jueves, 7 de enero de 2016

LA BATALLA DE WELLINGTON


 LA BATALLA DE WELLINGTON- BEETHOVEN
https://www.youtube.com/watch?v=R_ibES7i-HU




GA 024- E. LACOMBE

... ¿Cómo te llamas?... Te estoy preguntando que cómo te llamas... ¿Me oyes? ... Te repito: ¿Cómo te llamas?... Una vez más  ¿cómo te llamas?...Seguro que no me oyes, lo intentaré de nuevo en voz más alta: ¿Cómo te llamas?... Reconozco que hay demasiado ruido a metralla, es ensordecedor, pero el camino de héroe está lleno de dificultades ¿no? Mira que soy reiterativo: ¿ Cómo te llamas? ...Más no puedo gritar, tampoco se puede llamar la atención, estamos en guerra; en una trinchera se supone que se debe hablar en voz baja para no atraer el interés del enemigo hacia su contrincante, aunque bien mirado la voz humana poco vale ante la desafiante presencia de las balas. Te lo repito una vez más: ¿Cómo te llamas?... ¿Entiendes mi lengua? Al no responder asumo que hablas un idioma distinto al mío, probaré con otros: Comment tu t’appelles?...Repito: Comment tu t’appelles?... Repito: Comment tu t’appelles?… Ya va la tercera vez y tiene que ser la vencida… Bueno, no voy a ser tan tajante, probaré  una cuarta vez, pero no más, al menos en este idioma: Comment tu t’appelles?…Nada, nada de nada. Desesperante. Intentaré con otro: What’s your name? ...Repito: What’s your name?… Repito: What’s your name?ya va la tercera vez y tiene que ser la vencida…Bueno, no voy a ser tan tajante, probaré una cuarta vez, pero no más, al menos en este idioma What’s your name?…Nada, nada de nada. Desesperante. Intentaré con otros: Wie heiBt du? ...Repito: Wie heiBt du? …Repito: Wie heiBt du?…Ya va la tercera vez y tiene que ser la vencida…Bueno, no voy a ser tan tajante, probaré una cuarta vez, pero no más, al menos en este idioma: Wie heiBt du? ... Nada, nada de nada. Desesperante. Se me ha agotado la paciencia; que conste que todo lo hago por la guerra; reconozco que éstas son internacionales y que hay que colaborar en el entendimiento entre los pueblos, pero me niego a que este entendimiento sea a fuerza de convertirme en un mono de repetición; uno tiene su dignidad, además, un futuro héroe no puede andar con monsergas. Bien pensado, lo de futuro héroe me parece un exceso de egocentrismo, ha sido un decir, tal y como va la guerra voy camino de ser un pufo. Cabe otra posibilidad y es la de que no quieras identificarte, puede que te hayas empecinado en no dar tu nombre, en decir no, no y no, cien, doscientas, trescientas veces o las veces que tú desees y llegaste a la conclusión que lo mejor era el silencio. Tu propio silencio interior. Aquí habrás observado que el silencio no existe, a no ser por algunos momentos de tregua, el tiempo transcurre entre bala va bala viene, bala va bala viene, bala va bala viene, bala va bala viene, bala va bala viene, balava balaviene, balava balaviene, balava balaviene, balava balaviene, balavabalaviene, balavabalaviene, balavabalaviene, alavarbien, alavarbien, alavarbien, a lavar bien. Entonces, ya que tú no quieres presentarte, lo haré yo, me llamo Tamerlano de Kastronkán...¿Quieres que te confiese algo? Necesitaba pronunciar mi nombre u oír el nombre de alguien, me hace sentir persona, individuo; todos los que estamos en este campo de batalla somos seres impersonales, números de una lista que se pueden eliminar con una simple tachadura. Una bala perdida es lo suficiente para dejar de pertenecer al mundo de los vivos. Es triste, aquí todo es triste, hasta el mismo paisaje es triste, todo carece de color, si hay alguno que destaque es el rojo sobre fondo negro. Hay que hacer verídica la batalla y nada mejor que el rojo sangre. ¿Alguna vez habrá imaginado alguien un campo de estas características sin este color? Pobre inocente y ese pobre inocente soy yo. No estoy aquí por obligación y los conceptos de patria tampoco los tengo tan claros como para dar mi vida por ella. El problema estriba en la idea de héroe que yo tenía y que me habían hecho creer: un héroe sólo se forjaba en un campo de batalla, en su valentía y entrega y en su ignorancia también. Si había que utilizar los ideales de la patria, que por norma general ella siempre está en medio, se utilizaban y sanseacabó. El uniforme también ayudaba a glorificar al héroe, le daba al cuerpo prestancia suficiente y cierto desprecio hacia los demás. La palabrería, cómo no, contribuía a exagerar nimiedades que untadas con unas buenas adjetivaciones se convertían en hazañas inauditas. Solamente faltaba el caballo para entrar triunfante en la ciudad vencida. Patético, querido amigo, patético. Deberían vernos, arrastrándonos en esta trinchera, llenos de suciedad, forzándonos a replegarnos sobre nosotros mismos, a controlar una posición digna, un cuerpo recto, sin temor a ser carne de cañón; pero no, siempre hay que andar a la expectativa, oteando al enemigo, sospechando que en cualquier momento puede aparecer y hay que poner a prueba la rapidez de reflejos con un disparo certero, el desplome de un cuerpo, la extinción de una vida. Un semejante desconocido que no deja de ser un “yo” y que en un campo de batalla pierde todo valor, apartado de su propio lugar de estimación, de su familia, de sus amigos, de un espacio vital ganado quizá a base de un gran esfuerzo y que, de repente , se convierte en un pelele, en un blanco perfecto. No sé por qué te cuento estas cosas, tal vez tu presencia me ha animado a hablar, o tal vez si tú no estuvieras hablaría solo. Me estoy hartando un poco de todo esto, no era lo que esperaba y yo no estoy experimentando las mutaciones deseadas para convertirme en héroe; algo falla, algo no funciona y no sé qué es.¿ Cómo te llamas? ... ¿Cómo te llamas?... ¿Cómo te llamas? ... Comment tu t’appelles?…Comment tu t’appelles?  …Comment tu t’appelles?…What’s your name?…What’s your name?…What’s your name?Wie heiBt du? … Wie heiBt du? …Wie heiBt du?…Sigues sin responderme. Es posible que aún no tengamos la confianza suficiente como para saber nuestros nombres, pero el mío ya te lo dije; hay que reconocer que fue la necesidad de comunicación la que movió mi atrevimiento. Nunca he sido muy hablador, lo justo, lo normal, a veces tirando a callado; nunca me he sentido convulsionado por la verborrea, pero en este lugar todo es distinto, la seguridad de la que siempre hice alarde como una de mis principales cualidades, ahora se tambalea; rodeado de esta locura surgen sensaciones que creía adormecidas, o más bien controladas por ese exceso de seguridad en mí mismo, y son tan humanas que hasta me siento orgulloso de ellas, cuando algún tiempo atrás serían inconfesables. ¿No tienes miedo? Di la verdad. Yo sí tengo miedo, aunque un héroe en ciernes nunca debería confesarlo, debería mantener el tipo engañándose, camuflándose en una supuesta coraza de hierro. Pero estas ganas de hablar tan repentinas me delatan y debo ahuyentar el miedo por medio de las palabras, entretienen mi mente y no me permiten pensar en la locura, en esta locura externa, colectiva que se adentra en los cerebros trastornándolos. Haces bien no decir tu nombre, así no te implicas, pero creo que te has arrepentido demasiado tarde, no puedes huir, piensa que con nombre o sin nombre estás en el corazón de la batalla; ¡imagínate! Hasta la humanizo concediéndole un corazón. Cuando te miro me miro a mí también; hay mucha penumbra en las trincheras, nunca pensé encontrármelas iluminadas como si estuviésemos en un salón de baile, pero un poco más sí; ya no importa, al fin y al cabo hay que evitar llamar la atención del enemigo. Apenas veo tu rostro, el casco por un lado y la suciedad por el otro, tu presencia me resulta casi fantasmal. Es un decir. Agradezco al destino que nos haya juntado en tan ardua misión, aunque podía ser mejor, en circunstancias más festivas, por ejemplo; di tú que quizá no nos hubiésemos percatado uno del otro. ¡Mira que estamos sucios! Estamos en consonancia con el ambiente; cuando uno va a la guerra, aparte de sus múltiples facetas, uno va a ensuciarse, en el sentido más amplio de la palabra, tanto moral como físicamente, uno se va a emporcar. Verbo derivado de en y puerco. Es extraño, casi nunca pienso en mi familia, estoy tan absorto en esta tarea que creo que no tiene cabida en estos momentos en mi vida, en mi mente. Su recuerdo me resulta agradable, aunque no encaja, es tan límpido que el hecho de evocarlo me da miedo, lo evito por temor a ensuciarlo, y sin embargo, me reconforta; hay anécdotas, situaciones que me hacen reír, en su momento tal vez pasaron desapercibidas y ahora involuntariamente surgen, confirmando un derecho a no ser olvidadas. Pienso en Rodelinda de Vilamor, la mujer que tanto he amado y que amo; nuestras caminatas por los campos floridos, los pasos mullidos por la hierba, la agilidad de extremidades que la primavera transmitía a los cuerpos, el instinto de retozar lascivo e inocente y nuestro reposo, debajo de aquel árbol, de nuestro árbol. Claro que nada encaja: este campo de batalla no es más que la representación de la aridez, surcado de trincheras, cuerpos obligados a acurrucarse, arrastrándose en sus desplazamientos, mentes anulando la esperanza a contemplar el resurgir de una brizna de hierba, mentes aguzando la esperanza de toparse con la muerte.¿Por qué tanta contraposición? ¿Por qué el deseo enfervorecido por la vida cuando la muerte se impone con la misma fuerza vital robada a su oponente? ¿Por qué esta lucha titánica entre dos eternos antagonistas? ¿Le tocará al héroe dilucidar? No lo sé. Je ne sais pas. I don’t know. Ich weiB nicht. ¿Me estás oyendo? No sé nada. En estos momentos no soy más que un analfabeto, no me importa vivir en la ignorancia... ¿Cómo te llamas?... Anda, ablándate algo, tampoco hay que ser tan cabezón...Cabezón, cabezón y cabezón... Ya me he enfadado...Capezón, capezón y capezón...Ca-pezón, ca-pezón y ca-pezón... Recuerda que los pezones siempre han sido muy, digamos, elásticos. Sé bueno y di tu nombre y si no quieres me dices las iniciales, que yo sabré crear un nombre y un apellido bien rimbombantes...Puedes decirme tu número, tendrás una placa identificativa en donde se especifique tu nombre y una cifra codificada que te dieron al alistarte, que oculta tu verdadera identidad y origen... No dices nada, no respondes, estás como momificado; comprenderás que yo así, en estas circunstancias, no puedo mantener una conversación... mejor dicho, un monólogo. Solamente te pido un nombre. Lo reconozco, necesito autoengañarme; con un nombre tengo la sensación de que me dirijo a alguien, de que alguien me escucha, si no, mis palabras se las lleva el viento y, a propósito, ojalá hiciera viento porque aquí empieza a oler a putrefacción. Decidido está, te daré un nombre, lo siento si no te gusta, pero aquí hay que tomar decisiones rápidas, el tiempo apremia, quién sabe dentro de cinco minutos dónde estaré, viene una bala furtiva, desorientada, y me arrebata lo más preciado que tengo: la vida. ¿Goffredo? ¿Argante? ¿Eustazio? ¿Rinaldo? Este último suena de maravilla, además a héroe; Argante tampoco está mal, decidido, te llamaré Rinaldo de ...Rinaldo de...Rinaldo de... Rinaldo de Taramundi. Ya está. Yo te bautizo con el nombre de Rinaldo de Taramundi. De nada vale que pida tu opinión, sé que no vas a responder, por lo tanto ni una palabra más. Rinaldo  ¿estamos solos en esta trinchera? ¿dónde están nuestros compañeros? Te lo pregunto porque no veo movimiento, aceleración, sofocos; aquí estamos tú y yo y el resto  ¿qué ha sido de ellos? No nos habrán dejado desamparados frente al enemigo, cara de héroes aún no tenemos o ¿ ya se nos ha puesto?. Estoy convencido de que nuestros compañeros habrán avanzado, habrán ganado terreno y nuestro enemigo ha emprendido la retirada, o a lo mejor no, están escondidos, aterrorizados y sienten miedo, y pronuncio  “miedo” en voz muy baja porque es una palabra proscrita en un campo de batalla, vergonzosa y máxime en boca de un aspirante a héroe. Pero seguro que todos sienten miedo. ¿Quién es nuestro enemigo? ¿Qué nos ha hecho? ¿Quién nos ha infundido ese odio? El ardor de la guerra y el exceso de juventud nos han sobrepasado, nos hemos dejado arrastrar por un espejismo que nubla nuestros sentidos y entorpece la razón. ¿Qué nos han hecho esos pobres infelices que, como nosotros, se arrastran por las trincheras salvaguardando su pellejo? Nada, temiéndonos y temiéndoles. ¿Por qué ese temor hacia un semejante? ¿Por qué ese temor hacia un mismo yo? Apuesto a que nos han engañado; nuestros superiores han tergiversado el concepto de héroe, han infundido el odio en nuestras conciencias, haciéndonos creer que el único camino para destacar sobre los demás era someter y aniquilar a seres que, igual que nosotros, cayeron en la inocencia de ser engañados. ¿El auténtico heroísmo no sería oponerse tajantemente a la manipulación de la propia voluntad tirando las armas y dando paso a la voz humana como único remedio al conflicto? Rinaldo, me estoy calentando y a veces no sé lo que digo, bueno, sí sé lo que digo, pero no me gustaría decirlo, aunque en el fondo sí me gusta, al menos me quedo más tranquilo, pero debería decirlo en voz más alta, para que me oigan, aunque ya es demasiado tarde; un campo de batalla no es el lugar  propicio para hacer apologías. Supongo que serás de la misma opinión. Bien pensado, tú calladito que para hablar estoy yo. ¿Qué hora será? Mi reloj no funciona, se ha parado a las siete y diez ¡qué más da!...No da lo mismo, puede ser la hora del alba o del crepúsculo;¡qué detalle!, su maquinaria se ha parado y ha dejado de latir, precisamente en ese momento, puede ser significativo. El tiempo aquí no tiene sentido, nada tiene sentido, la vida cotidiana traspuesta a este lugar parece un sueño, y las experiencias vividas se parecen más a una posesión diabólica que a una realidad; por ejemplo, cuando evoco el recuerdo de Rodelinda de Vilamor, el hecho de pronunciar su nombre en voz baja me parece una afrenta a su persona, primero por no ser el lugar adecuado y segundo por obligar a una veracidad a encontrar un hueco en esta horrible irrealidad; su mismo nombre contiene las claves de las grandes ausencias en una guerra: Linda de Amor, la belleza y el amor, el amor y la belleza, da lo mismo el orden; en este campo terrible puede encontrarse de todo, excepto armonía.¿Sabes? También echo de menos mi trabajo; tenía, y me imagino que sigo teniendo, una granja en el campo; al envejecer mis padres que eran quienes la dirigían y viéndose obligados a unas exigencias y entrega que su edad ya no les permitía, me la cedieron y yo me encargué de modernizarla, amplié las instalaciones, lo que conllevaba una mayor productividad y los animales se multiplicaron: gallinas, conejos y cerdos hermoseaban con su presencia los patios y prados; era un ir y venir, una abundancia de tráfico animal que a veces era difícil esquivar: las aves galliformes alternaban con mamíferos lagomorfos y paquidermos domésticos en perfecta convivencia. En momentos oscuros me pregunto si no he cometido un error con el cambio. Mi vida se veía abocada a la simplicidad, todo me lo habían dado hecho y mi trabajo consistía en cubrir las necesidades básicas de unos animales cuyas vidas no sufrían sobresaltos y mi juventud lo que necesitaba era “sobresaltos”, taquicardias que aceleraran mi ritmo cardiaco; como estaba ávido de emociones me alisté para venir a la guerra y aquí estoy padeciendo los sinsabores de la irracionalidad y convertido en un poseso de la alucinación heroica. En un possesso de la alucinación heroica. En un poss-esso de la alucinación herótica. En un poss-esso de la alucinación herótica. Algo de eso debe haber también. Rinaldo ¿ qué hora será? El tiempo parece haberse estancado, no lleva su ritmo normal, miro hacia el cielo y no sé si está cubierto por nubes o por el humo de la metralla; la luz que hasta aquí llega parece irreal, mortecina, su debilidad destaca aún más el color terroso de la trinchera, es como una tumba abierta que atrae por el misterio de su oscuridad y al mismo tiempo repele por su penetrante olor a tierra mojada. Estamos pringosos, nuestra ropa está sucia, húmeda; el tacto delata un rechazo a palpar nuestros cuerpos, un repudio hacia el cuerpo y hacia la guerra. Y sin embargo, la tierra nos protege, nos camuflamos con ella, formamos parte de ella, nos revolcamos, nos refregamos contra su aspereza, abrimos zanjas para resguardarnos, para percibir el cobijo y calor materno adormecido en el tiempo. Un cuerpo erguido en la guerra es una incongruencia, un desafío a la locura, está expuesto a mil peligros, o tal vez a uno sólo: la muerte; siempre debe estar en contacto con algo para sentirse protegido. Rinaldo: mírate y mírame, estamos aquí acurrucados, como dos niños, ante el temor a que alguien nos descubra; no hemos hecho nada malo y sin embargo tenemos miedo a ser descubiertos. Deberíamos irnos, pero eso sería un acto de cobardía, estamos aquí para ser héroes, por lo tanto, hay que apechugar con lo que se nos presente; también podíamos salir ahí afuera y dar la cara, pero eso sería una chiquillada, ¿ qué hacemos entonces? Estoy hecho un lío y este ruido constante de bombas y balas, de balas y bombas, de bombas y balas, de balasibombas, de bombasibalas, de balasibombas, de bombasibalas, de bolos y bolas, de bobos y bobas hacen que mi cabeza esté a punto de estallar. Rinaldo, for God’s sake!, di o haz algo…Te he bautizado, te estoy distrayendo con mis desvaríos que a veces no lo son, sino más bien verdades como  catedrales, y tú como una momia, sin decir ni mu... Que conste que respeto tu actitud, pero deberías ser un poco más cortés; que no quieres hablar, pues allá tú, al fin y al cabo para eso estoy yo  aquí: para matar el tiempo, para embobarlo, para no tener un minuto de reflexión que me permita encontrar una salida a esta ciega locura. ¡Haz algo! ¡Muévete!... ¡Menos mal! Te has deslizado un poco, te has escurrido hacia abajo; ten cuidado, tampoco te vayas a caer, reconozco que es difícil mantenerse apoyado, la tierra está empapada de agua y no hay cohesión. Se me ocurre algo: voy a disparar. Estar en la guerra y no haberlo hecho me parece una estupidez. ¿A quién voy a disparar? A nadie, por supuesto; me horroriza pensarlo. Y estar en vías de ser héroe y no haber matado a nadie, no lo encuentro lógico. Rotundamente me niego a quitar la vida. Y esto que quede entre nosotros, esta confesión que te hago que no trascienda más allá de esta trinchera: si nuestros superiores llegaran a conocer nuestros auténticos sentimientos, más de uno se echaría las manos a la cabeza y pondría el grito en el cielo.¡ Anda que si las trincheras hablasen! Para quedarme tranquilo voy a disparar algo, al aire, eso, al aire, que mis disparos sean como fuego de artificio, eso. Siempre he sido muy hábil con las herramientas, para ser más exacto con las de labranza; mis manos han sabido sacarles fruto, pero ésta que tengo aquí a mi lado me cuesta lo indecible, un fusil no es lo mismo que un pico o una pala, es más complicado, lo admito. Creo que estoy buscando disculpas para no disparar y debo obligarme a hacerlo. Rinaldo de Taramundi, mírame ahora que tengo el fusil en la mano  ¿tengo pintas de héroe? Que alguien me diga algo y tenga la valentía de confesar la verdad, ¿tengo cara de héroe? Silencio en el fragor de la batalla. Me contestaré yo mismo: soy un pufo. ¡Puf! ¡puf! ¡puf!. Y voy a disparar: pim, pim, pim, pim, hasta las balas suenan a engaño; pum, pum, pum, pum, ya toman más consistencia, se hacen más creíbles. En el horizonte no se divisa a nadie, sólo humo, estruendo y unas supuestas sombras que pertenecerían al enemigo. Mis balas van al aire, donde no encuentran objetivo, se desintegrarán en la nada o por agotamiento caerán a tierra, en su trayectoria no dañarán a nadie, su misión será un fracaso. Se ha hecho de noche o quizá nunca fue de día, en un campo de batalla apenas se diferencia el día de la noche, los que por aquí pululamos nos acostumbramos a vivir en tinieblas, nuestros enemigos se convierten en espectros y nosotros únicamente somos las sombras de lo que fuimos. Bien mirado, esta atmósfera conserva cierta belleza tétrica: en el horizonte se ven resplandores, destellos de luz, flases repentinos que despiertan los sentidos y por un instante uno se olvida de su motivación y se pasma en lo estético. La guerra tiene su estética, como mi hogar tiene la suya. No es momento de comparaciones ni de añoranzas, hay que estar alerta, el enemigo puede estar cerca y hay que saber recibirlo: La mort nous attend, pas l’amour. Por más que hablo, la sensación de soledad no me abandona; mira que estamos rodeados por nuestros compañeros y por nuestro enemigo también, por qué no incluirlo, y sin embargo a pesar de este desamparo, el sentirme acompañado por seres desconocidos portadores de unas máscaras que ocultan a unas víctimas inocentes me conmueve y soy incapaz de ahuyentarlo. Es como si uno estuviera haciendo la guerra solo. Perdóname Rinaldo, sé que puedo contar con tu colaboración, como eres tan callado a veces te ignoro; espero que entiendas mi situación, pero por aquí no aparece nadie, ¿dónde están nuestros compañeros? ¿los ves por alguna parte? Me imagino que estarán muy ocupados matando al enemigo, aunque eso no los disculpa, recuerda: la unión hace la fuerza y aquí de unión  “rien de rien”, cada uno anda a su aire y al enemigo  ¿tú lo ves? Más bien lo suponemos; existir existe, pero cara a cara aún no lo hemos topado, así que mi sensación de soledad está más que justificada. Nunca me había sentido tan solo; este lugar me es extraño; tú, Rinaldo de Taramundi, a pesar de los esfuerzos que hago para comunicarme contigo, me pareces un desconocido; especificaré: hay momentos en que juraría que te conozco de toda la vida, como si nuestras existencias caminaran en paralelo desde su principio; hay otros en los que tu presencia me impone respeto y es un respeto frío, aterrador. No debería decirte esto, pero estoy tan perdido que mi único consuelo es la sinceridad. ¿A qué aspiramos los infelices que estamos aquí? ¿A un momento de gloria? ¿A un reconocimiento por parte de una sociedad que ignora las calamidades que conlleva una guerra? ¿A conquistar una porción más de terreno? Todas estas motivaciones ahondan aún más en ese aislamiento del individuo y lo conducen a un estado de desorientación, a mirar hacia la izquierda y la derecha, hacia arriba y abajo, y de estos cuatro puntos cree encontrar ayuda en el de arriba; le proporciona alivio pensar que los dioses velan y protegen a los descarriados. ¿ Por qué no recurrir a seres de carne y hueso, a seres terrenales más próximos a nosotros, a demandar su ayuda? o ¿desconfiamos de ellos porque no les hemos conferido el aura de la superioridad?. Rinaldo, ¿sabes lo que me gustaría hacer en este momento? Cantar, pero no lo hago bien; dadas las circunstancias tampoco importaría mucho; con tanto estruendo mi voz no se proyectaría más allá de esta trinchera, además  ¿qué le interesaría al mundo lo que canto? Cuando estaba en mi granja y veía a mis animales bajos de forma, ¡claro!  nunca sabía la causa de esos desánimos, aunque había veces que trataba de compartirlos con ellos, pero nunca me aclaraba, todo lo contrario, más bien me liaba, les cantaba canciones sencillas con historias muy elementales y advertía que su estado de ánimo cambiaba de repente y no sólo éste, su productividad también aumentaba considerablemente: las gallinas se deshacían en poner huevos, los conejos procreaban a rabiar y los cerdos redondeaban su figura hasta convertirse en auténticos boliches. Había sido una época de prosperidad, la abundancia desbordaba su generosidad en todos los ámbitos de la vida, no sólo en lo personal, sino también en el terreno afectivo. Mi relación con Rodelinda de Vilamor estaba en su punto más álgido; nuestro amor nos proporcionaba seguridad y nos convertía en el centro del mundo, todo giraba a nuestro alrededor, ignorábamos las vicisitudes con las que nos podía sorprender la vida, nos creíamos autosuficientes; después llegó la guerra y su ceguera nos cautivó, en ella vimos la culminación del desfogue al que tiende la juventud, el aflorar a la superficie unos deseos que, a no ser bajo los efectos de una locura colectiva, nunca se iban a manifestar: heroísmo, transgresión de lo establecido, ambición por lo fácil...No quiero seguir hablando de esto. Te comentaba que mis animales experimentaban una mejoría en su comportamiento cuando yo les cantaba, te decía también que eran canciones sencillas con historias muy elementales. A mí, en estos momentos, me apetece cantar  ¿puedo? De paso nos olvidamos un poco de este coñazo de guerra. Rinaldo, creo que te vi sonreír, ¡pues venga! ¡vamos allá!. Tengo varias canciones en mente y todas me parecen apropiadas para la ocasión, no obstante, escogeré la que más gozaba de nuestras preferencias, aclararé la voz, si no me oyes haz una señal  ¿vale? , ahí voy: “Ombra mai fu, di vegetabile, cara ed amabile, soave più. https://www.youtube.com/watch?v=q5v1PuhZ2zY Nunca fue la sombra de un árbol tan dulce, tan querida ni tan agradable. ¿Te ha gustado? Reconozco que me ha salido muy bien, la he cantado tantas veces. En la granja teníamos un plátano enorme y al cobijo de su sombra nos reuníamos mis animales y yo; cuando estaban tristes yo se la cantaba varias veces porque una sola no era suficiente. Eran tiempos felices, con una pizca de inocencia. Siempre me ha gustado cantar, desde muy pequeño he recurrido a la canción para expresar mis estados de ánimo; formé parte del coro de mi escuela y allí aprendí a modular la voz, a saber en cada momento el sonido idóneo que ésta debía tener para manifestar el estado de cada emoción. Aquí las emociones son muchas y muy contradictorias, podía cantar una canción trágica o cómica, pero siempre con el trasfondo del dolor y la desesperanza.¡ Qué va a inspirar un campo de batalla!. Rinaldo  ¡qué solos estamos! Tenemos la seguridad de estar acompañados y en realidad no hay nadie; se oyen estruendos y vemos destellos, se supone que unos son producidos por nuestros compatriotas y otros por nuestro enemigo, pero  ¿tú los ves? o ¿no estaremos combatiendo en nuestra propia guerra individual contra la muerte? ¿ Por qué la guerra al final siempre es un cuerpo a cuerpo contra el destino?. Tengo la sensación de carecer de pasado y de futuro, todo se centra en este trágico presente; el pasado me parece un recuerdo y el futuro una ilusión, por lo tanto vivo el instante, este instante. De repente se me ha ocurrido que en vez de hacer la guerra con armas ¿ y si la hiciera con palabras?, si con mi soliloquio pudiese ablandar al enemigo y llegar a un entendimiento mutuo, no lo dudaría y los emborracharía con mi verborrea, pero esto es pura quimera; adentrados en una guerra ciega, la irracionalidad se adueña del mundo y cualquier intento de entendimiento tiende al fracaso. Rinaldo de Taramundi  ¿estamos luchando solos? o  ¿estoy luchando solo? o... ¿eres la espuela que pica mi lengua para que siga hablando y no pare, porque tan pronto como hay un receso la vida parece como si se esfumase? No te preocupes, seguiré hablando hasta la extenuación, hasta que los dioses acallen mi voz y mi último suspiro sea el espíritu de ésta. Me expreso con resignación gracias a la cual contengo mi rabia, pero rabia  ¿contra quién? o  ¿contra qué? ¿quién será el chivo expiatorio contra le cual descargue mi ira? Porque este ambiente me enferma y no encuentro coherencia por ninguna parte; a veces aún cuesta encontrarla en la vida cotidiana, para cuanto más aquí. Necesito salir de esta trinchera, dar una vuelta, aunque sea a gatas, ver mundo y cerciorarme de que no estamos solos; me asfixio aquí adentro, es como si estuviera semienterrado, con la cabeza fuera, al nivel del suelo. Rinaldo  ¿te atreves? ¿no tienes cojones? ... ¡Qué vulgaridad! Perdona. Ésta muchas veces impregna los impulsos heroicos y parece concederles mayor credibilidad. Richtig oder falsch? Falsch. Vrai ou faux? Faux. True or false? False. Se ha hecho de noche, creo que es el momento oportuno para salir a inspeccionar; su oscuridad me protegerá, avanzaré con mucho sigilo y si en el cielo aparece algún destello de luz que pueda delatarme permaneceré inmóvil, me camuflaré entre los muertos, porque muertos van a aparecer, seré uno más de ellos. Seré como una alimaña. Rinaldo, ya te contaré lo que veo... (Tamerlano de Kastronkán salió convencido de su guarida, no iba en busca de alimento, iba en busca de convencimiento, necesitaba palpar el terreno “ in situ” , gateó siempre, amparado por una profunda oscuridad que, si bien lo cubría con la negrura de su manto, no le ayudaba en nada a vislumbrar el terreno. Había un fuerte olor a pólvora y el aire estaba enrarecido, todo esto se mantenía a cierto nivel del suelo, pero a ras de éste, un calor expulsado de las entrañas de la tierra se mezclaba con un olor acre, putrefacto que provocaba un vómito fácil. Tamerlano, en un principio no lo reconoció, más tarde lo intuyó y en una tercera fase lo asumió. La descomposición de la materia. Se arrastró entre despojos humanos, se agarraba a manos sueltas, a pies desparejados, a rostros sin nariz y a ojos hundidos, a torsos, a piernas y brazos descuartizados, todas aquellas piezas formaban parte de un rompecabezas que había que ordenar y completar. A ciegas había que crear un hombre nuevo. A través del tacto descubría un cuerpo, a través del tacto descubría su cuerpo. Agradeció a la noche su falta de luz; el horror era evidente, bastaba un solo sentido para percibirlo  ¿para qué implicar a los demás? Nunca había estado tan cerca de la desolación; su concepto del cuerpo humano había ido ligado a un orgullo juvenil, al exceso que su juventud le proporcionaba y nunca había pensado en una latente fragilidad; había rozado la decrepitud cuando en silencio contemplaba a sus padres y en el momento en que aceptó las cargas laborales que pasaban de padre a hijo, pero aquella decadencia de facultades que se albergara en el vigor de su cuerpo le parecía lejana o imposible. La carne descompuesta mezclada con la tierra, la sangre y el agua del sudor y de las lágrimas daban origen a una nueva materia. Su raciocinio lo transportó a la infancia, cobijado por el negro azabache de la noche; Tamerlano de Kastronkán, como un niño obediente, fue recogiendo de rodillas las piezas de aquel rompecabezas que se encontraban esparcidas a su alrededor, a tientas intentó dar cierto orden al desorden, cierto sentido al sin sentido; en aquel momento un disparo de cañón sonó en el vacío de la noche iluminando la escena, en unos instantes los sentidos de Tamerlano se agudizaron hasta tal punto que asumió ser el testigo de una Apocalipsis. La debilidad del destello sumió de nuevo la escena en una completa oscuridad. Bendita ésta que empaña la realidad. Tamerlano quiso decir algo, no pudo. Ninguna frase o frases tendrían sentido para expresar tal descripción, un gemido ahogado en su garganta le concedió cierta serenidad, una madurez repentina le ayudó a controlar sus emociones. Quiso incorporarse, ponerse de pie, casi le era imposible, al final lo logró. Le parecía un lujo mantenerse erguido, quería ser el reclamo de una bala furtiva y que ésta acertara, derribara la altivez de permanecer vivo y lo devolviera al mundo de la horizontalidad; sería la única manera de compartir la condición humana, de solidarizarse con aquéllos cuya suerte les había abandonado, al fin y al cabo todos formaban parte de la misma batalla. Tamerlano miró a su alrededor y no vio a nadie; la oscuridad y el silencio eran tan profundos que les pareció estar flotando en el vacío; la rabia le provocaba a desafiar a alguien, pero nadie le veía, formaba parte de una mancha negra, de una abstracción que lo camuflaba convirtiéndolo en un ser hipotético. Decepcionado, se arrodilló; ya que en la tierra no encontraba consuelo, por casualidad, miró hacia el cielo; no se veía nada, el aire estaba cargado, ambos conservaban la misma tonalidad, no se diferenciaban, ambos eran tinieblas; alzó su rostro intentando perforar con la mirada aquella barrera espesa que lo aislaba de lo sublime y no lo logró; el fracaso inclinó su cabeza, juntó sus manos en señal de oración y no rezó; la posición era correcta y sus intenciones lo ennoblecían, pero de su boca no salió ninguna palabra que insinuara la más mínima súplica. Debería volver a la trinchera y contarle a Rinaldo lo que había visto; la palabra  “contar” lo estremeció, quizá no necesitara expresar su horror de una manera oral, su rostro demostraría lo experimentado. Y empezó a gatear, a veces había obstáculos que se interponían en su camino y entonces reptaba; su marcha era a tientas, sin sentido; su orientación le fallaba en la oscuridad, sabía que donde hubiese un desnivel, allí iba a encontrar su refugio. Y llegó a su trinchera y se sintió cómodo, como  si volviera a su hogar, aunque sin recibimiento de bienvenida; el lugar adonde había ido a parar no era el mismo en el que se encontraba antes con Rinaldo; en voz muy baja lo llamó, nadie daba señales de vida, la trinchera parecía estar vacía, gateando recorrió unos cuantos metros y al fin se encontró con Rinaldo en la misma posición como lo había dejado: apoyado contra la tierra; lo contempló de forma diferente, le parecía otra persona, a pesar de la falta de claridad, y aunque la hubiera, aquel cuerpo era distinto, tenía ganas de contarle lo que había visto y al mismo tiempo había algo que lo retraía. Por un momento quiso abrazarle llevado por la alegría del reencuentro, se contuvo, se empezó a repetir que Rinaldo no era el mismo, había sufrido una metamorfosis...) Rinaldo! Rinaldo! Rinaldo! Sono io, Tamerlano, come va?.No sé cómo voy a contarte lo que vi , es tanto el horror, son tantas las decepciones e incoherencias que solamente mis ojos al llenarse de lágrimas pueden dar testimonio del dolor que presencié. Rinaldo, me encuentro decepcionado y engañado, engañado en dos sentidos: fui engañado y he engañado también. Me han engañado haciéndome creer que la guerra era la panacea donde se moldeaba su valor, coraje, valentía... Todos esos sustantivos que alimentan el ego de cualquier hombre y yo he engañado porque no he sabido corresponder a esas exigencias; todo lo contrario, he sabido responder a unas exigencias innatas, sentimentaloides, tales como la compasión, el extravío y la reflexión. Rinaldo  ¿qué hacemos aquí? Por una vez en tu vida di algo, muévete, dispara tu fusil, pero di algo, di algo que conceda cierta coherencia a esta situación; yo ya no tengo palabras, palabras que se digan en frases para expresar ideas; miro tu figura ensombrecida y me parece que no corresponde al lugar idóneo, estamos fuera de contexto. Aquí todo está fuera de contexto. Tengo frío, debo abrigarme, siempre traigo una manta pequeña conmigo, te ayudaré a cubrirte con la tuya... Rinaldo, casi no te veo el rostro, tu palidez lo ilumina, acabo de tocarte la mejilla y las manos y están heladas, la muerte es así de fría... Che spavento! Dio mio! Rinaldo è morto, Rinaldo è morto, Rinaldo è morto. Rinaldo  ¿Cuándo has muerto? ¿Antes o después de que me marchara? ... ¡Qué preguntas tan estúpidas! Ni de vivo me has hablado ¡qué voy a esperar ahora de muerto! No sé qué decirte, no se me ocurre nada... En esa posición estás incómodo, voy a colocarte un poco para que estés más presentable: limpiaré tu rostro con mi pañuelo, aunque no esté muy limpio al menos aclararé tus facciones y cerraré tus ojos; el cielo no vale la pena contemplarlo, está demasiado sucio, las nubes y el humo que lo cubren velan la esperanza y las ilusiones que hemos puesto en este lugar. Rinaldo de Taramundi, nunca he estado en mi vida tan cerca de la muerte, la que acabo de ver dispersa por ese campo de batalla me parece la ignominia más grande que se le puede hacer a un ser humano; la muerte, a nuestro pesar, tiene que recibirse en silencio, con respeto y recogimiento; a vernos todos en ella, a inclinar nuestra cabeza reflexivamente y quebrar la rigidez con que el orgullo obliga a ésta. Rinaldo, no sé si habrás estado vivo o muerto durante este soliloquio; da lo mismo, al menos hablé, al menos liberé la rabia, en voz baja traté de ordenar el mundo y de recomponer al hombre y  no he hecho nada, aclaré pequeñas parcelas de mi mente, como muchos otros hombres en múltiples campos de batalla llegarían al mismo convencimiento. Rinaldo de Taramundi, en estos momentos, cuando todo lo que nos rodea retorna a su segundo plano porque el corazón pide paso para hablar, por más que me esfuerzo no encuentro palabras hermosas que decirte, ésas que empleamos en la vida para ensalzar lo que nos agrada; recuerda, soy hombre de campo y tampoco soy muy ilustrado, no soy un hombre creyente que con facilidad hiciera brotar de su boca la oración más indicada. Y sin embargo, mereces que diga algo hermoso en tu honor... No se me ocurre nada, te puedo cantar algo, aunque las canciones que me vienen a la mente no son las más propicias para este momento... Ya recuerdo una, hace tanto tiempo que no la canto, la aprendí de pequeño en el colegio, en el coro, nos subían a una tarima y desde allí proyectábamos la voz hacia aquellas enormes bóvedas, creyendo que traspasarían sus gruesas piedras, con la esperanza de que fueran oídas más allá del recinto sagrado. Rinaldo de Taramundi, con una voz perdida en las edades del hombre y de la mujer, con una voz de niño-niña, de hombre-mujer, tu compañero de armas, Tamerlano de Kastronkán, te canta de rodillas su canción:
https://www.youtube.com/watch?v=teDVFRjrOvA
                                   

Oh Lord, whose mercies numberless

O’er all thy works prevail:

Though daily Man thy laws transgress,

Thy patience cannot fail.


If yet his sin be not too great,

The busy fiend control;

Yet longer for repentance wait,

And heal his wounded soul.

David. Saúl de Handel


                           Oh Señor, cuya infinita misericordia

                            Se extiende a todas sus obras:

                            Aunque cada día el hombre transgreda tus leyes,

                            Tu paciencia no puede desfallecer




                            Si todavía su falta no es demasiado grande

                            Refrena al demonio que la espolea

                            Dale todavía más tiempo para que se arrepienta

                            Y cure su alma herida.