La
única decisión a la que los hombres no tenían que enfrentarse era la más
dolorosa de todas. Era una decisión a la que sólo se enfrentaron las madres en
Auschwitz-Birkenau en junio de 1944. Aunque muchas de las mujeres de
Therensienstadt tenían el privilegio de vivir en el campo en Auschwitz-Birkenau
con sus hijos, en junio de 1944 ya sabían que serían enviadas a las cámaras de
gas. Debido a los fuertes bombardeos sobre Alemania por los aliados, los nazis
necesitaban mano de obra y realizaron una selección en el campo familiar a
finales de junio. Las madres de niños pequeños tenían la posibilidad de
presentarse para que las seleccionaran como trabajadoras, o la de quedarse con
sus hijos y ser enviadas a la cámara de gas. Sólo 2 de alrededor de 600 madres
de niños pequeños se presentaron para la selección; todas las demás decidieron
quedarse con sus hijos hasta el final.
Ruth Bondy ( Mujeres en el Holocausto, apartado
de mujeres en Therensienstadt y Birkenau)
Editado por Dalia Ofer y Lehore J. Weitzman.
S’acabó, s’acabó, s’acabó. Aún queda algo de
tiempo, no mucho, su valoración: lo más preciado que poseo junto con mi hijo;
hasta que se abra esa puerta y todas nosotras entremos agarrotadas a nuestros
hijos; no queremos dejar vida suelta, la de ellos va unida a la nuestra desde
el nacimiento hasta la muerte; si un hijo muere una madre también muere; la
puerta se cerrará y esta sala quedará vacía, no por mucho tiempo; llenaremos la
contigua, la llenaremos a rebosar hasta casi no poder respirar y en un aire ya
viciado: gritos, lamentos, desesperación…hasta que un gas nos amaine, nos
reduzca al silencio. Aún no s’acabó, queda algo, aún no s’acabado, un cuarto de
hora: 15 minutos, media hora:30 minutos, 10 minutos, 5 minutos; necesito
desmenuzar el tiempo, que éste me suene a números; aquí estamos acostumbrados a
ellos, los llevamos incrustados en la piel; los nombres apenas se usan; somos
un rebaño y como tal carecemos de individualidad; nos cuentan, si damos exacto,
cuenta perfecta, si no revuelo, investigación, la aritmética nunca falla. Nos
hemos desnudado, otras aún se están desnudando, desnudamos a nuestros hijos;
aquí la palabra desnudez adquiere un tono grisáceo; si nos arrimamos contra una
pared hasta podemos camuflarnos, su gris y nuestro gris casi es el mismo, con
un ligero toque de marrón muy desvaído; nuestra ropa pende de unos colgadores,
algunas de mis compañeras la dejan sobre los bancos; estamos de pie o sentadas,
nuestros hijos a nuestro lado, de la mano o agarrándose a nuestras piernas, los
más pequeños en brazos; casi no tienen espacio para agitarse, para desfogar su
infancia, sus juegos; siempre y cuando la malnutrición, la debilidad anímica
todavía no hubieran minado sus energías. Por nada del mundo queremos que se
alejen de nosotras, estamos constantemente pendientes de su presencia; ese
instinto de madres agudiza nuestra percepción sobre ellos, aunque nuestros
sentidos parezcan aturdidos y nuestros gestos extenuados por la vida en el campo, nuestra mirada siempre
está al acecho y con las zarpas
dispuestas ante cualquier contratiempo. Casi no hay pudor, ¿qué pudor puede
haber ante cuerpos esqueléticos carentes de atracción y deseo? De querer
ocultar solamente la fealdad, la decrepitud, una vejez prematura adquirida por
una vejación física y anímica; recordarnos lustrosas amarga el pensamiento, pero
ya no hay nada que recordar, o tal vez sí, el “ modus vivendi”, por llamarlo de
alguna manera, de cada día nos ha hecho olvidar lo que fuimos, y así no puede
ser, lo que fuimos lo seguimos siendo, pese a quien le pese; estos instantes en
que sólo tenemos presente y pasado adquieren gran magnificencia, deberían ser
como una especie de resumen de nuestras vidas, aunque nuestras mentes estén
embotadas por las penurias, un último esfuerzo sería propio de la dignidad
humana; somos tratadas como animales que van al matadero, para el opresor no
somos nadie, simplemente unas mujeres que se han negado a rendirle pleitesía, a
oponerse a un servicio solicitado por quedarse con sus hijos, porque nosotras
somos nuestros hijos y nuestros hijos somos nosotras; son muy pequeños para
caminar solos, no están aún preparados para la vida y menos para la muerte, para la locura mucho
menos, por eso este camino de locos lo recorreremos juntos, abrazados,
presionándoles contra nosotras como si quisiéramos que regresaran a nuestro
vientre, arrepintiéndonos de haberles dado a luz y entregado al mundo.¡Cuánto
barullo hay aquí adentro! La cabeza me da vueltas y necesito abrazar a mi hijo,
me encuentro desorientada, ¡ojalá
tuviera a alguien que me cogiese de la mano para guiarme!; sé que
nuestro destino está detrás de aquella puerta, no está lejos, pero me parece
una distancia abismal; a pesar de la fuerza y de la madurez de una persona
adulta me siento como una niña pequeña, un poco mayor que mi hijo y tan perdida
como él. Nos miramos unas a otras, asustadas, agitadas, descontroladas,
ofuscadas, extraviadas…adas, adas, adas y más adas, hadas de un cuento de
terror, de una pesadilla. Estoy en los huesos; reconozco que nunca he estado
muy gorda debido a mi profesión, pero ahora la poca grasa que se interponía
entre la piel y el hueso ha desaparecido. Siempre he destacado por mi delgadez,
pero mi estado actual es preocupante, mejor dicho, sería preocupante en una
vida normal, fuera del campo; aquí ser un esqueleto andante está al orden del
día, es el pan nuestro de cada día, y me relamo tan solo de pensar en un
mendrugo de pan; miro a mi hijo y un temblor recorre mi cuerpo endeble al no
poder darle ni una miga; el hambre se ha adueñado de nosotros todos, en cuerpo
y alma. Toda la negatividad del ser humano ha recaído en nosotras y nuestros
hijos. Nos han esquilado como a ovejas y no hemos dicho ni mu, ellas protestan,
balan, dicen be, be, be, be, nosotras ni mu, mu, mu, mu, ni un solo mu; tan
pronto como entramos en el campo creyeron despojarnos de nuestra feminidad
cortándonos el pelo; que lo hicieran por higiene, es posible, pero eran
conscientes de que el pelo para una mujer ha sido un rasgo de su
coquetería y arma de seducción; aquí
adentro todo lo que signifique desposeimiento será aceptado como normal. Sin
embargo, no se dieron cuenta de que nuestras facciones se realzaban, al carecer
de pelo y maquillaje más el trabajo forzado y la hambruna contribuyeron a que
nuestro rostro manifestase nuestra alma; en él se podía leer, no en caligrafía
sino en unos ojos desorbitados, pómulos hundidos, dentaduras salientes y un
gris pálido en la piel como si la sangre se hubiese negado a tintarla de rosa,
el olor, el dolor y el color de nuestro interior. Si en el mundo exterior
siempre nos hemos esforzado por demostrar y ser portadoras de belleza, aquí es
la cara opuesta. ¿Existe el futuro? En mi caso no, en mis condiciones no; mis
compañeras y yo estamos abocadas a desaparecer junto con nuestros hijos, ellos
podían ser el futuro, pero el futuro lo absorberá el presente; todos estos
niños desconocerán los tiempos verbales de futuro, ni los simples ni los
perfectos porque su época es imperfecta. Famélico como está y aún así cuánto se
parece a su padre; qué felices fuimos cuando vino al mundo, al otro mundo, no
contábamos con éste, éste desbarajustó nuestros planes de vida y no sólo la
nuestra, la de millones de personas también. Necesitábamos concebir un hijo,
toda mi vida, desde muy pequeña, había estado dedicada a mi profesión: la
danza. Primero fue un sueño infantil para convertirse en una realidad en la
edad adulta; años enteros disciplinando un cuerpo, doblegándolo a ejercicios
rutinarios para más tarde liberarlo y entregarlo a la perfección de unos
movimientos en el escenario; lo había logrado todo: reconocimiento de la
crítica y de unos aplausos que cada noche llenaban mis oídos, animándome a
seguir creando ensoñaciones, a soñar y a hacer soñar, y de pronto me di cuenta
de que los años pasaban, de que mi cuerpo necesitaba procrear en un sentido
material, tangible; me dije a mí misma que ya era hora de bajar de la nubes y
de poner los pies sobre tierra firme; toda la energía que acumulaba mi cuerpo
podía dividirse, compartirla y nada mejor que con un hijo. Fueron nueve meses
de auténtico descubrimiento; mi cuerpo iba cambiando poco a poco; mi cuerpo
siempre fue algo cambiante, como las fases de la luna, no era el mismo a las
diez de la mañana que a las diez de la noche; los movimientos y gestos que
realizaba rutinariamente durante el día en tareas de la vida cotidiana, cuando
subía a un escenario, se arraigaban a una música que me poseía; me dejaba llevar
y ya no era consciente de aquella mujer que hacía unos instantes había estado
entre bambalinas; pertenecía a un mundo de sueños y era un ensueño para todo
aquel público, para mi público que me contemplaba desde la profunda oscuridad
de la sala. Me entregaba al mundo espiritualmente por medio de mi cuerpo, pero este cuerpo mío me pedía algo más no tan
espiritual sino más “mamífero”, y llegó Donalbai, mio figlio, io la sua madre. En la clínica, cuando después de dar a
luz lo pusieron sobre mi pecho, me quedé atónita, paralizada, casi ni podía tocarle,
era tanta la fragilidad que veía en él que mis manos se vieron empujadas por
una música inconsciente a acariciarle; con el primer roce me dieron ganas de
darle el mundo, pero mis manos estaban vacías y solamente dispuestas a cogerle.
Y sin embargo, le prometí en pacto de silencio, como la primera complicidad
entre madre e hijo, llevarle al teatro en andas y en volandas una vez que
estuviera repuesta; así fue, después de algunos días y ya de vuelta a casa allí
nos fuimos los dos; de camino, él en su carrito y yo empujándolo, advertí que
mis pies volvían a adquirir la agilidad de la que siempre habían gozado, aceleré
el paso sin querer y con la rapidez de una coda me encontré en mi segunda casa;
entramos por la puerta de artistas, era una hora en la que el teatro solía
estar casi vacío; llevé a mi hijo recién nacido a mi camerino, me hacía una
enorme ilusión que sintiera el ambiente en que vivía su madre; sabía que era
muy pequeño para comprender, pero me fue imposible contenerme porque tanto él
como mi vocación por la danza eran mi vida. Me vestí de blanco y calcé mis
zapatillas, a él también lo había vestido de blanco; no había nadie por los
pasillos y me dirigí al escenario, amparándolo contra mi pecho me situé en el
centro, reinaba una profunda oscuridad y silencio tanto en el aforo como en
escena, me temía un llanto y el llanto se desencadenó, los dos lloramos, ¿los
motivos? Nadie los sabe; para no alargar la angustia pulsé un interruptor y un
foco proyectó un círculo perfecto de luz, una luna llena, nosotros dos en el
centro y el miedo se diluyó, las tinieblas dieron paso a la luz, le miré y una
serenidad semidormida cubría su rostro, al oído le susurré:” ¡Eh! Donalbai,
despierta, estamos en el universo”, entonces, sin salirme de aquel círculo lo
volví a estrechar contra mi pecho, me elevé y empecé a girar en la punta de mis
pies, y giré y giré, y giré y giré, y giré y giré, y mi corazón se alegró y
bombeó la sangre con más fluidez, sentí sus latidos y susurré de nuevo a
Donalbai: “Escucha, así late nuestro universo”. Mis pies ahora están
estropeados, desfigurados, maltratados, inutilizados, apretujados...ados, ados,
ados y más ados, todo esto es un mal hado. Lo que llevaba puesto no tiene
nombre, llamarlo calzado sería un insulto, en su momento fueron unas botas, lo
que son ahora ni parecido, están tan ajadas que ni forma tienen; a veces me
apretaban, cuando aflojaba los cordeles con que las sujetaba, la suela se
desprendía de un lado, ampollas y durezas, por no decir unos pies completamente
desfigurados hacían que caminara con dificultad; y esos harapos que cubrían mi
cuerpo, ese jersey de lana que me lo agencié después de muchas artimañas y
gracias a él el frío del invierno no calaba tan fácilmente mis huesos; mira,
ahora todas estas humildes posesiones, esta segunda piel mía, están colgadas y
mis botas en el suelo, estoy completamente desnuda, igual que mi hijo, mis
compañeras otro tanto, pero siempre quedan algunas rezagadas en desnudarse y en
desnudar a los suyos; les damos el trabajo hecho, una vez cadáveres
directamente al crematorio, qué crudo es decirlo, qué crudo es asimilar la
realidad; nuestros huesos se marcan a través de la piel, nuestros pechos se han
convertido en pellejos, nuestras caderas han perdido su redondez y adquieren la
forma de la pelvis; volviendo la vista atrás, nunca me hubiera imaginado que mi
vida tuviese un final tan trágico. A decir verdad, nunca o muy poco había
pensado en la muerte, estaba demasiado ocupada con mi juventud y mis éxitos; el
final lo veía muy lejano y siempre con la convicción de que según habría sido la vida así sería la
muerte, ésta última magnificada como si fuera la escena final sobre un
escenario; en la ficción me había muerto tantas veces que me imaginaba que,
llegado el momento, todo sería igual, aunque todo esto visto desde la lejanía.
Ésta es mi realidad, estoy frente al fin y la imaginación ya no funciona, el
tiempo se acorta; todas las que estamos aquí con nuestros hijos somos víctimas
de una época, de un momento en la historia de la humanidad que nos ha tocado vivir, los acontecimientos nos
han arrastrado hasta este abismo, inocentes; hemos intentado preservar el
futuro que representaban nuestros hijos y por una decisión nuestra de lo más
humana y natural nos condenan, nos aniquilan. No podemos luchar contra ese
empuje, contra ese imán que se encuentra detrás de aquella puerta y que atrae
los cuerpos, pero en nuestras mentes, en mi mente ¿aún no queda un rescoldo de
rebeldía de aquella armonía en la que estaba envuelta mi vida? ¿qué ha sido de mis sueños pasados y futuros, de mis
ilusiones? Me niego a pensar que no quede una brasa incandescente entre la
ceniza. Aquí todo es ceniza, cuando se entra en este campo se intuye el destino
de cada persona: convertirse en ceniza, la hay por todas partes, esas chimeneas
la escupen constantemente, se respira en el aire, se palpa en cualquier cosa
que se toca y ese color gris ceniza, que todo lo cubre, captura el auténtico
color de la escasa naturaleza que nos rodea, hierba sólo hierba y nosotros
todos, seres humanos nos convertimos en cenizos, en malas sombras que pululan
por el campo, figuras fantasmales de la degeneración de gente sencilla,
corriente, engañada. Me rebelo contra la palabra; es cómico rebelarse contra un
sonido, y sin embargo, en éste se halla su contenido, quiero que esa zeta en su
articulación interdental, fricativa y sorda exteriorice la rabia que ahoga mi
garganta, la voy a pronunciar en voz baja, sofocada para que su articulación
salga de mí y vuelva otra vez a mí: ceniza, ceniza, ceniza, ceniza, zeniza,
zeniza, zeniza, zeniza, zeniza, zeniza, ze-ni-za, ze-ni-za, ze-ni-za, ze-ni-za…
la ceniza va a ser el zenit de nuestra vida. Nadie se ha enterado de mi
travesura, ni mi hijo tampoco, ya hay bastante tensión en el ambiente como para
crisparlo en el último momento con mi arranque de rabia. Y mi familia ¿qué fue
de mi familia? Mi mente está tan embotada en estos momentos que no consigo
poner orden en ella, me debato entre el recuerdo y el olvido, quiero aprovechar
cada instante para llenarlo con algún suceso importante de mi vida, pero esta
debilidad mental me lo desbarajusta. Ya fue hace tiempo cuando vi a mis padres
y hermano por última vez; nos separaron, ni un instante para decirnos adiós; lo
que antes había sido un núcleo familiar compacto quedó diseccionado en partes y
cada uno fue enviado en una dirección y destino diferentes. Quiero pensar en
ellos y necesito pensar en ellos, son mi vínculo con el pasado, pero el
presente es tan tenso y absorbente, tan exigente conmigo misma, que su recuerdo
pertenece a una nebulosa, precisaría de más tiempo y tranquilidad para que su
imagen se hiciese más nítida en mi mente; eso no es posible. La ceniza no
solamente vela los cuerpos sino también las mentes. Mis seres queridos ¿qué ha
sido de ellos? Mis amigos, mis conocidos, estamos perdidos, esparcidos en un
mundo hostil, dando tumbos, con la esperanza de que en algún momento nuestra
época sedimente en aguas más tranquilas, algunos nos quedaremos en el camino y
los que continúen, que encuentren sosiego y comprensión en un mundo más justo.
¿Qué será de Entrambasaguas? Mi amado y padre de mi hijo; lo quise y lo quiero
con locura, pensar en él produce en mi mente una sensación de felicidad, ¿dónde
andará? ¿dónde andará? ¿dónde andará? ¿dóndandará? ¿dóndandará? ¿dóndandará?...¿Sabrá
que estamos aquí? Incertidumbre, nada más que incertidumbre. Por muy lejos que
esté, mi hijo me lo acerca, tan solo con mirar su rostro, tiene un parecido tan
enorme con su padre, son como dos gotas de agua, salvando las edades, claro. Fuimos,
ya no volveremos a serlo, los dos tan felices; hubiésemos necesitado más tiempo
para consolidar la pareja, compartir más vivencias hasta llegar a la convicción
de que estábamos destinados el uno al otro, de que ambos recorreríamos el mismo
camino hasta el final; sin embargo, los años que estuvimos juntos fueron de una
completa armonía, nunca surgieron problemas entre nosotros, podía decirse que
vivíamos en una luna de miel; decidimos concebir a Donalbai de mutuo acuerdo;
una vez que éste llegó al mundo nos hizo comprender que nuestra innata soledad
se veía abocada hacia él, era nuestra confluencia, un punto de partida en el
que ambos deberíamos abandonar nuestra individualidad para canalizarla hacia
nuestro hijo. ¡Oh Entrambasaguas! Por un instante quiero saborear este
recuerdo, no sé dónde estarás, pero en el silencio de mi mente, de este mundo y
en el de la muerte revivir esa experiencia me hace sentir más unida a ti;
¿sabes? En estos momentos le he dado la mano a Donalbai, me ha mirado y en sus
ojos te veo reflejado, le he dado un beso en la mejilla, a ti te daría dos: uno
en la mejilla y otro en la boca, uno de cariño y otro de pasión. ¡Qué tonta me
pongo! Cuando me sale mi lado romántico me pongo tan meliflua, en estos
momentos hasta lo cursi resulta tan embriagador; ¡hacía tanto tiempo que no
experimentaba estas sensaciones! Ahora que estoy en vena voy a evocar un
recuerdo de nosotros tres; nunca se lo he contado a nadie, me parece el momento
idóneo para hacer una confesión; nunca nos hicimos una foto donde estuviéramos
los tres, quizá por dejadez o por…no lo sé, pero yo en mi mente conservo una
que nos representa como familia, como una unidad de tres miembros, no marca
ningún hecho sobresaliente, simplemente un instante de nuestras vidas, cotidiano
y visto desde fuera, sin estar implicado, insignificante. Entrambasaguas no sé
si lo recordarás: era una tarde de invierno y estábamos en casa, nuestro hijo
comenzaba a dar sus primeros pasos, tú decidiste situarte en un extremo del
pasillo y yo en el otro; yo lo sostendría y ambos nos dirigiríamos hacia ti; me
gustaría saber el porqué, pero esa acción se me quedó grabada; estaba descalza
y fui inmediatamente a calzarme, me puse mis zapatillas de ballet y mientras
ataba las cintas me di cuenta de que no podía ayudar a mi hijo a caminar si no
las llevaba puestas; no era apropiado llevar otra clase de calzado, me parecía
la gran ocasión para que ambos, yo con paso firme y él titubeando, empezáramos
a dar los primeros pasos en su vida incipiente; me puse de puntillas, amparé su
cuerpo y la torpeza de sus pies en contacto con el suelo me hicieron evocar la
torpeza de mis diminutos dedos, en edad infantil, al posarlos sobre las teclas
de un piano; no hizo falta invocar a Chopin, su Berceuse (audición:http://www.youtube.com/watch?v=u_vdFjK2tYY&feature=youtu.be) nos acompañó en nuestro pequeño recorrido, el dar un
pasito era pulsar una tecla y deseé que todos los pasos que diese en su largo
camino de por vida fuesen tan musicales como éstos primeros. Mis pies pisando
seguros junto a los de él, años de ensayos, de giras por los teatros del mundo
soñando y haciendo soñar, y aquí a mi lado mi sueño, mi propio sueño hecho
realidad y al final tú, mi Entrambasaguas, aguardándonos con los brazos
abiertos; los tres nos fundimos en un gran abrazo, fue nuestra escena final,
quién nos iba a decir que nunca más íbamos a estar tan juntos. ¿Por qué nunca
existe una foto o un justificante de momentos improvisados, claves en una vida?
A medida que pasa el tiempo aquí adentro crece la agitación, cada vez se oyen
más llantos de niños, ellos no son conscientes de lo que ocurre más allá de esa
puerta, nosotras sí lo sabemos; en el aire se respira la fatalidad, esta
situación tan sórdida da a entender un destino trágico y los niños lo
presienten. Donalbai está a mi lado, a veces me da la mano, otras la suelta,
pero no se aparta de mí, recorreremos juntos los últimos metros. Miro a mi
alrededor; somos seres anónimos, venimos de procedencias diversas, en una vida
normal seguro que no nos encontraríamos nunca; el destino nos ha juntado en una
senda que nos conducirá a un mismo fin. Me hubiese gustado intimar con mis
compañeras, a algunas las conozco de vista por habérmelas cruzado en el campo o
por haber intercambiado unas palabras en situaciones puntuales, a otras seguro
que también, pero aquí el paso de unas semanas puede causar auténticos estragos
en el físico de una persona y lo que hoy se reconoce al cabo de algún tiempo
sorprende la novedad. ¿Cómo estaré yo? Ni un espejo para mirarme, flaca, eso
sí, como mi hijo, hecha un adefesio, gris, camuflada en el entorno,
camaleónica, en ese cambio tan radical desde que entré aquí hasta ahora que voy
a salir: desde el rosa carne al gris ceniza. ¿No me quedará aún algo de sangre para colorear
mi rostro? A mi hijo le encantaba colorear una vez que terminaba sus dibujos,
cogía los lápices de colores y les deshacía la punta hincando color y energía
en aquel pequeño mundo de una hoja de papel. Por decir algo, sé que estoy
pálida, descolorida, gris, a mi cuerpo ya no le puedo hacer nada, ¿entrar en
carnes con la velocidad de un rayo? Ausgeschlossen,
ausgeschlossen, ausgeschlossen…lo admito, entraré por aquella puerta como
esqueleto andante y saldré como esqueleto yacente. Pero ¿y mi rostro? ¿el
espejo de mi alma? Como que me llamo Sebe de Abades que no voy a ir pálida, me
niego a pasar al otro mundo sin llevarme el color de éste. ¡He pronunciado mi
nombre! Me suena a otra persona; estaba acostumbrada a identificarme con un
número que apenas lo reconozco, voy a repetirlo: Seb d’Abad, Seb d’Abad, Seb
d’Abad, Seb d’Abad, Seb d’Abad…ese acento francés le queda tan bien. Veo que
aún quedan en mí restos de mi otra vida, esos pequeños toques de gusto y
delicadeza que impregnaban instantes convirtiéndolos en únicos; la ternura de
un gesto, la observación con el consiguiente comentario incisivo, pero no
hiriente…todo gozaba de sutileza. Aquí lo que han logrado los opresores es
embrutecernos, o al menos eso eran sus intenciones, externamente es posible que
lo hayan conseguido; internamente hay como un desdoblamiento de conciencia, una
sometida sin duda a ellos y otra que conserva las cualidades innatas y
adquiridas de ese ser, ésta segunda es la que estoy descubriendo en mí; creía
que me la habían anulado, pero tan pronto empiezo a escarbar en mi interior,
hay algo que brota, que me dice que aún estoy viva, que la dignidad de la vida
por muy poca que me quede está presente y dispuesta a luchar, a defender su
honorabilidad. Nos han denigrado hasta más no poder, han jugado con nuestras
vidas como han querido y no han podido con nosotras, han puesto en una balanza
nuestros destinos: la vida o la muerte, pero la vida que habíamos llevado en
nuestras entrañas durante nueve meses nos reclamaba, no podíamos abandonarla,
dejarla en sus manos; y llegó la sabia decisión, sin dudarlo, surgida de una conciencia
limpia, valiente: nos abrazamos a nuestros hijos, no éramos una dualidad,
éramos una unidad. He razonado conmigo misma y en ese aspecto estoy tranquila y
convencida de haber tomado esa decisión, quizá necesitaba una última revisión a
lo que ha dado paso a mi destino; no queda ningún rescoldo de arrepentimiento.
El tiempo se acelera, aquí ya estamos preparadas, estamos desnudas y nuestros
hijos también, igual que cuando los trajimos al mundo, entrar y salir de él
requiere despojo; contemplar rostros y leer en ellos el estado de su alma es
nuestro último paisaje, casi ni podemos movernos, entraremos en manada, nadie
pronunciará palabras hermosas de despedida, no agitaré mis brazos en señal de
vuelo, no giraré indefinidamente como tantas veces había hecho en escena, no
rotaré con la ayuda de rotación de la tierra; vamos a desaparecer sin más, sin
una poesía, sin una oración, sin saber lo que nos depara el más allá; me niego
a que estos últimos instantes de mi vida sean tan áridos; para empezar necesito
color, sangre que corre por mi cuerpo: manifiéstate en mi rostro, yo te
conjuro…pellizcaré mis mejillas y morderé mis labios… me hago daño, no me
importa, me ruborizo, noto un ligero calorcillo en la piel, y en mis labios
también, sigo mordiéndolos hasta que brote un rojo pasión, esta es mi pasión,
una pasión a base de tormentos, la pasión amorosa es otra, muy distinta,
irreconocible ahora. Ya soy una mujer bella, no, aún me falta algo, mojaré con
saliva mis pestañas, una bonita mirada lo dice todo, me encuentro guapa,
experimento la misma sensación que ante el espejo, una última mirada antes de
entrar en escena, una última visual para asegurarme de que estoy perfecta.
Ahora no tengo nada que ofrecer; en un escenario el artista se entrega a su
arte y a recrear sueños, y aquí, en este escenario, no hay cabida para soñar,
han eliminado en nosotras esa capacidad; en este espacio sórdido estamos
sujetas a la realidad en su estado más crudo, pero ya Sebe de Abades, y en su
pronunciación francesa Seb d’Abad, en nombre de los sueños me opongo, como
representante del arte de la danza me rebelo contra esta indiferencia ante la
muerte; me corroe esta resignación por no explotar hasta el último momento un
rayo de ilusión, por no rebuscar en nuestra mente aturdida algo que diese
origen a una sonrisa de despedida; es tanta la barbarie que ha recaído sobre
nosotras que quizá mis compañeras hayan llegado a un punto de desesperación tan
insoportable que, el poco ánimo que les queda, es arrastrar los pies y recorrer
los pocos metros que las separan de la puerta. Yo haré lo mismo, con mi hijo
Donalbai, los dos nos agarraremos de la mano y juntos daremos los últimos pasos
sobre la tierra, sobre esta tierra que tanto es nuestra como de ellos, aunque
los opresores sólo han sabido mancharla, pero mis pasos van a ser muy
especiales; espero tener energías para lograr una pequeña ilusión que ahora se
me encapricha. No quiero perder el color del rostro, intentaré conservarlo
hasta el final, pellizcaré de vez en cuando las mejillas, o lo que queda de
ellas, y morderé los labios, humedeceré las pestañas con saliva, tendré un
aspecto saludable, o cómico. En esto consiste mi coquetería, es todo tan
natural…A mi cuerpo ni le toco, ya está tocado por el hambre, la enfermedad.
Donalbai, hijo, tú también estás asustado, no me extraña, este estado de espera
trastorna los sentidos, todas nos miramos, agarramos a nuestros hijos, los más
pequeños a duras penas se mantienen en brazos, los mayores caminarán, el
trayecto no es largo, unos cuantos pasos y el recorrido sobre la tierra habrá
terminado. Donalbai, hijo, quisiera decirte tantas cosas y no sé por dónde
empezar; no encuentro un comienzo porque quizá no haya más que decir, me he
secado, no tengo palabras, en ningún idioma habrá palabras para explicar esta
terrible sequía que se ha extendido sobre la tierra, el dolor donde mejor está
es en el silencio porque exteriorizarlo es inútil, nadie lo oye; agárrate a mi
mano, los dos vamos juntos a dar nuestros últimos pasos, yo te traje a este
mundo con la idea de que caminaras por él, de que fueras un gran caminante y
descubrieras todas las bellezas y logros que el ser humano ha alcanzado, pero
es todo lo contrario, esto que nos rodea es la cara oculta, el lado oscuro del
hombre, lo inconfesable, lo salvaje, el animal. Pero mamá aún sigue soñando
porque siempre ha creído en la belleza, ésta ha estado muy presente en todos
sus actos y en el escenario, un granito de arena más para que el mundo fuese un
poco mejor. ¿Qué me dices, cariño? No te oigo, habla un poco más alto, hay
tanto revuelo; ya, ya, ya te entiendo, tienes sed, yo también, todos tenemos
sed, debemos aguantar, aquí nadie nos va a socorrer. Sitio, sitio, sitio, sitio,
sitio, sitio, sitio, sitio, sitio, sitio, sitio, aguanta un poco más,
pronto todo va pasar. ¿Qué pasa?...¿qué pasa? La puerta se está abriendo, la
procesión va a comenzar. Donalbai, júntate a mí, y caminemos despacio, cuatro o
cinco pasos antes de llegar al umbral; mamá te cogerá en brazos, no sé de dónde
voy a sacar fuerzas porque tú ya estás crecidito, sin embargo sé que lo voy a
conseguir, entonces yo me alzaré y caminaré en la punta de los pies, como si
calzase mis zapatillas de ballet, no quiero pisar ni que pises esta tierra,
ya no pertenecemos a ella…Donalbai a mis
brazos, cariño, abrázame fuerte…No oyes, escucha, escucha, escucha, escucha,
escucha, la canción de otra tierra, una nueva tierra nos canta…
Wohin ich geh’? Ich geh’, ich wandre in die
Berge.
Ich suche Ruhe für mein einsam
Herz.
Ich wandle nach der Heimat!
Meine Stätte!
Ich werde niemals in die Ferne
schweifen.
Still ist mein Herz und harret
seiner Stunde!
Die liebe Erde allüberall
Blüht auf im Lenz und grünt
auf Neu!
Allüberall und ewig blauen
licht die Fernen!
Ewig… ewig…
¿ Dónde voy? Voy, camino por las montañas.
Busco
paz para mi solitario corazón.
¡Camino
hacia la patria! ¡A mi morada!
Nunca
más recorreré el mundo.
Mi
corazón está tranquilo y espera su hora.
¡La
amada Tierra por todas partes
florece
en primavera y reverdece de nuevo!
¡Por
todas partes y eternamente se ilumina de azules
en la lontananza!
Eternamente…eternamente…
Das Lied von
der Erde
Gustav Mahler
(final de) La canción de la tierra.
Gustav Mahler
Muchas felicidades por esta historia tan acabada y expresiva. A mí tus seres imaginarios me recuerdan las Ideas platónicas. Son encarnaciones del Bien, la Belleza o la Verdad. Pero, confrontados con situaciones límite, se transforman en personajes rotundos, capaces de demostrar su auténtica humanidad, como Sebe de Abades.
ResponderEliminarMuchas gracias por esa espléndida literatura y la música alusiva.Es un recurso muy original.
Me ha gustado mucho, concretamente la hondura, humanidad y, a la vez, la frescura con las que consigues plasmar plenamente y creo que de manera muy "contemporánea" al personaje en ese flujo de conciencia crucial, pero nunca sobreactuado. Esperaremos la próxima entrega.
ResponderEliminarVisto el blog y leída la narración, felicidades y ánimos en esta nueva empresa. Espero nuevas narraciones. Creó que fue Adorno quien dijo que después de Auschwitz no cabe escribir poesía. Yo aquí me pregunto si en las antesalas de las cámaras de gas, en los vestíbulos donde los prisioneros se desprendían de sus ropas y pertenencias , había lugar para los buenos sentimientos, para la ternura, los recuerdos felices, la mirada cálida hacia amigos y seres queridos . Muchos lo dudaran, e incluso pensaran que es una aberración imaginarlo, pero yo estoy seguro que las madres que entraban en la antecámara de la muerte, sabiendo lo les esperaba, con la compañía de sus hijos pequeños, si albergaban sentimientos de ternura y cariño para sus niños , a quienes no dudaban de proteger frente lo inevitable con sus propio cuerpo. Adorno no tenía razón, la literatura sobre el Holocausto nos ha enseñado que los infiernos de Auschwitz, Treblinka, Sobidor, Belzec, Majdanek, Chelmmo (los seis genuinos campos de exterminio), y los cientos de lager nazis, no fueron capaces con todo su horror de eliminar la humanidad de los internados de toda condición, y cuando digo humanidad digo esperanza, solidaridad, compasión, capacidad para la ternura, e incluso perdón al verdugo. Adorno no tenia razón, después de Auschwitz si es posible escribir poesía y tener fe en ser humano. Como muestra tu relato mientras exista una madre que estreche a su hijo y le ofrezca ternura si es posible mantener fe en la capacidad del ser humano para lo mejor en las peores situación. Lo dicho felicidades por la narración Ignacio.
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