Soy una mujer de asfalto, de cemento y de hormigón, digo esto
porque siempre he estado rodeada por estos materiales: asfalto por su
horizontalidad, cemento y hormigón por su perpendicularidad; son elementos
duros muy difícilmente quebrantables, aunque sí débiles ante fuertes temblores
sísmicos, es decir a los terremotos; me gustan los dos términos, podía ampliar
más estos conceptos y añadiría: sacudidas, agitaciones, turbamientos…es
suficiente; el caso es que para mí la naturaleza, en un sentido muy amplio, ha
permanecido distante; la veía en el cine en su inmensidad, en los parterres que
abundan en las ciudades como elementos decorativos o en los árboles que
ensombrecen nuestras calles, nunca como algo vivido y que formara parte de uno
mismo; si alguien pidiera mi parecer sobre una simple planta en una maceta, me
quedaría muda y no sabría qué decir; no estoy acostumbrada a responder a
preguntas tan elementales, mi vida está o estaba dedicada a resolver asuntos de
más envergadura ¡cómo iba yo a dar mi opinión sobre cosas tan nimias!.
Volviendo a los terremotos…terre-motos, terre-motos, terre-motos, tierra-motos,
tierra-motos, tierra-motos, tierra de motos o motos de tierra…movida de tierra,
movida de tierra, movida de tierra, me gusta…pero mejor temblores…no estoy tan
segura…consultaré en el diccionario. Terremoto: concusión o sacudida del
terreno, ocasionada por fuerzas que actúan en lo interior del globo; temblor:
terremoto de escasa intensidad. Cotejando terremoto y temblor, lo mío fue un
terremoto con todas las de la ley; más aplicable en mi caso sería la
definición: terremoto es la concusión o sacudida del cuerpo, ocasionada por
fuerzas que actúan en lo interior del alma. ¿Que cómo me llamo? Tengo identidad
propia, como todo el mundo: un nombre y unos apellidos; provengo de una familia
acomodada en donde el estudio era la base que auguraba un futuro de éxitos, un
futuro de logros en donde lo económico, lo monetario se anteponía al placer de
conocimientos y enfoque de vida que los libros proporcionaban; estar ante un
libro significaba estar ante una herramienta que iba a dar unos frutos
materiales; ¿frutos elevados o espirituales? Eso ni por casualidad rozaba la
mente. Pues como decía, tenía nombre y apellidos y ¿títulos? A tutiplén (Forma viciosa
del latín totus, todo, y plenus, lleno), de vicio; en mi tarjeta
de presentación ya no cabían, había que hacer una sinopsis y quedarse con los
más rimbombantes, es decir, con los de más bombo o bomba; me quedaría con la
bomba, es más potente, más contundente desde un punto de vista destructivo.
Decía que tenía nombre y apellidos y títulos a mares; no dije que era
arquitecta, pero lo digo ahora; pues a todo esto y a mucho, mucho más renuncié;
me hice un baño de despojo y de ahora en adelante me llamo simplemente Dafne y
ya no soy arquitecta, soy una ninfa, sí, tal y como suena: una ninfa; también
suena a locura, me importa un bledo; cuando lo dije, más de uno se quedó
perplejo, me sigue importando un…comino; ha sido una decisión tajante e
irrefutable. Nunca en mi vida había cometido una locura, pues mira por dónde
había llegado el momento; el mundo está hecho de locuras, algunas terriblemente
deplorables, otras terriblemente milagrosas; la
mía pertenece a éstas últimas, yo no la llamaría una locura milagrosa,
mejor una lo-cura “miraculeuse” y ya puestos porque ritma “merveilleuse”, en resumen y
para que quede más “chic”: une cure
miraculeuse et merveilleuse, una cura milagrosa y maravillosa. Desde muy
pequeña mis hermanos y yo fuimos educados para continuar una saga de arquitectos
que desde mi abuelo paterno gozaba de enorme prestigio; no tenía otra opción,
las nuevas generaciones estaban abocadas a lo mismo, descarriarse sería
inaudito, así que tanto mis hermanos como yo seguimos la vía que se nos había
impuesto como corderitos, sin rechistar; quiero decir que soy la única chica de
tres hermanos, aclarado esto, la palabra rebelión no estaba asumida en un
principio, más tarde y ante la toma de actitud personal se digirió malamente y
la familia, mi familia, ante tal situación, se posicionó diciendo
hipócritamente que la “niña” había cogido un berrinche, una “locurilla”
pasajera debido al exceso de trabajo y que el tiempo se encargaría de volver
todo a la normalidad; todos se quedaron tan panchos y la familia recuperó de nuevo
su dignidad; ante tal desaguisado yo no dije nada, ni una palabra; me dirigí a
mí misma, me llamé por ni nuevo nombre Dafne, porque ya no era la de antes, y
me dije que una ninfa no pertenecía a un plano terrenal, había unas cuestiones
que eran muy terrenales y muy de los humanos y que una deidad no entraba en
ellas; no quiero que se malinterprete el uso del término “deidad” con sentido
presuntuoso, yo me lo aplico desde el punto de vista de la fantasía, del ensueño;
creo que nunca antes de tomar mi decisión había soñado con los ojos abiertos ni
había fantaseado con libertad. Siempre he sido una mujer muy cuadriculada, de
pequeña también, no solamente por mi profesión sino también por mi carácter;
tengo la sensación de que me he movido entre triángulos, cuadrados,
rectángulos, rombos y romboides, trapecios y trapezoides; la línea recta
siempre me ha perseguido, espero que con mi nueva actitud ante la vida la línea
curva me acompañe en esta etapa. Más de una vez he recurrido a las fotos de mi
infancia para intentar vislumbrar en aquel entonces rasgos de mi carácter; he
de confesar que las facciones principales de mi rostro actual permanecen
intactas indudablemente alteradas por la edad, claro, pero cualquiera me reconocería
aunque no me viera en años; mi rostro es cuadrado, mi cráneo es cuadrado y lo
que él contiene hecho de miles y miles de cuadraditos, en una palabra algo
parecido a un robot o la inexpresividad en persona. Estoy hablando en presente,
pero pronto esta descripción pertenecerá al pasado porque todo en mí está
empezando a cambiar. A lo largo de mi vida todo ha sido una ceguera por
triunfar, por lograr todo aquello que me proponía y por el camino he dejado lo
que yo llamaría en su momento “pequeñeces” y que forman la sal, la sustancia de
la vida; menos mal que aún estoy a tiempo de rectificar; tengo cuarenta y cinco
años y es una edad ideal tanto desde el punto de vista interno como externo de
ocasionar un terremoto. Si hace algunos años alguien me preguntara cómo veía mi
futuro, yo le diría que recto, en línea recta, disparado hacia el éxito, de
hecho siempre gocé de él, lo que necesitaba era más ambición y ésta no faltaba,
¿mi meta? No tenía, el adverbio “más” siempre estaba presente en mi mente
taladrándome de todas las maneras posibles: más, más, más…plus, plus, plus…più,
più, più…more, more, more…meh, meh, meh, meh, meh, meh, mar, mar, mar, mar
hasta poder abarcar toda su inmensidad. Y de repente un día estando de viaje mi
torre de marfil se colapsó, se vino abajo y quedó hecha añicos y yo tan
campante porque en el fondo, en mi yo más profundo, en mi subsuelo deseaba
ardientemente que algo o alguien ocasionaran un terremoto. Amigos, amigos
íntimos no tengo, unos cuantos conocidos que pertenecen a un círculo laboral;
no he sabido cultivar la amistad, por un lado la falta de tiempo, mi entrega
absoluta al trabajo, por otro mi temperamento reservado y esquivo, nunca se me
ha dado la condescendencia; al prójimo siempre lo he visto con ojos de recelo y
nunca le he dado un margen de confianza por temor a que influyera en mis
planes; cuando en mi mente se asomaba la idea de amistad, de gozar de una
intimidad con alguien en quien yo pudiera confiar tanto mis penas como
alegrías, esa idea se iluminaba e iluminaba mi rostro, pero era algo muy fugaz
y rápidamente perdía en intensidad; la facilidad con la que yo alcanzaba mis
metas propuestas, en el campo de los sentimientos esa facilidad empequeñecía
hasta el punto de que anulaba en mí cualquier intento de superación y pronto
mis ocupaciones y mis preocupaciones por el trabajo espantaban esa ilusión y la
despedían al mundo del subconsciente. Si he de ser sincera tampoco soy una
desgraciada en el amor, eso creo, aunque no muy experimentada, por eso temo que
mi juicio al respecto no sea muy fiable; para qué nos vamos a engañar: ese amor
pasional del que la gente habla, ese amor sublime por el que se abandona todo y
los amantes entran en una especie de paroxismo amatorio: yo no soy el caso,
además, semejante rapto a mí nunca me afectaría porque mi mente siempre
antepondría unas preferencias materiales a unas “sublimales”; lo que decía, soy
cuadrada. Que no soy una desgraciada en el amor, tampoco creo que sea muy
agraciada; tengo un pretendiente que me sigue y me persigue, es como una carga,
se llama Apolo, aunque dependiendo del
estado de ánimo en el que me encuentre su nombre puedo derivarlo hasta deshacer
en ello una rabia que no sé de dónde me viene y que me ayuda a quitar esa
pesadez de encima; es la pesadez de Apolo, apolo, apolo, apolo, a-pollo,
a-pollo, a-pollo, a-pollo, a-pollo, a-pollon, a-pollon, a-pollon, a-pollon,
a-pollon. Diccionario. Pollo: cría que sacan de cada huevo las aves y
particularmente las gallinas. Pollo: escupitajo, esputo…escupit-ajo,
escupit-ajo, escupit-ajo, es-puto, es-puto, es-puto, exputo, exputo, exputo…Ya
me encuentro más ligera, es que mi vida ha estado siempre llena de cargas de
todas clases. Con mis hermanos he creado un buen equipo, la empresa familiar ha
alcanzado cotas inimaginables de rentabilidad; hemos destruido y construido a
capricho sin darnos cuenta del enorme deterioro que podíamos haber ocasionado a
una naturaleza que se nos ofrecía en su estado más hermoso de eclosión; yo, de
aquellas, desconocía…desconocía…bueno, para ser sincera era consciente del daño
que se causaba, pero cegada por unos pingües beneficios lo negaba rotundamente,
no dejando a un análisis ni un atisbo de recurso o de oposición ante el
deterioro medioambiental cometido; hoy sí me doy cuenta, pero aquel entonces era
otra etapa de mi vida y yo era otra, ahora estoy en otra nueva y soy otra muy
distinta. Otro, otra, otros, otras; ya no soy la misma y eso que estoy al
comienzo de mi transformación. Como dije soy o era una mujer de asfalto, de
cemento y de hormigón o de cualquier material que ayude a erigir edificios que
se disparen hacia el cielo; la tierra es lo de menos, se puede hacer con ella
lo que uno quiera, arrasarla si hace falta; lo importante es levantar moles de
cemento con tal de que en la tabla de baremos las estadísticas marquen su nivel
más alto. Cuando estaba envuelta en esa vorágine, era incapaz de pensar
plenamente en la naturaleza, para mí ésta estaba distante: en el campo, en el
mar, en fotografías, en el cine, en los libros…nunca en estado directo, bien en
la lejanía o en un soporte de papel o celuloide, pero insisto nada palpable. Sé
que de muy pequeña y alguna vez con el colegio fui a ver el mar, sin embargo,
no conservo un recuerdo nítido de él, del campo más de lo mismo; teníamos un
chalet en una urbanización de la sierra donde íbamos a veces, además nosotros
la habíamos construido y eran escasos los fines de semana cuando nos reuníamos
allí; la idea no cuajó quizá porque al vernos la familia ya los días de semana
volver de nuevo los sábados y domingos a la convivencia familiar era demasiado,
diría que demasiado aguante. Toda mi vida prácticamente la hice en la ciudad,
no solamente en ésta sino también viajando a otras, los negocios y buscando
ampliar ideas eran mis principales motivos, por lo tanto cualquiera llega a la
conclusión con facilidad de que yo era lega en el tema naturaleza; así después
hubo el choque que hubo, es decir el terremoto. Conclusión: he de separar
claramente dos etapas de mi vida: una primera, la anterior y otra, la actual o
el comienzo de la actual, no impidiendo que en el futuro pudiera haber otras, who knows!. Todo comenzó
involuntariamente, sin buscar nada; en el norte habíamos proyectado construir
una serie de viviendas por lo tanto el estudio de arquitectura, por unanimidad
y en especial mis hermanos, había decidido enviarme allí para inspeccionar el
terreno; no hubo ninguna oposición por mi parte ya que, y no sabía el porqué,
me ilusionaba romper la rutina; hacía meses que no salía del estudio y el
tiempo, una primavera que declinaba ya al verano, radiante, atrayente, no daba
otra opción más que a entregarse a ella; en aquel momento ignoraba lo que aquel
viaje iba a ocasionarme; era una salida normal como muchas veces había hecho,
si no yo algún otro de mis hermanos, para efectuar las comprobaciones
necesarias de un nuevo proyecto. Cogí mi coche, tampoco sabía el porqué, ya que
esa clase de viajes siempre los suelo hacer en avión, éste es más rápido
indudablemente y aparte de eso la estancia suele ser de dos a tres días como
mucho si todo sale bien, o expresado en otros términos: un viaje relámpago. Me
dirigía al noroeste de la península; desde el primer momento en que puse el
coche en marcha tuve una sensación extraña y digo esto porque la finalidad, la
auténtica finalidad que yo llevaba era profesional, pues bien, ésta parecía
quedarse relegada a un segundo plano y un impulso intencionado, desconocido, se
anteponía situándose al frente de mi voluntad dominándola, como si un imán en
el infinito me atrajese. Abandoné la gran urbe con su mole de edificios, sus
materiales: cemento, hierro, cristal…todo me resultaba tan familiar, pero en
aquella visión había algo de despreciativo, de ofensivo y a medida que el coche
avanzaba, era como si esas sensaciones aumentaran una agresividad hacia mí.
Poco a poco y al mismo tiempo que surgía un nuevo paisaje, esa impresión perturbadora
se diluía ante las inmensas planicies que se extendían ante mis ojos, era dar
rienda suelta al sentido de la vista, no había obstáculos que impidiesen
alargar la mirada, era como un ejercicio ocular al poder buscar en la lejanía
el punto más distante, captarlo y darse cuenta de las libertades que los
sentidos aportan en momentos concretos. Todo aquello era un preludio de lo
desconocido y, sin embargo, yo aceleraba y ralentizaba, aceleraba y
ralentizaba, aceleraba y ralentizaba, aceleraba y ralentizaba, me aceleraba el
deseo, me ralentizaba el temor; podía haberme tomado un descanso en el camino
para serenar mi inquietud y me era imposible, mi pie sobre el acelerador
marcaba unos impulsos a los que mi voluntad era incapaz de frenar. De repente
el paisaje cambió; ya no eran aquellas inmensas planicies que me habían servido
como introducción; la vegetación coloreaba por doquier una gama de verdes que
se dejaba introducir por los sentidos, montañas escarpadas permitían que sus
riberas las bañasen ríos cristalinos y que cientos de viñedos escalonaran sus
laderas y de vez en cuando entre esa naturaleza abrupta de árboles y matorrales
asomaban pequeñas iglesias románicas dando un toque de espiritualidad,
introduciendo en aquella tierra una gracia que solamente los dioses pueden
conceder. Entré en un gran silencio, un silencio interior y reflexivo, igual
que el que habría experimentado si hubiese estado en una de aquellas iglesias,
un silencio monacal y de siglos; tuve
que parar y salir del coche, algo me oprimía y una vez afuera respiré
profundamente, una brisa ligera refrescó mi rostro, las ramas de aquellos
árboles y su follaje habían despertado en mí algo indescriptible, algo que en
palabras no sabría expresar, solamente una reacción ante esa sensación, un acto
confirmaría su asimilación, en mi caso
un acto de rebeldía. Con gran esfuerzo volví a la normalidad, es decir, a darme
cuenta de la finalidad de mi viaje; cumplí con todas las normas establecidas:
inspección del terreno, hablé con los encargados de obras…todo lo llevé a
rajatabla, pero a medida que iba ejecutando cada uno de los pasos para que al
final se llevase a cabo aquella serie de viviendas advertía que mi interés
había decaído, me había mecanizado y como una autómata reaccionaba a unos
impulsos predeterminados, ya no me importaba mi trabajo. Aunque actué de una
forma serena, sabía que aquel viaje había causado un revuelo en el enfoque de
mi vida. De vuelta a la gran urbe, el viaje había sido en silencio, aquel
paisaje que había atraído mi atención, durante el regreso fue atravesado sin
pena ni gloria, no porque ya no me interesara sino porque estaba segura de que
volvería a verlo una próxima vez; conduje como llevada por un arrebato, la
distancia y el tiempo transcurrieron como si fuesen segundos, mi mente se vio
ocupada por la idea de lo contemplado y de lo poco vivido y por un retorno, un
retorno que, si bien por el momento aún no estaba confirmado, sería definitivo.
Durante los días siguientes a mi regreso todo transcurrió aparentemente con normalidad,
controlaba mis emociones y mantenía una pose distante, mi ritmo de trabajo
transcurría como de costumbre, aunque en mi interior algo bullía, algo “se
cocía”. Recuerdo un día, y creo que fue la primera señal externa de mi
transformación, me fui de compras; mi armario estaba lleno de trajes de
chaqueta oscuros, blusas blancas, zapatos de tacón negros…mi indumentaria
estaba formada por uniformes, así de claro, era una ropa que ayudaba a mantener
una compostura seria y si a esto añadimos mi carácter esquivo, mi aspecto era
como el de un sargento, dispuesta a dar órdenes; me extrañó aquella idea
repentina por las compras y salí disparada de
mi despacho; entré en unos grandes almacenes y me dirigí a la sección de
ropa de mujer; sabía y al mismo tiempo no sabía lo que quería, confiaba en la
sorpresa, en la sacudida que se produce cuando uno ve algo que le gusta, como
si ese algo ya estuviera dentro de ti y esa inclinación hacia la posesión
confirmara una devolución a su dueño; me compré varios vestidos, blusas y
pantalones, no reparé en el diseño, solamente en el color y el estampado, sobre
todo el color; inconscientemente estaba buscando todo aquel colorido que, a
través de los sentidos, había captado en mi viaje; una vez finalizada la compra
y como no podía esperar más me fui a un probador y me puse una de aquellas
prendas: un vestido con estampaciones vegetales y una gama de verdes sobre
fondo amarillo que me cambiaba por completo, ni yo misma me reconocía en el
espejo, me quedé alelada al ver la imagen reflejada, el pasmo cubría mi rostro;
por un momento pensé que había perdido el sentido de mi gusto, siempre me había
vestido de oscuro, por no decir casi de negro y al verme de golpe como un
semáforo mi sentido estético se tambaleaba, pero pronto todo cambió cuando
advertí que mi rostro desprendía una sonrisa de consentimiento, aquel vestido
le sentaba tan bien a mi cara, le daba luz, expresividad. Cargada con las
bolsas de las compras volví al trabajo, el shock iba a ser de órdago, pero me
interesaba que de alguna manera el personal se fuera enterando sutilmente de lo
que se avecinaba, las conclusiones vendrían más tarde, había que empezar a
abonar el terreno. Mi despacho podría decir mucho de mi carácter; me había
llevado tiempo decorarlo, había puesto un gran empeño en todos sus detalles ya
que pasaba largas jornadas debatiendo proyectos, celebrando reuniones…en una
palabra: construyendo un mundo y en ocasiones destruyéndolo; casi era mi
segundo hogar; todo era muy sobrio, muy…muy…muy minimalista: el mobiliario me
había llevado tiempo diseñarlo porque me había empeñado en ser yo quien diera
las pautas y que encajara dentro de mis ideas estéticas de lo que era un
mueble; la elección de cuadros había sido muy estricta: no admitiría ninguna
pintura si no era abstracción geométrica; la luz era indirecta con lagunas de
sombras, pero lo que más me gustaba de mi despacho era aquel enorme ventanal
que ocupaba toda una pared y desde donde se veía una panorámica de la ciudad
yaciendo a mis pies; ahora, después de algún tiempo transcurrido, analizando mi
posición en aquel ventanal y desde una perspectiva más humilde, creo que en
aquellos momentos experimentaba una
especie de placer mórbido: yo tan alta, yo tan orgullosa de mi posición en la
empresa familiar…los ciudadanos tan bajos, tan sujetos a unas necesidades
básicas de subsistencia…aquel placer enfermizo contenía la clave del
sometimiento y no me daba cuenta, era incapaz de autoanalizarme, de valorar mis
virtudes y mis vilezas como ser humano y sencillamente porque no tenía tiempo,
¿cómo…cómo…, iba a pronunciar mi nombre anterior, iba a perder tiempo en
asuntos de naturaleza humana? Quiero insistir en mi nuevo nombre: me llamo
Dafne. Pues de repente aquel habitáculo que era la representación de la
sobriedad, el culto a la línea recta cambió; si yo había cambiado ya no sólo
interior, sino externamente también, a mi despacho no le quedaba otro remedio,
así que puse manos a la obra; se avecinaba otro shock; me fui a la floristería
más próxima en donde encargué que me trajeran laurel, ramas de laurel; me
miraron extrañados e insistí, insistí ante una negativa que se advertía en su
desorientación, al cabo de tres días mi despacho contenía tres floreros enormes
con ramas de laurel situados en puntos estratégicos de mi mesa de trabajo,
distanciados, y yo en medio, uno más entre ellos, un cuarto. Entorno a mí se
creó un silencio y hasta quizá a éste se le sumaba cierto distanciamiento;
comprobaba que mis hermanos y el personal se acercaban a mí con sigilo, con
temor ante una reacción extraña mía; yo en mi interior empezaba a sentir
que me encaminaba hacia una nueva vida,
no experimentaba ningún rechazo ante la novedad, ante lo que me depararía el
futuro; indudablemente que hablaría con todos ellos, que aclararía mi actitud y
mis últimas “rarezas”, aunque la palabra abandono significaba no decir nada,
desaparecer, de estar a no estar, de existir en un ambiente a dejar un vacío y
ocupar una nueva posición en otro diferente, pero para abandonar todo
necesitaba un empuje definitivo, una llamada que reclamara mi presencia en otro
lugar, una voz que me calara hondo y me atrajera hacia ella; el paisaje lo
tenía, las intenciones también, una voz que me planteara lo que fui y lo que
iba a ser y en su atracción me ayudara a contemplar mi pasado sin rencor y mi
futuro. Decidida estaba a dejarlo todo, mi exitosa carrera como arquitecta
pertenecía a otra etapa de mi vida, mis privilegios y mis comodidades ya no los
necesitaba, mis escarceos amorosos con Ap-pollo, por llamarlo de alguna manera,
me importaban un comino o un bledo. Diccionario: comino: Hierba de la familia
de las umbelíferas, con tallo ramoso y acanalado, hojas divididas en lacinias
filiformes y agudas…bledo: Planta anual de la familia de las quenopodiáceas de
tallos rastreros, de unos tres centímetros de largo…Las definiciones podían ser
más completas, pero en este caso no procede, pues mi intención es aclarar que
mi vocabulario poco a poco se enriquecía con términos pertenecientes a la
vegetación, a la naturaleza…natura,
nature, Natur; en una palabra, nada ni nadie me retenía, sin querer poco a
poco me iba despojando de mis ataduras; mi trabajo que había sido siempre el
eje de mi vida iba quedando relegado a un segundo plano por no decir a un
tercer, a un cuarto, a un quinto…a una insignificancia. Y volví a aquella
tierra, necesitaba volver a contemplarla; la decisión fue repentina, impulsos
súbitos eran los que me movían en los últimos tiempos, esta vez no eran motivos
profesionales, simplemente era un capricho; a mis hermanos y colaboradores les
dije que me iba a ausentar durante unos días, no di más explicaciones, con
actitud airada me fui, di un portazo, presentí que con aquel golpe mi pasado
había quedado encerrado para siempre. Era ya pleno verano, hice una maleta
pequeña y en ella metí toda aquella ropa que había comprado; para ir a tono y
en casa, antes de ponerme en marcha, me puse aquel vestido con estampaciones
vegetales y una gama de verdes sobre fondo amarillo; me sentaba de maravilla,
me veía con otros ojos, me sentía diferente, en mí había renacido una nueva
mujer; el verano estaba en todo su esplendor y aquel viaje empezaba a estar
lleno de nuevas sensaciones; salí de noche, el cielo estaba poblado de
múltiples estrellas y cruzar aquellos cientos de kilómetros de extensiones
antes de llegar a aquella tierra me parecía como una obertura mágica que iba a
dar paso a un romance de un ser humano con la naturaleza; llevaba las ventanillas
del coche cerradas, las abrí, si no lo hacía me ahogaba; ese frescor con cierto
toque cálido de las noches de verano inundó el coche, a medida que aceleraba la
sensación de ser llevada en volandas me cautivó, me sonreí y me dejé arrastrar
por la carcajada al pensar que yo antes había sido tan terrenal y ahora andaba
por los aires; aquel reírme de mí misma me renovó, siempre había carecido de
humor, pero era muy saludable empezar de alguna manera y sobre todo conmigo
misma; nunca olvidaré aquella noche, el cielo y la tierra no tenían límites,
mirar el horizonte era no captar una meta, era estar conduciendo entre dos
infinitudes hasta que llegó el alba y su sutil y pausada claridad me fue
devolviendo una realidad, una nueva tierra, la tierra que me había prometido; a
media mañana ya estaba inmersa en plena naturaleza, no sabía hacia dónde mirar,
todo me absorbía, todo lo contemplaba con ojos infantiles, con esos ojos ante
la novedad, con ansias de posesión; mi mente se limpiaba de todas aquellas
preocupaciones, responsabilidades, obligaciones, rutinas que la habían ocupado
y se llenaba de nuevo de árboles, ríos, cascadas, monasterios…paré el coche
cerca de un rio, como atraída por sus aguas, inconscientemente me acerqué y me
descalcé, primero la planta de mis pies notaron la tierra y su textura después
me fui metiendo poco a poco en el agua, sin quitarme la ropa, hasta que ésta me
llegaba hasta la cintura y de repente como arrastrada por los pies por deidades
acuáticas me sumergí por completo, fue mi bautismo de inmersión, emergí
radiante y dejé que el sol cegara mis ojos, me obligó a cerrarlos, cuando los
abrí de nuevo no reconocía a aquella pobre mujer que había sido, ya no lo era,
ahora era sencillamente Dafne, de profesión una ninfa; empecé a caminar por los
alrededores y mi ropa se fue secando paulatinamente; aquellos senderos
contenían una gran variedad de vegetación, apostaría que en un metro cuadrado
uno encontraría abundante flora y fauna, y sin darme cuenta me adentré en un
bosque de robles, también había castaños, al contemplarlos un escalofrío
recorrió mi espalda y mi columna vertebral se enderezó, tanto mis extremidades
superiores como inferiores internamente recibieron una sacudida, una descarga
eléctrica hacia una tendencia al crecimiento, a la voluntad de compararme con
aquellos árboles centenarios, al estar a su misma altura; me dije en voz muy
baja, como un susurro entre tanto follaje: ellos, robles y castaños, yo,
laurel; asumida la reflexión, al ir caminando y caminaba descalza absorbiendo los
nutrientes que la tierra me brindaba, en otro tiempo sería impensable que yo
anduviese con los pies desnudos, me entraron unas ganas tremendas de cantar,
algo también impensable en otro tiempo,
canturreé algo, pero algo incoherente, sentía la necesidad de que alguien me
guiara en mi intento, pero me conformé al reconocer que estaba contenta; era
mediodía y me entraron unas ganas terribles de comer; me sorprendió esa urgente
necesidad ya que nunca he sido una mujer de muchos apetitos, siempre la
sobriedad moldeó mi alimentación; volví a mi coche y me recompuse, me adecenté
para volver a la civilización; abandoné aquellos senderos y me dirigí a…y me
dirigí a… y me dirigí a…no lo sabía…sí, a comer, por el camino a ninguna parte
encontraría restaurantes donde pararme, aunque a medida que iba conduciendo
éstos no aparecían; me di cuenta de que todavía pensaba como mujer de ciudad,
no importaba, una cantina donde me sirvieran comida típica sería lo ideal,
efectivamente al cabo de unos kilómetros encontré una que me ofertaba buenos
platos de la región y buen vino; aparqué el coche y entré, los lugareños que
allí estaban no me miraron con extrañeza, enseguida su semblante mostró una
amable acogida, pronto me sentí como si estuviera en casa; me dirigí a una
mujer de mediana edad y le dije que quería comer, me indicó una mesa y allí me
senté, ordené comida de la tierra y vino, vino de aquellos bancales y de sus
vides; si bien aquel fruto lo había captado por la vista, era hora ya de que el
gusto paladeara la savia, la sangre de aquella tierra; habitualmente nunca
tomaba vino, en raras excepciones, a la hora de las comidas bebía agua; fue una
elección sin dudarlo, me sorprendió, aunque bien mirado todo lo que me estaba
pasando se convertía en una auténtica sorpresa para mí; empleé tiempo en
saborear aquellos alimentos que se me ofrecían con su sabor natural exentos de
elaboraciones sofisticadas, acompañados de un vino delicioso; mis comidas
siempre habían sido frugales, rápidas y hasta cierto punto afectadamente refinadas,
nunca tenía tiempo, por fin había almorzado con calma, siendo consciente de lo
que masticaba y de lo que bebía; pagué y salí de la cantina, me senté en una
terraza exterior desde donde se contemplaba un rio encañonado por altas
montañas, aquel vino tinto que había bebido procedía de los bancales que
escalonaban aquellas laderas; volví la mirada hacia un lado y divisé el
campanario de una pequeña iglesia románica, me entraron unas ganas tremendas de
visitarla, pero me obligué a reposar, a hacer la digestión y me dije que
después allí iría; la tarde era tan agradable y la temperatura tan acogedora
que sesteé durante un buen rato, al despertar advertí que me sentía como nueva:
aquella comida y aquel vino con sus efluvios habían cooperado en hacer de mí aquella
nueva mujer; fresca y radiante decidí visitar aquella iglesia; pedí información
en la cantina y me dijeron que estaba muy cerca y no necesitaba coger el coche,
seguí un sendero señalado por un indicador y me dejé llevar por él, atravesé un
bosque y me envolvió el frescor y la sombra que su ramaje me proporcionaba,
miré hacia el cielo azul y no lo vi, vi una bóveda verde que me cubría y de vez
en cuando oía el canto de los pájaros que moraban entre aquel inmenso follaje;
sentí una envidia enorme por aquella
entrega altruista de la naturaleza y otra vez me dije en voz muy baja, como un
susurro del viento entre las hojas: ellos, robles y castaños, yo, laurel;
proseguí mi camino y allá en una hondonada vislumbré una pequeña iglesia, bajé
una pendiente y me encontré frente a ella. Cualquier profesión influye en
ciertos aspectos en la visión que esa persona tiene de la vida; en aquellos
momentos la contemplación de aquella iglesia románica fue una interpretación
del arte románico bajo la perspectiva de una arquitecta, aunque ya quedaba poco
de esa mujer; la admiré y su sencillez cautivó la idea de que con tan pocos
elementos arquitectónicos se decía tanto; empujé la puerta, estaba abierta y
allí me metí; estaba vacía, completamente vacía y en penumbra, conservaba aquel
frescor que proporcionan la piedra y los
siglos, un tremendo contraste con el exterior, sentí un escalofrío que recorría
mi espalda, mis extremidades se estremecieron y tuve la sensación de que un
tiempo no el actual, sino uno pretérito se apoderara de mí; me pregunté si
experimentar el vacío proporcionaba aquella sensación y no encontré respuesta
porque de repente me encontré desubicada, como flotando en un tiempo que no era
el mío; una enorme paz y silencio moraban en mi interior, era algo extraño ya
que anteriormente esos dos conceptos no coincidían con las impresiones que yo
captaba en esos momentos y sentí temor a perderlos pues paz y silencio era lo
que necesitaba; volví en mí y me di cuenta de que mis pies se posaban sobre el
suelo, sobre un suelo de piedra, un material que yo apenas usaba en mis
proyectos; me descalcé, si antes había pisado aquella tierra, pisaría también
esa piedra base de la pequeña iglesia románica y de golpe se me ocurrió: base
de mi hogar, de mi futuro hogar; me
quedé pasmada con esta ocurrencia ya que inconscientemente era lo que estaba
buscando; me calcé y en la penumbra la arquitecta que todavía quedaba en mí
empezó a trazar líneas, divisiones, mejoras…y cerrando la puerta me dije: ya
basta, todo quedará como estaba. Busqué mi coche desesperadamente, necesitaba
escuchar a alguien o algo para que centraran de nuevo mi vida; aquella
experiencia me había descolocado y precisaba del mundo actual, mi mundo, aún no
me había desprendido por completo de él; llegué en un abrir y cerrar de ojos,
vi mi coche, entré y lo primero que hice fue encender la radio; la voz o las
voces que de allí surgieran recompondrían a aquella mujer que se había
dispersado hacía unos momentos; las voces que escuchaba me transmitían noticias
de actualidad, de una actualidad rabiosa y de un mundo convulso del que cada
vez me sentía más distante; busqué música y la hallé, al principio no conecté
con ella porque el volumen estaba muy bajo, luego lo subí, mi coche se inundó
de un sonido y sobre todo de una voz que me arrebataron por completo; por fin
el milagro se había producido, un terremoto sacudió todo mi cuerpo y aquellas
palabras que tanto había buscado como confirmación de mi cambio me llamaban, me
atraían hacia ellas y asentí a su mensaje:
https://www.youtube.com/watch?v=5GpUHfQTrRA
Ich komme- ich komme-
Grünende Brüder…
Süss durchströmt mich
Der Erde Saft!
Dir entgegen-
In Blättern und Zweigen-
Keuschestes Licht!
(Ya voy- ya voy-
Hermanos de verdor…
¡Suavemente me invade
El jugo de la tierra!
Hacia ti-
En hojas y ramas-
¡luz tan pura!)
Salí del coche y me acerqué al borde del camino, desde allí
mi mirada se paseó por todo aquel paisaje que se extendía en un radio de trescientos
sesenta grados y mi decisión estaba tomada: ya no pertenecía al mundo de los
humanos sino a la naturaleza; mi coche que estaba abierto seguía desprendiendo
aquella voz y como despedida de mi mundo y entrada en uno nuevo seguí
asintiendo a aquel mensaje:
Apollo! Bruder!
Nimm…mein…Gezweige…
Wind…Wind…
Spiele mit mir!
Selige Vögel,
Wohnet in mir…
Menschen…Freunde…
Nehmt mich…als Zeichen
Unsterblicher Liebe…
(¡Apolo! ¡Hermano!
Coge… mis…ramas…
Viento…Viento…
¡Juega conmigo!
Pájaros bienaventurados,
Habitad en mí…
Humanos… amigos…
Acogedme…en señal de amor
eterno…)
Dafne (escena final) R. Strauss.
(Hay que aclarar que Dafne regresó a casa durante unos días
para poner en orden lo que había sido su vida anterior, es decir, volvió a su
despacho y sobre la mesa dejó una rama de laurel; en sus oídos vibraban
aquellas notas: ich komme…ich komme…ich komme…En su garganta se hicieron
realidad: ich komme…ich komme…ich komme…ya voy…ya voy…ya voy…)