martes, 7 de junio de 2016

TORMENTA


                                                     

    
                                                                          
                                                                "Fiestra" X. Martiño.     

                 Abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar, abrir o cerrar...terrible dilema. Abrir o cerrar una ventana. Era verano y el día se había cargado con un calor sofocante, pesado, que dejaba el cuerpo aplanado, desaborido ante cualquier intento de ánimo; se veía venir que a la tarde baja se desencadenaría una tormenta y así fue, duró hasta bien entrada la noche, hubo de todo: estruendos de toda clase de intensidades, rayos y relámpagos que resquebrajaban el cielo con rabia, con furia, la lluvia caía a mares... podía decirse que la atmósfera se había desahogado a gusto, había empleado una gran orquestación; si su intención había sido impresionar, la verdad es que lo había conseguido. Cedemonio siempre había experimentado auténtico terror hacia las iras del cielo; le parecían una especie de venganza o castigo hacia algo o alguien que inocentemente desconocía; nunca se había planteado que la tormenta en sí era una especie de alivio de la naturaleza que, dadas las circunstancias atmosféricas, carga sus energías y en un momento dado necesita expulsarlas; cuanto más ruido causen, más espectacular es la tormenta. Cede había estado trabajando toda la tarde en su estudio y había mantenido la ventana cerrada para alejar el calor pegajoso del día; estaba inmerso en un trabajo de investigación que le absorbía todo su intelecto; el mundo exterior le parecía remoto, un lugar que no tenía nada que ver con él; llevaba una temporada en que solamente vivía por y para la misión que se había propuesto conseguir. Las primeras señales de tormenta apenas las había advertido, o si las había advertido, pronto el olvido les había restado importancia calificándolas de engorro e intrusas en una labor que requería la máxima concentración. La tarde transcurrió anodina, insustancial, con un calor y bochorno enfermizos, transmitiendo a los cuerpos una dejadez por derretirse; sin embargo, Demonio estaba seguro, al cobijo, todo lo que pudiera pasar en el exterior le traía sin cuidado, tampoco eso, simplemente ese exterior no existía. El cielo se oscureció y se adelantó la noche, la lluvia se intensificó arrastrándola el viento de un lado a otro, a su capricho; de repente, se oyó un terrible estruendo, el cielo y la tierra temblaron, el edificio en el cual vivía Monio vibró, él al instante salió de su ensimismamiento y regresó a la realidad, sintió miedo, creyó haberse convertido en el punto de unión entre cielo y tierra y tembló también; desde los pies experimentó un hormigueo que ascendía por sus extremidades y conquistaba su cuerpo y mente; las entrañas de la tierra se declaraban en guerra también; intentó dominar aquel miedo, pero fue incapaz de conseguirlo, se dirigió inmediatamente a la ventana para asegurarse de que estaba cerrada, no le bastó con mirarla, tuvo que comprobar que el cerrojo estaba pasado. Se quedó mirando al exterior, la luz del día había menguado, la atmósfera estaba cargada y la tormenta se hallaba en plena efervescencia; estaba como atontado, era como si hubiese despertado de un sueño repentinamente, adaptarse al mundo real llevaba su tiempo. Sintió una seguridad insatisfecha, casi antinatural, una especie de cobardía acechaba aquella tranquilidad, a través del cristal de la ventana fijó la mirada en la tormenta como queriendo descifrar las claves o la fórmula de su composición; se dio cuenta de que no estaba trabajando, no podía proyectar las tácticas de su profesión, analizarlo todo bajo un punto de vista científico; su mirada perdió intensidad, lejanía y ya no atravesó el cristal, se quedó con su superficie y en ella se reflejaba su rostro, era un rostro asustado, se compadeció de sí mismo y se vio ridículo, para darse ánimos empezó a autoengañarse diciéndose que aquella situación no podía ocurrirle a un hombre dedicado al estudio, a un hombre cuya misión era desentrañar secretos sobre ciertas materias científicas, a un hombre cuyo tiempo lo empleaba en labores sumamente importantes... a un hombre... a un hombre... a un hombre... a un hombre... De pronto la palabra  “hombre” le empezó a sonar a falsedad, porque lo que en el fondo estaba rabiando decir era: “tengo miedo”; intentó pronunciar aquella frase para sí, en silencio, carente de sonido y no pudo, ¿y si la pronunciara en voz baja?, no fue capaz; miró su imagen reflejada en el cristal y le dijo sin más preámbulos: “tú tienes miedo” y se quedó aliviado. Tan sencillo como cambiar de persona. Una ráfaga de viento lanzó un gran chorro de agua de lluvia sobre la ventana; Demo tuvo la sensación repentina de haber despertado, pero no de un sueño, más bien se diría de haber despertado una clarificación, pasar de un ofuscamiento hacia una visión inteligible de aquel miedo. Había disfrutado de tormentas, habían sido tormentas muy especiales, tormentas musicales; se había esforzado en estudiar la instrumentación que el compositor había querido expresar, con su obra éste había imitado a la naturaleza; había asistido y gozado de momentos en que la música convertía cualquier fenómeno natural en pura abstracción; había visto bailar a hombres y a mujeres bajo musicales desenfrenos atmosféricos y presenciado el desencadenamiento de pasiones humanas en el que la voz bregaba por expresar sus sentimientos más íntimos en medio de una tormenta de armonías contundente y sublime. Hecha esta reflexión, advirtió que su miedo perdía en intensidad, también la razón ayudaba a su entendimiento; llevado por aquel autoanálisis acercó la mano al cristal como queriendo palpar aquella lluvia, el cielo se iluminó, hubo un estruendo, no tuvo miedo, no se sobresaltó, hizo suyo aquel sonido y el relámpago también, en su interior sus sentimientos a veces adquirían aquellas connotaciones; deslizó la mano sobre la superficie del cristal y sin darse cuenta tenía agarrado el pomo de la ventana, lo giró y la abrió, una ráfaga de viento impregnado de lluvia lo mojó, lo caló hasta los huesos y se sintió por un instante feliz; tuvo un acto reflejo de volver a cerrar la ventana, pero lo rechazó, supo inmediatamente que si lo llevaba a cabo el retroceso sería irrecuperable; abrió la ventana de par en par, permitió a la tormenta que entrara en su estudio, la atmósfera de concentración que allí reinaba se vio impregnada de aire fresco, se sintió tonificado, renovado también, se aseguró de que las dos hojas de la ventana quedaran firmemente abiertas; impensable aquella actitud una hora antes, y sintió la necesidad de salir, y salió, se encaprichó por salir y salió, se moriría si no salía y salió, se le vendría el mundo encima si no salía y salió, il avait besoin de se salir y se salió. Jamás había experimentado en sus carnes las inclemencias de una tormenta, no intentó protegerse, la calle estaba vacía, el cielo lloraba a raudales y el agua se atragantaba en los sumideros, los truenos desgañitaban sus iras en el firmamento; por un momento no supo adónde dirigirse, empapado como estaba disfrutó de aquella tormenta, de su tormenta y al pensarlo se adueñó de ella; un rayo zigzagueó su furia al norte de la ciudad y allí se fue, atravesó calles, infringió la autoridad de los semáforos, si por casualidad se cruzaba con algún coche retaba su velocidad; atraído como por una especie de imán se encontró delante del teatro de la ópera, estaba cerrado, repasó la fachada y todas sus ventanas estaban cerradas a cal y canto... se sorprendió por haber utilizado aquella expresión, en desuso desde hacía tiempo por su parte, advirtió que le faltaba coherencia y de su mente pasó a la palabra, una palabra que farfulló en medio del diluvio de agua que resbalaba por su rostro: “ calycanto”, la repitió varias veces: calycanto, calycanto, calycanto, caly cantó, caly cantó, caly cantó, caly cantó, caly cantó...y ¿ por qué no Cedemonio cantó? Sin saber la causa se creyó un poco diablillo, un diablillo travieso. La tormenta parecía que arreciaba y en el cielo hubo un gran estruendo, ya no se asustó, el ruido que lo hubiera conducido al miedo lo llevó a la comparación: ¿las tormentas que tenían lugar a cielo abierto eran iguales que aquéllas que se producían en el interior de aquel edificio? Al ver una puerta de servicio abierta su pregunta se había quedado sin respuesta; se apresuró a entrar, no había nadie, estaba chorreando y aunque intentó que su presencia no fuera advertida, marcas de agua sobre el suelo delataban que Moni estaba allí, subió unas escaleras y se dirigió a un hall que daba a la fachada principal, desde sus ventanas podía verse la confluencia de varias calles, ausencia de transeúntes y una tormenta en el cénit de su virulencia; llevado por una confianza y desenvoltura, como si estuviera en su propia casa, abrió una de aquellas ventanas y experimentó en la simultaneidad una entrada y salida de energías, abrió una segunda, una tercera, una cuarta...y una ráfaga de viento arrastró agua hacia aquel interior, se oyeron truenos y relámpagos, pero no supo precisar si ocurrían en un interior o exterior, había perdido la realidad espacial, para ubicarse y reafirmarse ante sí mismo dijo en voz baja: Cedemonio, hombre, mundo, tormenta y sin miedo.