jueves, 18 de junio de 2015

EXALTACIÓN






BR007- E. Lacombe

     Aquella situación le parecía imposible, inverosímil. Por más que trataba de buscar un hueco en su cabeza para aceptar el accidente y sus consecuencias, más bien sus consecuencias, no hallaba ni el más mínimo espacio. Sus opiniones sobre la muerte siempre habían sido bastante tajantes, la asumía como parte del destino del ser humano; sin embargo, los preámbulos tales como alargamientos de la agonía, sufrimientos... se le escapaban de las manos y de la lógica también. Intentaba razonarlos, analizarlos, darles la vuelta, enfocarlos desde cierta distancia o, a veces, aproximarse a ellos buscando siempre el poder encontrar una aceptación coherente, pero nada, cuanto más intentaba profundizar, menos claro lo tenía. Aquel accidente de su esposo la había dejado en un caos total; sus pensamientos no fluían con la claridad que era de esperar, no concebía cómo aquel amor que se habían profesado durante toda su vida pudiera terminar de una forma tan catastrófica y desoladora. Llevaba más de un mes en coma y no tenía ni trazas de recuperarse, al menos recuperar un poco la consciencia; poder despedirse de él y él de ella, fundirse en un último beso, lo veía difícil; los médicos le habían dado muy pocas esperanzas por no decir ningunas, éstas se mantenían desde un punto verbal, semántico, pero no real. Lo había amado tanto y lo seguía amando; como mujer adulta empleaba el verbo amar en toda plenitud, sin haber perdido un ápice de la fogosidad de su juventud, no había disminuido la intensidad de los años jóvenes, en su madurez aún seguía amando a aquel hombre con el equilibrio que da un amor entregado y años de convivencia. Durante aquellos días de hospitalización había aprendido que la ciencia había puesto todos los medios a su alcance para reanimarlo, a medida que el tiempo transcurría y se cerraban las puertas de la recuperación, se abrían otras que conducían hacia un trágico final. Había sido una gran luchadora durante su vida, había tenido que remontar muchas dificultades, el enfrentarse a la muerte de su ser amado no la acobardaba, más bien la envalentonaba, la aceptaría, pero con despedida. Quería abrazarlo, besarlo, acariciarlo, mimarlo, hacerle carantoñas, y que él fuera consciente de ello; no estaba dispuesta a hacer todo aquello a una momia; era la única condición que le ponía a la muerte, a la vida o a quien fuera. Sentada en la silla de la habitación contemplaba a aquel cuerpo inerte, rodeado de aparatos y tubos que mantenían unas constantes vitales, pero nada más; más de una vez le entraron ganas de levantarse y darle unas bofetadas con la energía que aún le proporcionaba la pasión amorosa para que despertase y volviese a la realidad; el cariño la refrenaba, sabía que si él fuera consciente de la situación, trataría por todos los medios de salir de ella, estaba abandonado a su destino. Durante el día ella subía la persiana de la ventana para que entrase la luz, deseaba que el calor del sol calentara la estancia y transmitiera su energía a aquel cuerpo; por la noche apenas la bajaba, lo necesario para conservar cierta intimidad; también creía que la oscuridad podía colaborar con su vigor a recuperar a su amado. Su mundo, que siempre había gozado de una gran amplitud, ahora se veía reducido a cuatro paredes y más que a cuatro paredes a unos artilugios que, de noche, marcaban niveles, constantes, números, sonidos débiles, eso sí, todos con una gran profusión de colores. Después de hablar con los médicos con bastante frecuencia y harta de no hallar en sus palabras un mínimo de esperanza, se preguntaba si el amor que se habían profesado y que se profesaban no habría dejado energía suficiente para reanimar un cuerpo, su cuerpo. A veces su desesperación era tan fuerte que aquella palabra  “energía” taladraba su mente y creía poderla encontrar en cualquier parte, sobre todo en la naturaleza: el día, la noche, el fuego, el viento... clamaría al cielo si hiciese falta con tal de devolver por unos instantes, el tiempo que se pueda gastar en una despedida, un suspiro de consciencia. Todo el tiempo le era poco para estar con él; iba a casa disparada y regresaba disparada, allí se aseaba, comía muy poco y el ansia de volver al hospital la alimentaba, porque su alimento era estar en su compañía; en aquella silla dormitaba, descansaba por decirlo de alguna manera, ya que su sistema nervioso la ponía eléctrica, en el duermevela su cuerpo de vez en cuando se agitaba y producía unas descargas, unas ligeras convulsiones que la despertaban, se volvía a quedar adormitada con una sonrisa en el rostro, como si pensara que ella era la productora de su propia energía, una autosuficiencia  que impedía una relajación profunda. Le gustaba asearlo; cuando venían las auxiliares a hacer esta tarea, procuraba inmiscuirse en ella, la dejaban terminar por completo, el amor que ponía en el aseo del rostro era como si marcara cada una de sus facciones una vez más: con una esponja húmeda repasaba la frente, las cejas, los ojos, la nariz y la boca concluyendo en el mentón, todo un rito iniciático, un conjuro para que aquel hombre despertara de su hechizo. Los médicos, las enfermeras o cualquier persona que se allegara a aquella habitación sabían que había algo de mágico, algo que se apartaba de los cánones tradicionales de la medicina; en aquel espacio reinaba el silencio, los sonidos emitidos por las máquinas o los externos causados por las idas y venidas del personal sanitario no parecían interrumpir la marcha en aquel nido de cariño. Ella siempre tenía un libro cerca, lo abría y se lo ponía a leer, hacía unas paradas y apartaba la vista dirigiéndola hacia él; aunque no leyera en voz alta, todo lo que su mente recibía a través de la lectura, en cierto modo telepáticamente, deseaba transmitírselo, deseaba compartir con él la magia de aquellas palabras; a veces se quedaba dormida y el libro se caía al suelo, la caída la despertaba borrando inmediatamente el efecto narcótico de la aventura y haciéndola volver a la realidad cruda y dolorosa. Para suavizar el choque recordaba los buenos momentos de su historia de amor; a veces echaba en falta no haber tenido hijos, pero en el fondo tampoco lo lamentaba, sabía que al tenerlos habría tenido que diversificar el cariño; el tenerlo sólo a él, hacía que todos los cuidados y atenciones fuesen dirigidos hacia su hombre amado. Cuando no estaban juntos se sentía perdida, como fuera del mundo, al no verlo físicamente se lo imaginaba y aquella idea abstracta le era suficiente para saber que no estaba sola. Iba a echarlo mucho de menos, prefería no pensar en su futuro, la tragedia se había cebado con ellos, aquel accidente de coche sería la causa de su eterna separación; se entregaría a la tragedia y a su destino, pero siempre y cuando hubiese una digna despedida. En realidad desconocía el origen de aquel emperramiento, de aquella obstinación por despedirse, en parte era una especie de exigencia al destino, era como ceder ante él y al mismo tiempo reclamarle un tributo por aquella cesión. Había ciertas horas en que sabía que nadie iba a entrar en la habitación, entonces las aprovechaba para acercarse a la cama y cogerle las manos, se las acariciaba, ¿con qué intención?  ¿para tranquilizarlo? ¿para despertarlo? Lo desconocía, desconocía todo, de lo que sí estaba segura era de la distancia de la silla a la cama, le parecía remota; estando junto a él el universo quedaba reducido a ellos dos. Lo besaba a escondidas temiendo ser descubierta y a cualquier reproche ella saltaría y se enfrentaría a quien fuera, su cariño era inmune ante la objeción; pasaba la mano por su pelo para asentarlo, aunque la situación que él presentaba no daba para despeinarse; aquellos toques la tranquilizaban, era como el toque de aprobación al aseo de un hijo por parte de una madre sin cuyo parabién ni uno ni otro se quedan tranquilos. Volvía a sentarse resignada, pero esta resignación duraba poco y al cabo de unos momentos un estado de exaltación se adueñaba de ella; despotricaba contra aquellos aparatos en voz baja, les lanzaba miradas asesinas que, si surtieran efecto, destruirían todo aquel tinglado. La rabia tenía su límite y quedaba desahogada durante un buen rato, y volvía una vez más, y rabiaba, rabiaba, rabiaba, rabiaba, rabiaba, rabeaba, rabeaba, rabeaba, rabeaba, rabeaba igual que un perro rabea el rabo de un lado a otro... babeaba, babeaba, babeaba, babeaba, babeaba igual que un perro babea asado de calor. Agotada se quedaba en la silla, adormitada por el exceso de esfuerzo y el desgaste de energía. Tan pronto como despertaba y volvía a cierto estado de lucidez analizaba aquella rabia pasada, creyéndola amainada por los efectos narcóticos del sueño; la sentía todavía más latente, aunque eso sí, suavizada por agotamiento físico. Algo tenía que cambiar. Alguien tenía que cambiar. Algo y alguien tenían que cambiar. La habitación se le venía encima y salió disparada del hospital; el aire fresco de la calle chocó contra su frente, contra su rabia, contra posibles ideas malsanas; el mundo seguía caminando, seguía otro ritmo; respiró profundamente esperando que aquella situación aportara la normalidad que existía en el exterior; se fijó en los pacientes que entraban y salían, o tal vez eran familiares como ella que proporcionaban compañía al desconsuelo; se sintió identificada con ellos y por unos instantes compartió en secreto las mismas penurias; se tranquilizó al pensar que no era el único ser en el mundo que estaba en aquellas circunstancias; finalizado su autoengaño, volvió a la habitación disparada por temor a que algo pasara y ella no estuviese presente; subió las escaleras en volandas como si fuese llevada por una realidad y no por un temor infundado; una obsesión que la obligaba a estar clavada al lado del lecho de su amado. Se sentó y comprobó que todo seguía igual; de nuevo la desesperación, tampoco hubiese esperado encontrarlo despierto ni muerto, ni ella misma sabía lo qué hubiese esperado: attendre, attendre, attendre, attendre, attendre, attadre, attadre, attadre, attada, attada, attada, atada, atada, atada a la indecisión. Con las piernas juntas, las manos en el regazo y la cabeza inclinada prometió portase bien, ser una niña buena, convertirse en una adulta coherente y razonable; al quererlo asumir, su interior voló por los aires; la coherencia y la razón quedaron hechas añicos; aquella imagen, digna representación de la obediencia, se desconfiguró; hubo una relajación en la contención y las extremidades perdieron compostura, elevó el rostro y sus ojos se volvieron a clavar en él. El mirarle era como absorber su compañía y adueñarse de ella para toda la eternidad; le hubiese gustado que aquella situación hubiese tenido lugar en un entorno más natural, sin tantos cables y aparatos, más romántico, eso, “plus romantique”, pero era lo que había; el estar entre aquellos artilugios daba a la escena un toque futurista, cosa que a ella no le hacía gracia, hubiese preferido estar metida más entre carne que entre metal. Además la palabra futuro carecía de perspectiva, en su situación para ella sólo contaba el instante, aquellos mismos instantes que compartían juntos, más allá del presente no se divisaba nada, tal vez una incógnita. Trataba de almacenarlos en su mente en su estado más puro para más tarde poder echar mano de ellos y alimentarse. Se le ocurrió pensar en el tratamiento que le estaban dando a su ser querido, ya había pensado en él muchas veces; había confiado en la experiencia de los médicos, pero al no encontrar resultados positivos había empezado a cuestionar su eficacia; le hubiese gustado poder criticarlo, la rabia la hubiese llevado a ello, sin embargo, su reconocimiento a ser lega en la materia la retenía dando origen a una búsqueda de remedios alejados de la medicina. El contemplar aquellos cables y aparatos la conducía a algo familiar, usual, buscaba alguna referencia en la proximidad de la memoria y no encontraba nada, aunque tenía el presentimiento de que pronto iba a hallar algo. ¿La ayudaría el recuerdo? Indudablemente si hurgara en él podía toparse con las experiencias más hermosas de su vida, estaba segura de que en alguno de aquellos momentos sublimes que había pasado con él estaba la clave para llevar a cabo su finalidad obsesiva: el recobro de su consciencia. La despedida. Pronunció en voz alta el adjetivo  “sublime”, absorbió la primera sílaba  “sub” exhaló lo que quedaba  “lime”, creyó ver una alteración en el parpadeo de las luces de aquellos artilugios; analizó esa sensación desde un punto de vista real, no alucinatorio y sospechó y sospechó y sospechó y SOS-pechó y SOS-pechó y SOS-pechó y SOS-pecho y SOS-pecho y SOS-pecho,¿ Habría algún barco a punto de naufragar? ¡Qué cosas se le ocurrían!...Ha! Das Schiff! Von Norden seh’  ich’s nahen  (¡ Ah! ¡El barco! ¡Lo veo acercarse desde el norte!) y aquellas palabras ¿ de dónde procedían? Le eran familiares, contenían música, pertenecían a una experiencia vivida; su mente empezó a dar vueltas, ella las había pronunciado, ellos las habían pronunciado, el mundo las había pronunciado y cayó en la cuenta; se quedó callada temiendo que alguien descubriera su contenido; recordó a la perfección dónde y cuándo las había cantado, sí, sí, las había cantado, las habían cantado, ella a él, él a ella; lo miró postrado en el lecho, herido y de pronto pensó en una locura, locura como una acción extraordinaria, acción llevada a cabo con pleno juicio, acción que rompe con la normativa establecida, acción que quebranta un comportamiento para ennoblecer una conducta. Había tomado una decisión: se levantó y se acercó a su amado para compartirla, pasó la mano sobre su rostro con la intención de transmitir mediante el tacto su locura; sus facciones no se inmutaron, ella advirtió que él se anticipaba a su voluntad. Le hizo gracia al pensar que tras aquella locura adulta yacía un capricho infantil. Le colocó las sábanas, aunque ya estaban colocadas; asentó su cabello, aunque ya estaba asentado, indirectamente lo iba preparando para el gran acontecimiento; esperaría hasta la noche, cuando todo estuviese en silencio; pernoctaría allí, en aquella habitación, pero antes iría a su casa a buscar el arma del crimen; se sintió protagonista de una película de misterio y como tal salió disparada del hospital con el sigilo que el momento requería; en su casa fue directamente a coger el arma con la que consumaría su fechoría; la miró fijamente y le pareció ridículo el calificar aquel artilugio de arma asesina, si bien en el fondo le daba un toque romántico a aquella su locura pasional, era un pequeño aparato de música llamado técnicamente MP3LOG3.257/41= LOG3.257- LOG41; en él tenían grabados fragmentos de música que adoraban, compartían los auriculares, o bien él cogía el derecho y ella el izquierdo o viceversa, daba igual, el caso era que en los momentos álgidos ambos se derretían. Lo guardó en el bolso y abandonó su hogar, disparada hacía el hospital; cuando llegó la enfermera ya había pasado la revisión, en el ambiente reinaba la paz y el sosiego; se sentó, se había fatigado, reconocía que aquella situación había acelerado su ritmo de vida, pero todo lo hacía por estar a su lado, por estar cinco minutos más a su lado, o cuatro, o tres, o dos, o uno, daba lo  mismo cómo se cuantificara el tiempo, pero siempre a su lado. Tan pronto como se tranquilizó, pensó en su plan, primeramente cerraría la puerta que siempre estaba entreabierta¡¡¡ plafff!!! Ya estaba. Los dos se habían quedado aislados del mundo, viviendo el uno para el otro; miró para aquellos aparatos y cables que en cierto modo mantenían a su ser amado conectado a la vida y pensó que un aparato y un cable más poco iban a importar, al menos éstos lo conectarían al amor, a su amor. Se acercó a él con paso ceremonial portando en sus manos el arma oferente, se inclinó sobre él y le susurró al oído varias veces: “Das Schiff, das Schiff, das Schiff, von Norden”, colocó aquel pequeño aparato de música sobre el corazón de su amado, un auricular en un oído de él y otro en el de ella, presionó un botón y un mundo sonoro se abrió para ellos. Cogió su mano como siempre lo había hecho, ahora más que nunca, jamás se había sentido tan próxima a él; le miró fijamente a los ojos, aunque éstos estaban cerrados, tenía la seguridad de que en cualquier momento los abriría; con su despedida desafiarían a la ciencia y a la adversidad. La música transcurría en completa exaltación, las palabras se sucedían encadenándose: “Sagt’ ich’s nicht, dass sie noch lebt, noch Leben mir webt? Die mir Isolde einzig enthält, wie wär Isolde mir aus der Welt?” ¿No lo decía yo que ella vivía todavía y sigue tejiendo vida para mí? Puesto que Isolda es la única que para mí contiene el mundo, ¿cómo iba a estar para mí Isolda fuera del mundo? Al llegar a este punto chocaron dos mundos, uno real, el exterior, otro caótico, el interior; los baremos con sus cifras se dispararon, aquellos aparatos habían entrado en un estado de locura incontrolada, cuando se oyó : “ Hahei! Der freude! Hell am Tage zu mir Isolde! Isolde zu mir! Siehst du sie selbst?” ¡Hahai! ¡De la alegría! ¡ En pleno día viene Isolda hacia mí! ¡Isolda hacia mí viene! ¿ La ves a ella?; sonó un disparo, los dos se dispararon , con aquel “ bang” se creó el mundo, él abrió los ojos y la contempló, ella hizo lo mismo, ambos se fundieron en un beso eterno, aquella unión duró lo que la música y las palabras tardaron en consumarse, como tiempo unos instantes, como historia una eternidad: O diese Sonne! Ha, dieser Tag! Ha, dieser Wonne sonnigster Tag! Jagendes Blut, jauchzender Mut! Lust ohne Massen, freudiges Rasen! Auf des Lagers Bann wie sie ertragen! Wohlauf und daran, wo die Herzen schlagen! Tristan der Held, in jubelnder Kraft, hat sich vom Tod emporgerafft! ¡Oh, este sol! ¡Ah, este día! ¡Ah, día radiante de esta delicia! ¡Sangre impetuosa, ánimo jubiloso! ¡Placer sin medida, delirio de alegría! ¿Cómo soportaros, estando atado a este lecho? ¡Arriba, vamos adonde laten los corazones! ¡Tristán, el héroe, con fuerza jubilosa se ha arrancado de las garras de la muerte!...Die mir die Wunde auf ewig schliesse- sie naht wie ein Held, sie naht mir zum Heil! Wegeh’ die Welt meiner jauchzenden Eil’! La que me cerrará para siempre la herida...¡se acerca como un héroe, se acerca para sanarme! ¡Que el mundo desaparezca ante mi jubilosa prisa! En su despedida se oyeron unas palabras en la lejanía: Tristan! Geliebter! Tristan! Ha!...Isolde!, ¡ Tristán! ¡Amado mío! ¡Tistán! ¡Tristán! ¡Ah!...¡Isolda!
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