S/T- Iván Prieto
Muchas veces me han pedido que escriba mi autobiografía; anteriormente
me parecía una osadía por falta de tiempo vivido y de esas experiencias que lo
complementan; con el paso de los años y después de haber completado ya un gran
periplo de mi vida y de haberme enriquecido con la existencia llevada, he
llegado a la conclusión de que estoy “desganado”, “inappettente” para coger una
pluma y plasmar sobre el blanco de unas cuartillas las vicisitudes, las
alternancias de la vida de un ser humano que lo han empujado a convertirse en
un escritor famoso. He de aclarar que siempre he escrito a mano, a poder ser
con pluma o bolígrafo y a falta de éstos me he servido de un lápiz; lo del
ordenador llegó un poco más tarde, no por gusto sino por cierta modernidad y
exigencias de los editores. Para qué negarlo, soy un escritor famoso, mis libros
se han publicado y traducido en todo el mundo; según dicen los críticos mi
calidad literaria se ha acrecentado con el paso del tiempo y ya en las
historias de los últimos años la profundidad psicológica de mis personajes junto
con la creación y descripción de ambientes me sitúan entre los mejores de mi
género, pero en estos momentos no quiero hablar de mí como escritor de éxito,
quiero hablar de ese escritor que se ve incapaz de escribir sobre su vida, de
que los recursos que afloraban con facilidad al crear cualquier historia, ahora
no surgen y de que su mente se queda tan en blanco como el folio al que está
enfrentado. Llevo unos cinco años sin publicar nada y tanto mi editor como mis
lectores están demandando un nuevo libro; ahora sería un buen momento para
empezar con mi autobiografía; lo he intentado enfocando el tema desde
diferentes ángulos: cambiando la cronología de los acontecimientos,
convirtiendo al narrador de primera en tercera persona, me he concedido lapsos
de tiempo de tres y cuatro semanas para ver si aparecía un nuevo enfoque, un
arranque de proyecto y nada de nada, que me he quedado seco, yermo…pensándolo
bien estos dos adjetivos no me agradan
mucho, no me califican, los encuentro muy áridos, me quedo con el de
“inappettente”. Estoy inapetente, que no tengo apetito, es decir, “appettito”;
cualquier madre en circunstancias parecidas con su hijo, recurriría
inmediatamente al médico en busca de unas vitaminas, pero éste no es mi caso.
El éxito me llegó muy pronto, ni yo mismo daba crédito a lo que me acontecía;
tendría unos veinticinco años cuando entregué un manuscrito a una editorial,
con gran ilusión aunque predispuesto al rechazo, pasaron unos meses y cuál fue
mi sorpresa cuando una llamada telefónica reclamaba mi presencia en sus oficinas;
allí me dirigí disparado y disparado desde entonces me lancé al mundo literario
que si bien en un principio lo había tomado a broma y había entrado en él más bien por casualidad, la buena acogida de
aquel primer libro me hizo entrar en razón y decidí dedicarme a una profesión
en donde la vocación en sus comienzos brillaba por su ausencia; fue con el paso
del tiempo cuando empecé a encontrarle cierto “gustillo” y he de confesar que
debido a la buena aceptación de mis libros posteriores el “gustazo” no se hizo
esperar, pero el gusto y la inapetencia no se llevan bien; estoy preocupado
porque ya llevo tiempo en silencio; yo nunca he sido de esos escritores que
caen en esos pozos de ausencia y distanciamiento respecto al público y de vez
en cuando publican un libro, dándole una pompa como si éste proviniese de un
estrujamiento cerebral en el que han consumido media vida; yo no, yo siempre he
gozado de una abundante verborrea tanto oral como escrita, por eso mi
preocupación está más que justificada. Tampoco se pierde nada aunque no escriba
mi autobiografía, seguro que habrá algún otro escritor que sienta curiosidad
por mi persona y lo haga tan bien como yo, bueno, tan bien como yo lo dudo
porque nadie conoce a alguien mejor si no es uno mismo. ¿Y si lo de la autobiografía
no es más que un recurso para autoengañarme y no admitir que ya no tengo nada
que decir, que mi capacidad para crear ficción ya no existe, que con la misma
facilidad con la que vino se ha ido, que mi discurso escrito que fluía con
soltura ahora se ha agotado, que no tengo palabras porque éstas al formar
frases carecen de coherencia? Entonces, lo que me está pasando es muy serio,
más serio de lo que pensaba…pero no quiero ponerme trágico, estoy pasando por
un momento de negatividad, seguro que se me pasa, voy a pensar en algo
positivo, en algo que reavive mi ánimo y aleje de mí esos malos presagios.
Cuando me hablaron de adaptar uno de mis libros al cine, en un primer momento
dudé, era otro lenguaje, mis criaturas que leídas requerían el esfuerzo del
lector para crear en sus mentes ese personaje deseado, esa complicidad entre
escritor y lector, en la pantalla me parecían diferentes: el cambio de planos,
la forma en la que se movían, el ambiente y su entorno, la fotografía, la
iluminación de interiores, la música, esa música que arropaba sus gestos y que
los empujaba a seguir la trama fijada…no sé, casi no los reconocía y era
consciente de que habían salido de mí, pero los veía en otra dimensión, con
otros ojos, como si se me hubiesen escapado de mis manos y ya no me
pertenecieran; en la pantalla adquirían una especie de vida pública mientras
que en el libro conservaban un secreto, un misterio que se desvelaba al abrirlo
y cerrarlo, en esa intimidad que establece el lector con el paso de las hojas y
extrae de ellas la esencia de unas vidas reales o ficticias, pero en el fondo
“vidas”. Y hablando de fondo, no sé cuál es el motivo de haber cogido unos
cuantos folios y ponerme a escribir en ellos, si es para justificar que no voy
a escribir mi autobiografía, así de claro, me parece laudable por mi parte y
más laudable aún es si reconozco que me encuentro “inap-petente” para escribir
ficción y lo más, y lo más laudable sería en una palabra si confesara que ya no
voy a escribir más. Pues así de claro: “no voy a escribir más”, terminaré estos
cuantos folios para aclarar ciertos puntos. Lo más “laudable” en estos
momentos, dada la seriedad de la decisión, sería tomarme un poco de
“láudano”…debería ser un poco más circunspecto en este caso y no ser tan tajante,
no vaya a ser que más tarde me arrepienta, sigo diciendo e insisto en que estoy
inap-petente y un penitente ante las dudas para tomar tal
decisión…inap-petente, inap-penitente, inap-petinente…soy un inapelable, un
inaplazable, un inaplicable, un inapreciable, un inaprensible, un
inapropiable…un inepto. No puedo dar crédito
a este abandono de las palabras, no encuentro en ellas ese gusto que me
llevaba a la creación de mis personajes, a crear historias llenas de vida, como
si esa vida ahora existiera en otra parte y ya no se construyera a base de
frases, lo que es en sí la literatura. Siempre he sido muy metódico con mi
trabajo, he mantenido mis horas de escritura diaria y solamente he roto esta
rutina por motivos especiales; me he obligado a estar delante del folio en
blanco hasta que poco a poco éste se iba tintando de una caligrafía en negro,
estuviera o no inspirado y, sin embargo, desde hace algún tiempo huyo de esa
obligación y me refugio en la música, para ser más exactos en un concierto para
violín; ha permanecido en mi mente desde joven, lo descubrí en un viaje de
promoción de uno de mis primeros libros y fue por casualidad: recuerdo
claramente que eran las últimas horas de la tarde y no tenía adónde ir, cogí el
periódico y en la sección de espectáculos, más concretamente en la de
conciertos, se anunciaba, tenía otras opciones, también podía haber ido al
teatro o al cine al cual soy muy aficionado y máxime después de la adaptación
de alguno de mis libros a la gran pantalla, pero no, allí me fui, y aún sigo
sin saber la causa porque nunca he sido aficionado a la música clásica; no tuve
problemas de entrada, ese concierto de violín no era muy conocido, es decir, no
era uno de los grandes, de ésos en que la gente se apiña para entrar; en el
folleto de mano leí la biografía del compositor, el programa que se presentaba
en aquella velada musical junto con información sobre la orquesta, director y
violinista; todo era nuevo para mí, el concierto se dividía en tres partes:
alegro, adagio y rondó… si soy sincero me sonaban a chino; con el tiempo me di
cuenta de que mi destino me había llevado allí, no había sido una casualidad;
el concierto comenzó y las luces se atenuaron, advertía que el mundo al que
pertenecía se quedaba rezagado, distante, pero no entraba en uno nuevo sino que
la sensación que experimentaba al oír aquella música era que profundizaba más
en mí mismo, el sonido del violín estaba en consonancia con mi emociones más
íntimas, armonizando a la perfección psique y música; mis momentos más álgidos
y más bajos, mi ira, mi ternura, mi desorientación, mi cordura y
locura…cualquier fase por la que puedan pasar mis emociones, el sonido de aquel
violín las moldeaba limando asperezas, suavizando contornos, conduciéndolas a
un equilibrio y serenando la agitación por la que a veces pasa mi mente; salí
del concierto con el convencimiento de que algo había cambiado dentro de mí,
había mejorado en algo, quizá en un conocimiento más amplio de mí mismo o quizá
al descubrir una medicina que ayudase a subsanar mis desequilibrios
emocionales, fuera lo que fuese, ya no era el mismo, me había “dimensionado” un
poco más; desde entonces ese concierto me acompaña en todos mis momentos
difíciles, ésos en los que uno absorbe el mundo con demasiada rapidez y no es
capaz de comprender los acontecimientos tan abruptos sin una reflexión y
asimilación de mente; si me disperso, me reajusta; si me agitan las emociones,
el sonido del violín las apacigua y las canaliza hasta alcanzar la comprensión;
cuando estoy desorientado, me orienta y me sitúa en el camino de la realidad y
cuando me siento frente a un folio en blanco y me desespero porque nada se me
ocurre, entonces me conforta, me hace entrar en razón y reconozco que estoy
“inap-petente”. Admito que estoy pasando por un mal momento creativo, soy un
“penitente” de esa fijación por llenar un folio con algo de mi propia
caligrafía y al no conseguirlo entro en unos terribles brotes de ira y tiro con
todo, al cabo de un momento me arrepiento y veo que todo ha sido una
chiquillada. De mi “inap-petencia” al no poder escribir y de mi “obs-sesión”
por ese concierto he logrado descubrir para mí un nuevo lenguaje: el del
sonido. La voz con su discurso puede llegar al fondo del alma humana; un
instrumento bien tocado, como es un violín, puede también descender a esas
profundidades y sacar a uno de ellas. Hace unas semanas me dio por revisar, por
hacer un repaso general a toda mi producción literaria y he llegado a la
conclusión de que mis primeros personajes eran muy rudos, a veces poseídos por
una violencia de lo más primaria; una vez que oí ese concierto los siguientes,
si bien seguían las pautas de su propia personalidad, estaban impregnados por
un cierto toque de humanidad, no es que la manifestaran claramente, pero en el
fondo existía algo de benevolencia, al menos esas son mis apreciaciones, quizá
esté equivocado, no lo sé. El otro día me levanté muy ufano, uno de esos días
que uno cree que va a comerse el mundo, en mi caso, que iba a escribir como un
descosido y que no iba a tener folios suficientes para explayar mi furor
creativo; primero la euforia me puso en pie, me duché, desayuné y me vestí,
todas estas rutinas impregnadas de cierta parsimonia y ritual, creyéndome que
todas estas ínfulas iban a ayudarme en mi ahínco por escribir; cuando me senté
y cogí mi pluma con la sana intención de que ya tenía el comienzo de una
historia, mi mano se quedó paralizada porque mi mente no dictaba ninguna idea;
así estuve un buen rato a la espera de inspiración, como ésta no acudía,
inspiré y espiré, inspiré en profundidad, a conciencia, con cabreo, pero “rien de rien”, entonces espiré con
resignación. En aquel momento el mundo se me vino abajo, el pesimismo se
apoderó de mí y un futuro muy negro cubrió mis expectativas ante la
imposibilidad de la creación literaria. De repente mi mente se nubló y todo lo
que se me ocurría estaba influido por la
negatividad y, sin embargo, en mi interior surgió una “lucecilla”, sin saber de
dónde provenía iluminó mi camino hacia ese concierto. Lo puse, y desde el
primer momento, su “allegro” ya me
recompuso; mis emociones, hacía unos instantes vapuleadas por las
contradicciones, recobraban su equilibrio; con el “adagio” llegó la comprensión, la aceptación de que quizá aquella
fuerza creadora de la que había gozado en cierto momento ahora se canalizaba
por cauces distintos, hacia mundos sonoros desconocidos y gracias a ese
concierto por haberme conducido a ellos; con el “rondò” llegó la estabilidad, la realidad tal y como era… He
llegado a la conclusión de que mi autobiografía va a quedarse en un intento, en
un intento por falta de palabras para plasmar mi vida mediante ellas; sé que un
día alguien lo hará y describirá con pelos y señales las etapas de mi vida,
acontecimientos, influencias literarias recibidas, si alguna vez las tuve…en
fin, toda una vida, pero lo que nunca nadie podrá describir serán mis
emociones, mis sentimientos, todo ese motor interno que mueve nuestros actos,
el único que sabría hacerlo sería yo, pero me he quedado sin palabras, sin
ideas para llevarlo a cabo por eso me he volcado en ese simple concierto de
violín, desconocido para la mayoría y para mí también si no hubiese sido por la
casualidad de haber asistido a él en aquel viaje de promoción; lo he escuchado
cientos de veces desde entonces, lo he probado con otros conciertos y de nada
ha servido, tampoco me he aficionado a la música clásica y ¡mira que lo he
intentado! Soy un inepto; ahora me he dado cuenta de que nos hemos amoldado uno
a otro; está claro que yo, en estos momentos, estoy inap-petente, penitente de
la impotencia al no poder manifestarme verbalmente, por eso he traslado mi
emociones contenidas por falta de expresión a ese concierto de violín que se ha
adaptado a la perfección a ellas y viceversa; me siento bien cuando lo escucho
y sobre todo me hace sentir en armonía con todo lo que me rodea…Sería una idea
brillantísima presentarme ante mi editor y llevarle un CD de este concierto y
decirle: aquí tienes mi autobiografía, la más íntima; he cambiado de registro,
antes era la palabra escrita ahora es el sonido, escúchalo y escúchame, no te
llevará mucho tiempo, unos treinta y pico minutos, no llega a los cuarenta,
creo que yo más condensado no puedo estar…toda mi vida emocional en tres
palabras: allegro, adagio, rondò.
(Por si alguien siente curiosidad, el concierto al que me
refiero es: concierto para violín nº 3 en A mayor, op.25 de Henry Vieuxtemps)