miércoles, 9 de septiembre de 2020

EL HOMBRE DESLUMBRADO

                                                                          


                                                                          S/T-KFK

   Esta ventana me da la vida.  Desde ella expando la mirada hasta el límite del horizonte, hacia el cielo y sin llegar tan lejos, en primer plano, hasta la tierra, hasta estos campos yermos que rodean el sanatorio psiquiátrico; están tan abandonados como nosotros; estamos en el mundo por estar; no sé quién nos ha puesto aquí ni con qué finalidad; quizá somos la otra cara de la moneda, es decir la cruz, es decir lo que se oculta, lo que da vergüenza, por lo tanto hay que alejarlo de la vista, apartarlo de la ciudad en donde reina la “cordura”; son como niños, se lo creen todo, se autoengañan y se tragan que son perfectos; hay que dejarlos: cada loco con su tema y yo con el mío y nunca mejor dicho en mi caso. Allá, en la lontananza se encuentra la ciudad, la gran ciudad; desde esta ventana se captan sus perfiles cuando la atmósfera está limpia, que casi nunca lo está, hay que hacer auténticos esfuerzos mentales para darle un toque poético y convencerse de que el aire que allí se respira es impoluto, pues como que no; además mis esfuerzos mentales tengo que encaminarlos hacia la búsqueda de mi cordura y dejar de creer en bulos. Desde mi ventana se distingue un paisaje que podría dividirse en varios planos: uno al fondo, el horizonte, tomado por la ciudad y otro más próximo sembrado de campos en donde la aridez lo cubre todo la mayor parte del año, aunque una naturaleza imprevisible los tinte de verde durante la primavera y el verano; y envolviéndolo todo el cielo: con días radiantes de sol, nieblas, lluvias y tormentas, me da lo mismo, me sigue deslumbrando y en los días soleados, sobre todo en verano, esa luz cegadora del astro solar quema mis ojos y en ella busco un rayo salvador para mi razón, una iluminación que me conduzca hacia el juicio y es entonces cuando bajo los párpados y los cierro firmemente con la intención de conservar esa vitalidad deslumbradora captada del universo, pues del hombre ya no puedo esperar remedios para mi locura. Siempre procuro que esta ventana esté abierta, me da lo mismo el tiempo que haga, para mí nunca hará ni frío ni calor suficientemente extremos para que me obliguen a cerrarla; con ella abierta y máxime de par en par tengo la sensación de que alguien me escucha más allá y eso me tranquiliza; puede que desde la gran ciudad me escuche algún oído agudo o también algún campesino que ande merodeando por los alrededores del sanatorio, pero todas estas suposiciones ni yo mismo me las creo; el caso es que insisto en mantener la ventana abierta, sea la época del año que sea; las cuidadoras o las señoras de la limpieza se empeñan en que una vez aireada la habitación, ésta debe estar cerrada; ni caso, hago lo que me da la gana, para eso es mi habitación y estoy loco y a un loco se le permiten ciertas manías y excentricidades siempre y cuando no se extralimiten e incordien a los demás. De ventana para adentro poco puedo contar de mi habitación, todas son parecidas, los internos aquí solemos estar en habitaciones individuales, con idéntico mobiliario y qué decir de él: una cama, una mesita de noche, una mesa y una silla, un armario empotrado y un servicio completo de ducha, retrete y pileta de aseo, todo esto muy pequeño, todo es suficiente. Me atrevería a decir que ninguna de estas habitaciones que están situadas en el ala izquierda del edificio posee una característica personal del que las habita, una especie de manifestación externa de nuestra personalidad: no hay fotos de familiares, ni libros, ni objetos queridos…Nuestra personalidad estriba en nuestra mente y ésta anda revuelta, desbocada. Impera el blanco, la desnudez de las paredes destaca en este color; yo también me visto de blanco, casi todas mis prendas de ropa poseen el color de la nieve; yo creo que es el tono ideal para absorber la claridad; cuando me siento delante de la ventana noto cómo lo que llevo puesto retiene esa intensidad del sol y eso reconforta tanto a mi cuerpo como a mi mente, sobre todo a ésta última; en el fondo creo que soy como una planta, como esa planta que está sobre la mesa; es lo único vivo por lo que realmente me intereso, la observo con atención, contemplo cómo crece y al llegar la primavera empieza a echar brotes; algo tan simple llena mi curiosidad. Lazos de amistad entre estos muros no existen, ni entre el personal ni los internos; cada uno de nosotros, mejor dicho, cada uno de los locos vive en su propio mundo, en su propia mente; también es conveniente aclarar que hay muchas clases de locos, por ejemplo, los que moramos en el ala izquierda somos los menos locos por decirlo de alguna forma más delicada; los que se encuentran en el ala derecha, ésos son los auténticos locos de remate…¡me resulta tan violenta esa locución: de remate! Yo no debería pronunciarla porque soy uno de ellos, aunque no tanto, eso sí; encuentro una expresión más fina: estar como una regadera; pues lo que decía, los de la otra zona, ésos sí que están perdidos, “loquitos” de atar…aunque no se debería de atar a nadie, no señor; sin embargo, lo de la regadera me parece mejor, más refrescante. En resumen, que hay locos que poseen “cierta” lucidez, entre los que me incluyo, por eso trato de recobrar la otra cantidad de lucidez que me falta  por medio del sol y de su luz y queda el otro grupo que ésos son “impossible cases” ni enloqueciendo el sol rayarían la más mínima luz de la razón…En minirresumen: que hay locos que están al sol y otros a la sombra. Tenemos zonas comunes, pero es como si no existieran; entiendo por común algo compartido, pero cada uno tiene su propio mundo y está a su bola, ¡qué importa que nos sentemos unos frente a otros si ni siquiera nos miramos ya que nuestras miradas vagan en el vacío y si algunas veces se topan nos quedamos pasmados ante nuestro propio reflejo!; por eso prefiero quedarme en mi habitación contemplando el paisaje o el cielo con sus nubes, de tanto mirarlas puedo adivinar el tiempo que va a hacer; no soy una ciencia exacta, pero si me pongo acierto la mayoría de las veces, aunque de nada me vale, como no salgo ¿qué me importa si va a llover o a hacer sol? Sin embargo, me resulta reconfortante ese conocimiento mío sobre el mundo de las nubes, otro mundo más a mi mundo; nunca se lo he dicho a nadie, ni pienso, no me harían caso y viniendo de mí menos, dirían algo parecido a: “está  chiflado”, cosa que no me molestaría mucho, pues considero la expresión una grado inferior a: “está loco”. No, seguro, no se lo diré a nadie. ¿La ciudad? Siempre me atrajo, en algún momento de mi vida viví y pertenecí a ella, pero de eso hace tanto tiempo que apenas me quedan recuerdos y los que permanecen están confusos, mi mente no puede organizarlos; desde aquel entonces hasta ahora mi juicio se ha tambaleado, ha sufrido muchos altibajos y la medicación ha hecho mella en todo mi ser tanto física como mentalmente; toda mi vida pasada es una pura nebulosa, me daría pavor tenerme que incorporar de nuevo a ella ya que me siento como paralizado, incapaz de pertenecer a una vida activa, rendir y cumplir las exigencias que me demandara; sigo  mirando la ciudad desde la lejanía, desde esta ventana; puedo parecer inútil y de hecho algunas veces así lo he creído, un parásito que no sirve para nada, porque soy improductivo y en el fondo hay algo dentro de mí que me anima y me empuja a encontrar un hueco entre los seres humanos; se me puede considerar como una ampliación más del hombre; admito que soy su lado oscuro, amplío su aspecto quebradizo y pongo en tela de juicio su prepotencia, soy un tipo molesto que por lo que soy: un loco, causo zozobra, por eso a los individuos como yo, a los de mi estirpe, se los recluye en sanatorios psiquiátricos, es decir, en manicomios; y nunca más lejos de todo esto, yo no lo he buscado, yo no he buscado mi locura; la enfermedad no se busca, simplemente aparece; nunca he querido representar al malo de mi especie, quizá el destino me haya conducido por sendas indebidas, no lo sé, lo que sí sé es que no soy malo, en mi interior la sinrazón y la fascinación por la vida siempre se han llevado muy bien; desde hace tiempo estoy convencido de que para fascinarse por algo hay que estar un poco loco, entonces ¡bendita locura!. A pesar de estar aquí sentado delante de esta ventana y no ser partícipe, la vida me fascina, el sol me deslumbra y su luz penetra por mis ojos e ilumina mi mente deteriorada, en su interior se recomponen deseos que poco a poco se manifiestan con la ordenación de palabras impregnadas de musicalidad y es entonces cuando en mi garganta surge el milagro y me da por cantar. ¿Me estará escuchando alguien? La ventana está abierta. Hoy hace una tarde preciosa, hay una temperatura media que invita a salir, pero yo, como de costumbre, no cumpliré mi deseo, tengo miedo a que me pase algo, a perderme; estas cuatro paredes me protegen y al mismo tiempo refrenan mis deseos y no es por ganas; voy a acercar la silla para estar más próximo a la ventana, el sol calienta y baña todo mi cuerpo, lo ilumina y deslumbra mis ojos; no creo que sea verano, quizá primavera; en la época estival quema, ahora calienta; estoy vestido de blanco y las paredes también lo están, intentamos atraer esa claridad natural, exterior que aquí adentro tanto escasea; no es por falta de limpieza, pero el edificio conserva un olor característico igual que su contenido: el primer componente, claro está, es la locura, el segundo: el ambiente cerrado, la falta de aireación y un tercero, la mezcla de desinfectantes; los tres crean un perfume anodino y, guste o no guste, sufrible. Cuando estoy sereno y mi mente goza de cierta lucidez para el recuerdo, trato de rememorar mi vida pasada, busco familiares, amigos, profesión o algún vínculo que me retrotraiga  a aquel entonces y no lo consigo; es algo difícil de definir, a veces siento curiosidad y otras carezco de ella, me pasa como a las mareas, pueden darme subidones o bajones; otras veces lo achaco a la medicación que tomo, está claro que nubla las entendederas; en lo que sí me gusta creer es en el periodo de deslumbramiento que estoy pasando, me encuentro a gusto, happy? Tampoco, hippy? Un poquito, hippo? No, no soy un hipopótamo; lo calificaría que, según el momento, los recuerdos me importan un pito. Aquí no estoy ni bien ni mal, sencillamente estoy; me han internado en este sanatorio porque mi razón no funciona bien; tampoco sé quién me ha ingresado, me gustaría saberlo, pero el personal que dirige este centro es hermético, tan hermético como nuestras mentes, por lo tanto dicho hermetismo es una fuerza imperante tanto para los que aquí vivimos como para aquéllos que nos contemplan desde el exterior, la imagen que el edificio y el contenido proyectan es de un auténtico misterio. A veces quiero ahondar en este concepto como en muchos otros relacionados con mi situación y persona y siempre me enfrento a una barrera infranqueable, me veo muy limitado, como atado y ya no doy más, me quedo callado y me sumo en la resignación porque para la desesperación me faltan fuerzas, ese impulso vital que nace del ser humano para resurgir, pero todo mi ser está dominado por la medicación que se me suministra, ésta me aplaca, me amansa y me convierte en un animalillo dócil y fácil de manejar. Tenemos un patio interior por el que paseamos o el que lo prefiera puede sentarse en unas sillas; yo camino casi siempre en círculo, se me ha metido en la cabeza que al andar me incorporo al ritmo de la vida y a la aceleración del tiempo, y así a éste lo agoto y llego antes a una meta imaginable en donde encontraré una panacea que me ayude a recobrar el juicio perdido. Camino mirando hacia el suelo y de vez en cuando cuento los pasos, el sentido de la marcha es, podría decirse, en espiral, al llegar a su centro me paro y miro a mi alrededor, el horizonte que se me presenta es el mismo: los internos, la mayoría sentados, alguno de pie y algún otro que ha intentado imitarme, pero se ha quedado parado, sin fuerzas, me observa y me asusto ya que he llegado a una meta en donde todo permanece igual y yo sin haber hallado mi panacea. El concepto de encontrarme bien o mal no lo tengo muy claro, mis males no radican en partes determinadas del cuerpo en donde un dolor manifiesta una alteración y la medicina convencional trata de hallar un remedio, digamos que es algo tangible; en ese aspecto siempre he gozado de buena salud física, pero mi gran mal es mi mente, mi espíritu, que es muy variable; hay momentos del día que creo que mi razón está apaciguada, pero hay otros que se agita y se descontrola y no sé lo que hago, entonces no soy yo quien quería ser; me pierdo y me hundo en unas simas tan abisales que necesito la ayuda de una mano generosa que me extraiga de tales profundidades. El estar aquí me proporciona una seguridad, saber que puedo recurrir a un médico o a una pastilla milagrosa, eso me alivia momentáneamente, aunque la alteración siga existiendo y quede irresuelta. Soy un espía, sin querer me he buscado una profesión ficticia, mi interés por ser útil ha ido en aumento, al no poderme incorporar a esa sociedad que me exige unas cualidades personales y de rendimiento y de las cuales carezco debido a mis desequilibrios físicos, he decidido dedicarme al espionaje, no a un espionaje de acción, el mío sería un espionaje sedente; desde esta silla observo el mundo, la gran ciudad distante, si bien no puedo entrar en detalle a causa de la lejanía, una idea global sí puedo tener: está contaminada, produce muchos gases tóxicos, sin querer se están envenenando… y si miro hacia aquí adentro todos nosotros somos un resultado de esa sociedad que pulula por esa urbe, algunos de nuestros males son congénitos, pero la mayoría fueron adquiridos en ella, nuestros trastornos encontraron allí un auténtico caldo de cultivo. ¿Me estará escuchando alguien? La ventana está abierta. No me importa si alguien está prestando oídos, para eso hablo, y si se molesta, lo siento, yo fiel al refrán: el que dice las verdades pierde las amistades; primero y aclaro, me gusta decir las verdades como templos, para eso soy un espía y uno bueno tiene que ser fiable y segundo, no tengo nada que perder, mis amistades son mínimas y a veces me cuestiono si tengo alguna. Mi trastorno no sé si es congénito o adquirido, tampoco lo he preguntado, he pensado en él y al ver que no doy más me importa un bledo; lo que me vuelve un poco más loco de lo que estoy es la palabrita en sí: trastorno; he intentado derivarla, descomponerla, hallar alguna clave que me llevara a un secreto críptico, críptico, críptico, críptico, críptico, críptico, críptico, críptica, críptica, críptica, críptica…cripta, que me llevara a una cripta en donde pudiera hallar una panacea para mi trastorno…los espías son muy dados a trabajar con el hermetismo y volviendo a mi trastorno…tras-torno…trast-horno…trastornar…trast-ornar…trast-hornear…trasto-nar…trasto-anea…por más vueltas que le doy nunca logro nada, siempre regreso al punto de partida. En este mismo instante me encuentro bien, optimista, ese sol que entra por mi ventana me tonifica, me llena de vida; además, hoy la ropa blanca que llevo puesta parece como si estuviera más reluciente, soy como una paloma blanca, claro está, sin la libertad de movimientos que experimenta en el espacio; aunque yo también me las he ingeniado: la silla en la que estoy sentado es de oficina y tiene ruedas, eso quiere decir que de vez en cuando me doy alguna carrerilla por la habitación; para darle mayor realismo al empeño hago como si pusiera un motor en marcha y así me creo mi propio automóvil, me desplazo a distintas velocidades dependiendo de mi estado de ánimo, indudablemente que si estoy muy eufórico la velocidad puede alcanzar límites insospechados, esta habitación se convierte en una auténtica pista de carreras…Mon Dieu! ¡hasta qué punto la euforia se adueña de la exageración!...y como recompensa a mi triunfo termino acercándome a esa mesa y cojo entre mis manos la planta que en ella hay y la alzo como si fuera un trofeo, me creo el campeón del mundo, pero muy pronto en mi mente la realidad se antepone a la ficción y me sumo en la tristeza; las mieles del éxito poco tiempo conservan su dulzura en mi paladar y la amargura toma el relevo. Siempre me han gustado mucho los animales domésticos, aquí no los permiten, lo entiendo; me consta que si de lo contrario se tratase cada uno traería su mascota de turno; no quiero ni pensar el jolgorio que se formaría y no quiero entrar en detalles porque todo terminaría en caos…¿caos se escribe con ce o con ka? No sé qué decir, le queda tan bien la ka de kaka…o ¿de caca?... No sé qué decir, allá kada kual, el kaso es que todos andaríamos de la Ceka a la Meka…o ¿de la Ceca a la Meca? El embrollo sería supino… ¿el bollo sería su pino? No lo entiendo, mi mente se ha colapsado… ¿se ha  cola p(e)sado?...¡huy! mira que estoy sonado…Reconozco que los sonidos me vuelven “loco”. ¿Dónde estaba? ¡Ah! Con la planta; como decía, al no permitir mascotas aquí adentro, pues me conformo con mi planta, no sé de qué clase es, lo que sí confirmo es su generosidad, en primavera y en verano un sinfín de brotes y en seguida se llena de hojas; me gusta contemplarla, sigo su crecimiento de cerca a través de las diferentes estaciones; si bien en mí no experimento cambios externos, al menos yo no me los noto, en ella veo una rápida evolución en pocos meses; lo que se dice evolucionar aquí adentro como que no, todos los internos tanto los del ala izquierda como los del ala derecha estamos en un estado de hibernación y esto es causado por el tratamiento que se nos suministra, no digo que sea bueno ni malo, ahora que de mejoría muy poca o ninguna. Desde hace tiempo he dividido este edificio entre el ala izquierda y la de la derecha, podía haberlo llamado el pabellón izquierdo  y derecho, pero no, lo de vivir en el ala izquierda o la derecha tiene un sentido más poético, más vinculado con nuestra realidad, de hecho nuestra mente siempre anda en volandas. De los cuidados recibidos aquí no me quejo, estamos bien atendidos, aseados y comidos. Para tener una idea clara sobre nuestro mantenimiento necesitaría compararla y al no recordar estados de mi vida anterior al internamiento cualquier opinión personal va a ser positiva. Por ejemplo, cualquier comida que me den me va a gustar, no la como por placer, sino por sustento, cualquier mimo que me proporcionen lo aceptaré de buen grado ya que desconozco o no recuerdo la ternura…mimo, mimo, mimo, mimo, mimo…esta palabra me suena distante, remota, a infancia. Tan pronto te alejan de los de tu especie el sentido de pertenencia desaparece de la mente, no pertenezco a nadie ni nadie me pertenece, formo parte de un mundo global y dentro de él de una cara oculta: la imperfección. Sólo puedo hablar en presente, de mi día a día; el pasado no lo recuerda mi mente y el futuro es incapaz de predecirlo ¿a qué me agarro para no caerme? Menos mal que estoy sentado. La luz del día me ilumina y me alimenta, me expongo a ella y la aspiro; si esta luz representa la vida, entonces estoy chiflado por ella; quiero ser un acumulador, una pila reversible que conserva energía y que la descarga cuando más la necesita. Hace una tarde hermosa, pero poco a  poco se va debilitando, va perdiendo intensidad, el sol se va apagando y da paso a la noche; a decir verdad, me gusta el buen tiempo ¡a quién no!, pero tampoco desdeño el malo, entendido como malo: la lluvia, las tormentas, la nieve…que para mí no lo es; tanto disfruto de una buena tormenta como de una lluvia torrencial, ¡mientras tenga la ventana abierta! Se está más en contacto con la naturaleza, creo que así se vive la vida más intensamente, es mi lucha diaria para pertenecer a una existencia digna. En este manicomio la monotonía se adueña de todo, sé que nuestras facultades están mermadas debido a la enfermedad; no sabría dar una solución a todo esto y personalizarla sería imposible, la mente de cada uno de los internos vaga por diferentes derroteros y en mundos contradictorios, por lo tanto cada cual tiene que esforzarse por encontrar su propio resurgimiento o se verá abocado al ostracismo. Dentro de mis límites y explotando al máximo los recursos que mi mente perturbada me brinda, creo que al menos he salido a flote, no puedo pedir más, aquí adentro no tengo otros medios; sencillamente mi existencia solicita a la vida ganas de vivir y cuando canto en parte lo consigo. ¿Me estará escuchando alguien? La ventana está abierta. Cuando nos encontramos en el patio no nos decimos nada, somos incapaces de hilar una conversación, las palabras existen en la mente alborotadas, exteriorizarlas con coherencia sólo unos pocos nos atrevemos y a veces con desvaríos. Sí, existen sonidos guturales, fricativos, primarios, como provenientes de tiempos remotos en los que el hombre balbuceaba sus primeras palabras; esa clase de sonidos es a lo más que podemos aspirar como interacción. Inesperadamente sobrecoge algún grito en cualquier parte del edificio que con rapidez la garganta trata de ahogar, es como si el manicomio poseyera su propia voz y quisiera lanzar un reclamo. Si me deslumbra la luz del sol, también la oscuridad porque ese grito está envuelto en ella y entonces me disperso y me quiebro en mil pedazos, me recompongo en seguida y me entran unas ganas terribles de cantar; si estoy sentado en esta silla, echo la cabeza hacia atrás, hasta el límite, como deseando autoestrangularme y encontrar en ese punto de pérdida de aliento una voz para mi canción. No sé qué hora será, la luz de la tarde va perdiendo intensidad, pronto será el momento de cenar, después un pequeño reposo y llegará la hora de dormir, así se completará un día más. Toda esa energía recibida del sol la acumulo dentro de mí y es por la noche cuando la libero; tengo la sensación de que durante el día nuestra enfermedad experimenta cierta mejoría, no sé si es la palabra correcta, mejor cierto equilibrio: el día en sí, que aporta su claridad, el encontrarnos en grupos bien en el comedor o en el patio, aunque la mente de cada uno vague en su propio mundo…sí, es el vernos juntos lo que fomenta un sentido de unión, una fuerza oculta para luchar en un combate inútil; pero es al llegar la noche cuando todo ese equilibrio falsamente adquirido se trastoca, la oscuridad de las tinieblas enreda nuestra razón y es entonces cuando el concepto de mundo real se disloca y uno se sume en sus propios fantasmas; solamente es la pastilla milagrosa la que induce al sueño, la gran salvadora, la que tranquiliza y hace perder la conciencia, pero nuestra psique sigue herida y en ella esos fantasmas continúan danzando a su libre albedrío. La ciencia da remedios, pero no soluciones; deberíamos ser los propios implicados, los locos, los que las buscáramos…en fin, an impossible dream!...Bueno, no quiero dármelas de fantoche, pero creo que algo me he inventado para que al menos mis fantasmas estén más sosegados y dejen de hacer el ganso: canto, sí, yo canto, canto una canción, me canto una canción y por extensión les canto una canción; esto a primera vista parece una locura…una más poco importa, ni se nota; me explico: sé por propia experiencia que la llegada de la noche es dura, en nuestro estado uno percibe la sensación de desposeimiento, como de haber logrado algo durante el día y que al final de la jornada algo se va, se escurre en la oscuridad, un vacío se apodera de nuestro juicio y se siente la pérdida de haber captado un rayo de luz, de belleza o de vida que por unos instantes había iluminado nuestras mentes; ese rayo de luz, de belleza o de vida es el que trato de atrapar y conservarlo para la noche en mi canto, en una canción, quiero que sirva de faro, de guía en la noche oscura de nuestra alma; por eso no sólo me canto a mí, sino a ellos también, por si sirve de algo, a mis colegas del ala izquierda y derecha para que en sus mentes revolotee un halo de cordura, o un ala de cordura, o una loa de cordura, o una ola de cordura, o un hola de cordura, o…siempre cordura. Espero a que llegue la noche y sigilosamente me acerco a la ventana, en mi silla de oficina de ruedas; como siempre este rectángulo está abierto de par en par, da lo mismo la época del año y el tiempo que haga, nada me abate, escudriño la ciudad en la lejanía, emite sus típicos resplandores, sus destellos y marca todo el horizonte, su bramido parece apaciguarse con el descanso que la oscuridad impone; más cerca se extienden estos campos áridos que reclaman el barbecho, esa mano del hombre apta para extraer frutos de la tierra y por último miro al cielo, si hay estrellas sus guiños me son suficientes, si llueve suave o torrencialmente me es suficiente, si el espacio está cubierto por una densa niebla me es suficiente, si un viento huracanado me echa hacia atrás, me rechaza, me enfrento a él; todo me es suficiente, todo me es sufí, todo me es místico y todo me empieza a dar vueltas como en una danza sufí-ciente, sufí-esciente, sufí-siente. Entonces sí reconozco mi locura por la vida y admito que estoy sonado, que estoy chiflado porque en mi cabeza habitan sonidos, chiflos, silbatos y todo dentro de mí se convierte en jolgorio, en una fiesta para celebrar la existencia, mi humilde existencia. Esa luz del día que me había deslumbrado y que he retenido está dispuesta a desparramarse apoderándose de mi voz y ésta deambula entre sonidos graves y agudos, entre lo masculino y lo femenino, sorprende por sus arpegios y arrulla como si de una nana se tratase. Me levanto y abandono mi silla, me asomo a la ventana, miro hacia abajo y contemplo el vacío, no me atrae, miro hacia el cielo y me conquista; y es entonces cuando ese sonado, ese chiflado mediante su voz recobra una rayo de razón: Rendimi più sereno quel ciglio che mi accende; tutta da te dipende la pace del mio cor. Non trova il mio pensiero ragion di quel martire. La veggo, oh Dio, languire, ne intento il suo dolor.

  https://www.youtube.com/watch?v=ebruo9uyhcQ                               

                          Cafaro: L’Ipermestra:rendimi più sereno.

Devuelve la serenidad a estos ojos que me inflaman; de ti sólo depende la paz de mi corazón. No, mi pensamiento no puede encontrar la razón de tal  martirio; la veo, oh Dios, que languidece, pero no puedo entender su dolor.