores, que los siguen y miman y que a veces, cuando alguna actuación no cumple las expectativas soñadas, pueden ser juzgados muy duramente; pero creo que éste no ha sido mi caso, si en algún momento no he alcanzado el nivel que se esperaba, siempre me han tratado con benevolencia, a ellos también les debo lo que soy. Cuando sepan lo de mi renuncia van a sentirse decepcionados, ya no me volverán a ver sobre un escenario, mi nombre desaparecerá de los repartos, ya no seré el cantante de ópera que los ha ilusionado y los ha hecho sublimar; me gustaría que mi presencia física, mi nombre no fueran tan necesarios, me gustaría que admitieran ambos conceptos como meros soportes de una voz y nada más, pero el tiempo se encargará de solventar estas ausencias y únicamente quedará mi voz en el recuerdo, deseo que ésta pase a otro plano, a otra presencia. He hecho muchas grabaciones, casi todos los personajes que he representado en escena los he llevado al disco en magníficas producciones; si alguien me quiere recordar, mi voz revivirá en un círculo. De este modo yo no estaré físicamente presente, pero mi esencia, mi voz podría oírse dónde y cuándo se quisiera. Si antes mi público venía a mí, ahora yo iré a él.  Podré vivir en cualquier parte, me acostumbraré a todos los hogares; cada vez que de noche se apague una luz y con ella la realidad cotidiana mi voz conducirá, a quien lo desee, a las profundidades del sentimiento humano , sin miedos, con paso seguro y con la firmeza de no resbalar. Me he quedado inmóvil, el frío me ha paralizado y no estoy paralizado, me ha congelado y no estoy congelado, estoy perfectamente bien, me he convertido en una estatua delante de mi teatro, y en mi ciudad, en la ciudad que ha sido testigo de mis éxitos, en Wien, en Wein, en Veine, en Vienne, en Viens, en Bien. Hace frío, mucho frío, necesitaba esta inmovilidad, hablar desde el sosiego, desde la reflexión, desde el frío, desde la noche. Esta noche ha sido muy especial, nadie sabía que era la noche de mi despedida, canté lo mejor que supe, puedo decir que era todo yo, emití cada nota con plena entrega, poniendo en mi canto la experiencia que a lo largo de mi vida profesional había adquirido; ellos no sabían que era la última vez que me veían en el escenario; nadie lo sabía, ni mis allegados, ni mi representante, para qué lo iba a decir, el revuelo que se va a armar va a ser mayúsculo, pero yo no estaré presente, una vez que me abandone esta parálisis, saldré corriendo, sí, necesito correr, lo presiento. Ya no puedo vivir solamente en los teatros, vengo observando desde hace tiempo que una élite se ha adueñado de mi voz, se creen que la pueden privatizar y hacer uso exclusivo de ella y no es así, nunca he cantado para nadie en particular, siempre he cantado para quien esté dispuesto a abrir las puertas de la sensibilidad y de la comunicación. El negarme a permanecer callado no significa que haya perdido interés en poder transmitir a través de mi voz emociones y sentimientos, todo lo contrario; lo que sí creo es que he pasado a otra etapa; que me haya decidido por el mutismo no quiere decir desánimo, a lo que ahora quiero dar paso no es a mi persona, es a mi voz y sólo a ella, yo ya no cuento. Nadie me vendrá a ver a un teatro de la ópera, pero todo el mundo podrá oírme en su hogar o donde lo desee; mis grabaciones ahí quedan, quiero que cualquiera disfrute de ellas como yo he disfrutado en su participación. La voz profunda, sincera está hecha para la noche, la noche posee un silencio especial, reposado, cualquier canto adquiere nuevos significados, múltiples interpretaciones y concentración absoluta; durante el día éste solamente formaría parte de un fondo al cual no se le prestaría atención, llenaría el hueco de un silencio remoto y siempre se vería relegado a un segundo plano; conversaciones, ruidos de la vida cotidiana se impondrían hasta llegar a anularlo. Cuando comienza cualquier función las luces se apagan y se hace de noche, se alza el telón y sobre la escena aparece un mundo al cual una magia desconocida nos empuja. Al final de la jornada, cuando buscamos un reposo, cuando la luminosidad del día nos ha cegado con sus responsabilidades y hartos de exigencias pulsamos el último interruptor que apaga la luz de nuestro hogar, en ese instante otra magia desconocida nos empuja a soñar. Cuando se alzaba el telón yo le cantaba a la oscuridad de la sala, cuando se apague la última luz de cualquier hogar yo cantaré. No sé por qué, pero creo que me voy a convertir en un cantante de ópera casero, me da la risa, en el fondo no es mala idea. Mi repertorio es muy amplio, si se indaga en una ópera uno se encuentra con trances aplicables a ciertos estados de ánimo que pueden transferirse del personaje al oyente; mi voz está dispuesta a cantarle al triste, al alegre, al soñador, al amante...o a aquél que desespere un cambio. Me ofrezco a hacer vibrar: a que camine el impedido, a que cante el mudo, a que estalle de amor el apocado, a que llore el que se siente seco... a que el triángulo se convierta en rectángulo, a que el círculo se convierta en elipse... ¿ Alguien da más? Y sé que lo lograré. Críticos y expertos en la materia han hablado de mi voz y de mi persona, recuerdo algunos de sus halagos con cariño; alguna que otra mala crítica también he tenido, pero he sabido asimilarla y la he incorporado a mi aprendizaje como consejo constructivo. De todas esas voces que me han ensalzado o vituperado desde periódicos, radio o televisión, hay una que conservo en mi mente, fresca, como el día en el que se pronunció aquella frase que considero uno de los elogios más hermosos que me han dedicado. Fue en una ciudad del mundo, en un teatro de ópera del mundo, a una hora y en una noche del mundo y yo canté para “ il mondo”; la voz surgió de la oscuridad, de la noche que se había apoderado de aquel aforo; no sé si provenía del patio de butacas, de platea, de anfiteatro o de paraíso, pero presiento que venía del paraíso. Aprovechando un silencio, una voz, no sé si era de hombre o de mujer, qué más da, era sencillamente una voz y dijo: (Audición: https://www.youtube.com/watch?v=vTBBLN4pNEg&feature=youtu.be ), Mein tapfrer Taillefer, komm! Trink mir Bescheid!. Du hast mir viel gesungen in Lieb’ und in Leid; doch heut im Hastingsfelde dein Sang und dein Klang, der tönet mir den Ohren mein Leben lang’*. Mi valiente Taillefer, ven,¡ bebe a mi salud! Mucho me has cantado en las alegrías y en las penas, pero la canción que hoy has cantado en el campo de batalla de Hastings sonará en mis oídos durante toda mi vida. No sé si lo he conseguido, pero si cuando he cantado, alguien se ha perdido, se ha abandonado en algún campo de batalla, puedo sentirme el hombre más dichoso de la tierra. Y aquel día, al final de la representación las luces se encendieron; con la mirada recorrí el teatro de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, de abajo arriba, de arriba abajo en busca de aquella voz...aquella voz se había perdido en medio de la batalla de aplausos y bravos. No importaba, sonará en mi interior a lo largo de toda mi vida, será mi propio eco. Hace frío, mucho frío, no sé qué hora es, no quiero saber nada, las calles han quedado desiertas, casi no hay coches y yo aquí a solas con mi teatro; no me gustan las despedidas, una última mirada a este edificio; entré en silencio, salgo en silencio, lo digo con todas las ilusiones más que cumplidas, creo que ha llegado el momento de incorporarme al silencio de la noche, no sé dónde iré, no quiero saber nada, lo importante es empezar a correr, en ese mismo instante mi voz callará, se helará... ya estoy corriendo, me callo...  

*” Taillefer” de Richard Strauss.