La montaña // Dan Casado |
Marchas de la muerte (yadvashem.org)
Por fin tengo un momento de reposo; nunca
es a una hora señalada, depende del ajetreo del día, pero la mayoría de las
veces es de noche, de once a una, despido un día y recibo la llegada del nuevo;
la despedida es amarga, no existe añoranza por él, existe desesperación; fue un
día vivido en el desconcierto, en una marcha perseverante sin rumbo, sin
sentido, sin una meta que alcanzar, dando tumbos, siempre chocando contra
estorbos imprevistos, dificultades que, a no ser por unos actos reflejos que
las penurias agudizan, nunca se superarían. ¿Cómo despedirme del día
transcurrido? No mirándolo, volviendo la cara hacia el frente y topándome con
el nuevo que será más de lo mismo: una sucesión de calamidades que hay que
vencer y todo por el amor a la vida, una vida, aunque agonizante, en su lucha
por fastidiar a la muerte. Vengo de la muerte y sigo rodeada de ella; es una
peste que se ha desencadenado por todo un continente; creía que con la paz,
ésta desaparecería, volvería a su lugar de origen: la guerra; las dos hacen
buenas migas, son amigas íntimas, inseparables, y sin embargo, continúa
arrastrándose, entrometiéndose en la misma existencia de unos supervivientes
que casi no pueden mantenerse erguidos, que sólo su espíritu de lucha empuja a
dar unos pasos en una marcha perpetua hacia lo desconocido; lo importante es
huir, cuanto más lejos mejor; dejar atrás el horror, lo inenarrable y con la
distancia crear un pacto de silencio; pero la cruda experiencia y la realidad
saltan a la vista; los supervivientes formamos parte de la estética de la guerra,
somos su secuela. La posguerra y su realidad continuarán llevando tras sí las
calamidades de su predecesora. Preguerra, guerra, posguerra. Preguerra, guerra,
posguerra. Pregüerra, güerra, posgüerra.
Pregüerra, güerra, posgüerra. Preguarra, guarra, posguarra. Preguarra, guarra,
posguarra… Hace una noche estrellada, hay silencio por doquier, pero hace
fresco; mis ángeles están arropados, envueltos en sus mantas, entregados a un
sueño reparador de hambre y agotamiento. Estoy sentada en el suelo apoyando la
espalda contra la pared de este cobertizo semiderruido que en tiempos de
bonanza albergaría a personas o animales lustrosos que tan pronto uno los veía
irradiaban abundancia, bienestar; estoy rodeada de campos áridos por donde hace
años la azada no ha pasado, solamente la guerra y eso quiere decir destrucción;
todavía quedan huellas sobre el terreno del paso de soldados, carros de
combate, tanques que con la furia que portaban la hundían sobre los campos
fértiles que pisaban. El paisaje también quedó agotado; estas extensiones
llegan hasta el infinito, ya no marcan propiedades, todo es una misma llanura
que libremente se puede atravesar y acortar camino en busca de una meta, que no
es mi caso porque la desconozco, pero todos los que andamos en estas marchas nos
ilusiona la idea de encontrar en alguna parte lo perdido, lo añorado, en una
palabra, lo imposible. Para poder seguir viviendo habría que rehacer la vida,
cimentándola en lo bueno y en lo malo del pasado y con la esperanza puesta en
el futuro. Esto sería lo ideal; mis intenciones son buenas, mis palabras
convincentes, pero me falta la ilusión, la fuerza para llevarlas a la práctica;
la guerra, el internamiento en el campo, las experiencias vividas han absorbido
las sublimaciones que había depositado en el ser humano y de la noche a la
mañana todo se ha desplomado. Sin querer, una joven de clase media acomodada,
educada y con estudios cuya vida se le había presentado sonriente y en donde
las dificultades, siempre solucionadas por sus padres, le habían resbalado, se
encontró de repente metida en un torbellino del que le fue imposible salir; esa
soy yo. No me reconozco, después de las experiencias vividas me he
envalentonado, a veces me he vuelto más… ¿cómo diría? Más salvaje, sí, sí, más
salvaje; no actúo según unos códigos preestablecidos de conducta, ésos han
quedado anclados en un tiempo pretérito en el que el mundo razonaba bajo la
sensatez y el respeto a los demás; ahora
el instinto de supervivencia me hace reaccionar bruscamente, sin
consideraciones hacia quién sea; lo importante es lograr el objetivo cueste lo
que cueste, depredar, esa es la palabra, emplear uñas y dientes para conseguir
la presa y aplacar el hambre con tal de sobrevivir. Vivo el presente con todos
sus avatares, que no son pocos; trato de llegar al final del día viva, ¿los
medios para lograrlo? No me importan; no me puedo desmoronar, no sólo por mí
sino por mis ángeles que tengo que sacar adelante sea como sea, ellos son el
futuro; los bichos pertenecen a ese pasado no muy lejano en el que imperaban,
dominaban, aniquilaban hasta que devaluaban al ser humano convirtiéndolo en
cenizas. Si avivo los recuerdos, envenenan mi presente, ralentizan mi buena
voluntad; debo intentar dejarlos aparcados en alguna parte de mi memoria, no
anularlos pero sí que reposen y que el paso del tiempo los suavice, cosa que
dudo…Fui maestra, no por mucho tiempo, cuatro años; cuando terminé mis estudios
pronto me puse a ejercer; me sentía ilusionada, adulta; el hecho de abandonar
los libros, los exámenes, los cuales siempre había asociado a una etapa de
transición en la que una vez superada uno ya se convierte en persona
responsable, en la que el trabajo aportaba una independencia económica, eso me
parecía el alabar a Dios… Hubiera necesitado más experiencia en el campo
educativo; a veces a mis ángeles no los entiendo, aparecen y desaparecen,
vienen y se van, algunos se quedan conmigo, a otros no los vuelvo a ver más; me
gustaría retenerlos hasta que ellos se encauzaran, pero la guerra ha abierto
unos caminos intransitables, sin demarcaciones, es decir, que cada cual puede
caminar por donde le plazca y así señalar el suyo propio. Hacía tiempo que
apenas tenía un momento para estar conmigo misma; quizá la noche estrellada y
el silencio me ayuden a centrarme porque mi cabeza está llena de ruidos de
todas clases y no agradables: los bichos nos voceaban en el campo, los
estruendos de la guerra, que si venían con cierta proximidad, enervaban al más
tranquilo y siempre un zumbido de fondo que, daba lo mismo que fuera de día o
de noche, se había introducido en la cabeza para obsesionar y torturar tanto a
los débiles como a los fuertes. Un día “normal” a estas horas ya estoy
durmiendo y lo hago por agotamiento porque no puedo conmigo misma, me derrumbo;
parece como si la lucha llevada a cabo durante todo el día reclamase un
sosiego, pero yo no me puedo permitir ese lujo; sé que un cuerpo humano
necesita descanso para reincorporarse a la vida activa diaria; aunque no quiero
que nadie me hable de eso después de experimentar las penurias pasadas en el
campo, no, no quiero ni que se me mencione lo que da de sí un cuerpo humano en
circunstancias límites como las de allí. Cambio de tema. ¿Cómo voy a descansar
pensando en mis ángeles y cómo voy a alimentarlos al día siguiente? ¿De dónde
voy a sacar energías para darles la mano y tirar de ellos en esta marcha sin
rumbo en busca de unos padres y de un hogar, que ya ni rastro queda de lo que
constituía una familia? Sé que podemos ir a otros campos, pero de ningún modo;
he huido de las marchas de la muerte y
ahora llevo mi propia marcha y además, mis ángeles ya han visto demasiada
muerte; tampoco quiero insistir en descripciones, si bien a veces soy
consciente de la necesidad de rememorar los sufrimientos y calamidades; creo
que eso me ayuda, me impulsa a un estado de superación, a no desmoronarme
porque si así fuera, sería como retroceder y perder lo poco alcanzado; mis
ángeles son quienes tiran de mí y yo también de ellos; su empuje es moral, en
lo físico poco pueden hacer; están consumidos por el hambre y las enfermedades
y si le añadimos una infancia herida, la única exigencia que se les puede pedir
es que se mantengan de pie y que miren siempre al frente para que el futuro los
conquiste con sus guiños; por mi parte y dadas las limitaciones e impedimentos
que por todas partes surgen encontrarán en mí esa ayuda moral y física; yo
nunca los abandono, ellos sí me abandonan. Me encanta ver dormidos a mis
ángeles; es la única vez que uso el verbo “encantar” en mi vida actual, antes
lo empleaba con mucha asiduidad porque antes, mi existencia era un
encantamiento; ahora sólo está destinado a describir este momento y nada más. A
lo que iba, me encanta ver dormidos a mis ángeles, según la luz o la oscuridad
sus cuerpos envueltos en mantas adquieren unos volúmenes muy parecidos a
capullos; todo aquello que yo explicaba en clase de ciencias sobre la evolución
del gusano de seda que más tarde se transformaría en crisálida…recuerdo cómo
escuchaban atónitos mi explicación y me contemplaban como si fuera una maga;
esos detalles afianzaron mucho la seguridad en mí misma en aquellos años
primerizos como enseñante; pues bien, ahora en esos capullos se gesta el
futuro, ¿un futuro incierto? Pues claro, porque el presente que lo sustenta
carece de base firme, sus raíces están arraigadas a la aniquilación del ser
humano; pues no, mis ángeles van a seguir adelante sea como sea con futuro
cierto o incierto. ¿Qué podría decir de mi relación con ellos? Es difícil dar
una respuesta porque a veces me parece que todo fluye con facilidad, otras el
problema del idioma se interpone y el entendimiento no es lo mejor que me
esperaba; mis ángeles son de múltiples procedencias, deambulan solos por
caminos o se entremezclan en las marchas de la muerte, siempre rodeados de
cadáveres vivientes, o se encuentran sentados en una cuneta al borde de la
extenuación…En una palabra, no hay que buscar mucho para que en cualquier o de
cualquier parte surja uno. Intento apartarlos de las rutas normales en donde
procesiones de despojos humanos se esfuerzan por caminar; nos miramos
lanzándonos la poca esencia de piedad que queda en nuestros espíritus; pero
instantáneamente miro al frente y cuento a mis ángeles, no quiero que se me
descarrilen; una fuerza impulsa a mis brazos a entreabrirse como señal de
protección, nadie debe tocarlos. ¿Cómo es un día normal en nuestras vidas?
Subsistir, esa es la palabra, apaciguar el hambre con lo primero comestible que
esté al alcance de nuestras manos; muchas veces somos como aves de rapiña:
agarramos lo que cogemos y lo devoramos con tal de llenar ese vacío que reina
en el estómago; es entonces cuando el alma se me cae al suelo al verlos tan
indefensos, tan desamparados, tan desangelados, ¡mis ángeles tan desangelados!
Y me digo: esto no puede ser y lo es. Trato de conducirlos por senderos, atajos
que de alguna manera nos lleven a casas aisladas o granjas, allí siempre
encontramos un alma caritativa que nos da algo; cuando caminamos no solemos
hacerlo muy juntos, necesitamos cierta distancia; la guerra nos ha agobiado,
nos ha replegado hacia nosotros mismos y de golpe demandamos espacio, movernos
sin sentir el acecho de una agresión cercana, pero ante lo desconocido la
dispersión se contrae y me veo rodeada de todos ellos, junto a mí y eso me
envalentona, en esos momentos sería capaz de llamar a las mismísimas puertas
del infierno por pedir un trozo de pan; peto a la puerta de la primera granja
que surge en mi camino, la abren, me miran, nos miran, momento de reflexión,
conclusión: miseria dentro, miseria fuera, portazo que te crió; y así un montón
de veces, pero el hambre hace que no se consuma la paciencia y yo sigo
insistiendo; siempre, siempre, siempre…Hay algún alma caritativa que siente
piedad por nosotros; indudablemente nunca se nos abre la puerta de par en par
para acogernos; los tiempos no están como para dar la bienvenida al primero que
aparece; ya estamos acostumbrados a dormir en cualquier parte, bien al cubierto
o al raso; como estamos tan agotados, donde nos posamos, allí nos quedamos.
¡Qué bien duermen mis ángeles! ¡Da gusto verlos dormir! ¡Qué pena que no tengan
unas camas en donde dormir! Hasta me atrevería a decir ¡Qué pena que no tengan
unas cunas!. ¿Cómo empezó todo? No lo sé, como no sé tantas cosas o no quiero
saberlo; no sé sus nombres ni sus procedencias, ignoro la lengua en la que me
hablan, cada uno emplea la suya cuando la emplea, ya que hemos llegado al
convencimiento de que los gestos son nuestro mejor medio de comunicación; éstos
se han agilizado, han alcanzado un alto grado de matices, hasta tal punto de
perfección que la sutileza se muestra en cada uno de ellos; hay que decir que
la lengua propia instintivamente puede acompañar a estos gestos, salen como
gruñidos de sus gargantas, sonidos guturales desconocidos para mí que con su
debilidad parecen agónicos; no les presto
atención; la guerra ha restado importancia a una serie de preocupaciones
que en tiempos de paz bien podían haber adquirido cierta relevancia, pero ahora
todo se reduce a lo esencial, a lo indispensable, a la supervivencia. ¿Cómo
empezó todo? Fue cuando la guerra estaba en sus últimos estertores; de los
campos comenzaron a salir números, personas no, bocetos de los que en algún
tiempo fueron seres humanos; y nos pusimos a caminar: unos hacia otros campos,
otros logramos apartarnos y crear nuestra propia marcha; fue entonces cuando
mis ángeles paulatinamente aparecieron; desde un principio siempre fuimos un
grupo muy heterogéneo y en número variable, a veces somos doce, quince,
veinte…fijos yo y siete “anxeliños”, digo “anxeliños” por la familiaridad, la
confianza; uso este diminutivo porque tal vez exista una emotividad latente
debido a la convivencia y a las penurias compartidas desde hace algún tiempo;
el cariño debería aflorar en épocas de tanta escasez emocional; sin embargo, el hambre, la sed, el debilitamiento físico
se enfrentan con los sentimientos más básicos y el instinto más primario: el de
subsistencia= el de la caverna es el que se impone. Como decía, el grupo fijo
somos ocho, el resto fluctúa; yo no los puedo retener, van y vienen, son
ángeles y tienen alas, emprenden el vuelo, desconozco su destino, al cabo de
dos o tres días aparecen de nuevo y hay algunos a los que ya no vuelvo a ver
más; así son las secuelas de la guerra, una descomposición en el sentido más
amplio de la palabra; de los desaparecidos me gustaría saber qué ha sido de
ellos, ante la imposibilidad me digo que la vida se los ha tragado; miro a los
que conmigo permanecen y el vacío de los otros éstos me lo llenan. ¿Ellos mis
ángeles y yo su ángel protector? ¿Quién protege a quién? No tenemos un horario
fijo de comidas ¡ojalá! Cuando a nuestras manos llega algún alimento o pronto
lo ingerimos o si a eso también se suma la fatiga, entonces nos sentamos en
cualquier parte, formamos un círculo y a comer desde un mendrugo de pan hasta
la fruta u hortalizas que robamos en los huertos en nuestra marcha sin fin. Mi
postre es contemplarlos, es en ese
momento cuando me doy cuenta de la situación en la que estamos, de la
gravedad y de la inutilidad que nos rodean; la inocencia no debería pagar tan
caro el desatino de los adultos; las enfermedades inesperadas que pudieran
surgir son otra de mis preocupaciones. Eso me quita el sueño también, como si
no fueran bastantes las calamidades que hay que superar como para soportar unos
temores que, aunque intente desechar, aparecen de la noche a la mañana. De
repente todo cambia, me agarro a mi abrigo, me levanto enérgica y me vuelvo a
sentar. De esta manera ahuyento los presagios que me asedian, sacudo esa
negatividad que se apodera de mí y me pongo a jugar con ellos; a veces recibo
una respuesta positiva, cosa que me alegra ya que reaviva mi creatividad;
debido a la escasez de medios y dependiendo del lugar donde nos encontremos
recurro a juegos tan sencillos como a hacer figuras de animales con piedrecitas
o a hacer trazos con una rama si el suelo es de tierra; la verborrea no se hace
esperar y un chorro de vocablos en diferentes lenguas salpica nuestras mentes
adormecidas y me supongo que han adivinado el animal; me da lo mismo, el caso
es que los veo vivos, que todavía algo bulle en su interior, que hay una
latencia de algo infantil que la guerra funesta no ha mellado; eso me anima
porque veo rostros que han adquirido expresividad a causa de motivar la
curiosidad, gesticulan, se inquietan…en una palabra, ese alboroto me despierta
de mi letargo y me obliga a hacer una valoración de mi trabajo llegando a la
conclusión de que no me he equivocado de vocación: allí donde esté sigo siendo
una maestra; y sin embargo, hay otras veces en las que el ánimo no goza de
buena salud y están apagados, es como si el mundo se hubiese caído, entonces
sobre esa desolación se extiende un silencio, un mutismo que constriñe nuestras
escasas energías y nos apagamos, solamente nuestra proximidad mantiene la llama
viva de familia ficticia. El presente me absorbe por completo y son las
pequeñas necesidades las que hay que cubrir porque la supervivencia es lo
primero. Me parece un milagro que haya tanta calma y silencio, la noche
estrellada y el fresco invitan a la calma; es posible que ahora se haga
realidad aquello de que después de la tempestad viene la calma o después de la
guerra viene la paz o después de la escasez viene la abundancia… Ojalá así
fuera; he sido tan vapuleada que mi confianza está por los suelos; ante lo
positivo siempre me creo que hay algo oculto que me aportará consecuencias
nefastas…Mis ángeles están dormidos, a estas horas duermen profundamente; son
como unos ríos que portan agua fresca y bañan una tierra que la guerra ha pisoteado
e impedido su fertilidad; no siguen un cauce, gozan de la libertad de abrirse
camino por donde pasan, aunque sea a base de dificultades, aparecen y
desaparecen, van y vienen, se quedan, es tal el ímpetu que poseen que no se
puede retener. La guerra ha borrado el concepto de posesión de la mente humana
porque ella se ha convertido en el mismísimo egoísmo, no solamente
arrebatándonos nuestras pertenencias sino incluso nuestras vidas. Varias veces
he intentado darles nombres a esos ríos, pero mis ángeles fluyen con tanta
rapidez que he cesado en el intento; había escogido los más caudalosos y los
más largos del mundo porque sí, tenían que ser lo más de lo más, pero era tal
su vorágine que cedo a otros la elección de nombres, además, con los tiempos
que corren la identificación poco vale, al fin y al cabo somos cantos rodados.
Estos momentos de sosiego me vienen de perlas; miro siempre de frente, nunca ni
para la derecha ni para la izquierda; quizá eso signifique que enfoco solamente
el presente, la realidad, y sin embargo, por más que intento apartar de mí ese
pasado reciente también soy mujer de pasado, de un pasado remoto, éste es el
que quiero recordar, pero no con añoranza sino con la realidad actual, aunque
se interponga ese reciente pasado: mis padres, mis familiares, y muchos de mis
amigos, gran parte de mi mundo, los campos me los han arrebatado, se han
esfumado en ellos, esfumado, esfumado, esfumado, inhumado, inhumado, inhumado,
exhumado, exhumado, exhumado, es-in-ex, es-in-ex, es-in-ex, esinex, fumado,
ahumado, ahumado, ahumado, humado, humado, humado, humo, humo, humo…inhumano;
para todos ellos esta bajada de párpados, esta inclinación de cabeza con la
intención de no dejar escapar su imagen de mi mente y con todo mi respeto y
cariño; ya me he quedado sin palabras… Cuando salí del campo mis condiciones
tanto físicas como mentales eran deplorables, casi no me mantenía de pie, era
un esqueleto andante; ahora no es que esté mucho mejor, pero algo de peso he
recuperado y estoy un poco más lustrosa; la libertad, aunque que sea con
penurias, sigue siendo la libertad y eso siempre ayuda a la mente y al cuerpo;
mis primeros pasos fuera de aquel recinto fueron torpes, más bien diría
indecisos, no sabía a dónde dirigirme, mis compañeros de cautiverio, sin querer,
me iban empujando, alejándome del infierno; mi cuerpo temblaba porque no
llevaba ropa de abrigo, eran unos harapos que simulaban una prenda femenina y
por calzado unos zapatos tan deformados que mis dedos sobresalían por todas
partes; de repente un desconocido me dio una manta, una caridad que agradecí
enormemente, pues si no llego a envolverme en ella dudo de que sobreviviera y
seguí caminando y caminando hasta darme cuenta de que ya no pertenecía a aquel
rebaño que había abandonado el campo; estaba prácticamente sola, sí había almas
en pena que continuaban su marcha, pero de mi grupo inicial quedaba yo;
recuerdo que había caminado un largo trecho, o eso me parece a mí ahora, cuando
el agotamiento me obligó a hacer un alto en el camino, me dirigí hacia el borde
de la carretera y allí me senté; había caminado como hipnotizada,
tambaleándome, en busca de equilibrio y destino; cerré los ojos y cubrí mi
rostro con la palma de mis manos; sé que estuve en esa posición durante un buen
rato tratando de invocar no la presencia de espíritus sino cierta cordura y
concentración ante mi auténtica realidad, no aquélla que me había oprimido
durante mi etapa de cautiverio; mi realidad natural era otra y aparté las manos
y abrí los ojos en señal de asentimiento ante mi nueva situación; en un primer
momento vi caminantes como yo, ocasionales, arrastrando los pies, atraídos por
la luz cegadora de una meta adonde la carretera los guiaba; después desvié la
mirada hacia un lado y sorprendida vi cerca de mí a un soldado muerto que yacía
boca abajo; no era la muerte lo que me sorprendía, ya estaba tan familiarizada
con ella que más de lo mismo me había dejado inmune; creo que fue la codicia
repentina lo que se había despertado en mí por aquel abrigo y botas que llevaba
el soldado; no lo pensé más, me abalancé sobre él y le robé ambas prendas;
estaban tan nuevas, son las que llevo puestas: el abrigo me queda grande, diría
que muy grande, pero me abriga y me protege: es mi coraza; las botas más de lo
mismo, las tuve que rellenar porque los pies me bailaban dentro, si no llega a
ser por ellas estas caminatas serían imposibles; fue el instinto de
supervivencia el que triunfó sobre la muerte; en condiciones normales yo jamás
haría algo semejante, pero el soldado sin vida me ofrecía la oportunidad de
conservar la mía y no lo pensé dos veces, aquí estoy portando su ropa; desde
entonces creo que he adquirido la valentía de luchar, de buscarme la vida, de
abrirme paso sea como sea. La jornada de hoy no ha resultado ser tan buena como
se esperaba: hemos marchado por terrenos pedregosos, el tiempo tampoco ha
ayudado y la alimentación ha sido mínima por no decir nula. Mis ángeles carecen
de todo y la carencia es de lo más elemental: unas comidas sanas, una higiene
apropiada, ropa de abrigo para mantener sus cuerpos protegidos contra el mal
tiempo y sobre todo cariño, protección y esos cuidados que solamente una
familia concede a los suyos; yo lo intento, pero mi contribución está en
mínimos; la época que nos ha tocado vivir está a la deriva, así andamos todos
dando tumbos, sin rumbo; para poder superar ciertas situaciones inesperadas en
la vida uno debería poseer una preparación, pero la guerra surgió con tanta
virulencia que pilló al individuo con las manos vacías, entregado de lleno a su
destino. ¿Qué es la posguerra? Más guerra, pero ésta se lleva en silencio, la
mente sigue llena de malas experiencias que si bien ya no se padecen
físicamente uno se despierta de las pesadillas con sacudidas, con agitaciones,
con sudores que únicamente la consciencia de una realidad amaina. Yo tengo
pesadillas y mis ángeles también. Como adulta quizá sepa canalizarlas mejor al
regresar a esa realidad, mis ángeles sé que no; en sus rostros se lee que el
ensueño y la existencia real no encajan, se mezclan, sus mentes infantiles
carecen aún de esa madurez para diferenciar lo uno de lo otro; llegada a esta
reflexión, me pregunto si las víctimas hemos llegado a asumir ambos conceptos y
existe un padecimiento constante tanto si estamos despiertas como dormidas, en
una palabra: pesadilla y realidad se funden en un único vocablo: padecimiento.
¿Qué ha sido de los bichos? Siempre los ha habido y los habrá, da lo mismo que
lleven o no lleven uniforme, aunque en esa guerra que me ha tocado vivir, han
sido una auténtica plaga; fumigación es la solución. Debo alejarme de la ira,
me contamina a mí también y hace que se nublen mis buenos sentimientos. El
hablar conmigo a solas me ha relajado, también me ha fatigado y me empieza a
rondar el sueño; no tengo oportunidad de hablar con gente, me refiero con gente
adulta, con mis ángeles chapurreo idiomas que nos sirven para solventar
necesidades de primer orden, gesticulamos, es decir, salimos del paso dignamente;
expresar, lo que se dice con quién expresar mis sentimientos no tengo a nadie;
no sé lo que me pasa durante estas horas de la noche, advierto que mi
sensibilidad se agudiza, si por el día puedo convertirme en una fiera
luchadora, es ahora cuando noto una flaqueza de esa vitalidad y hace que mis
sentimientos afloren a la superficie con más ternura, con más humanidad; a veces me asusta esta dicotomía porque me
creía más integra: o perteneces al grupo de los fuertes o al de los débiles;
creo que siempre pertenecí al bando de éstos últimos, cosa que nunca he
lamentado, pero la guerra no me ha dejado otra elección y he aprendido a poner
cara de ogro y a mostrar las garras cuando ha sido necesario. Me encantan estos
momentos porque en ellos encuentro una comunión entre los seres y su realidad;
hay un silencio y hasta me atrevería a decir una paz, aunque con los tiempos
que corren la paz aún no está muy afianzada, en ellos se crea un espacio
ambiental único en donde conviven ese silencio extremo con el del propio
espíritu proporcionando un equilibrio a las emociones y surge la magia y yo me
convierto en maga y me encanta y todo lo que me rodea “m’encanta”, es tiempo
para el encantamiento…m’ancanta, m’ancanta, m’ancanta, m’ancanta, m’ancanta,
mancanta, mancanta, mancanta, man-canta, man-canta, man-canta y ¿quién canta?
Man. Yo canto. Yo les canto, pero no saben nada, mis ángeles están tan
profundamente dormidos que no se enteran de nada; yo me convierto en su ángel
custodio, en una maga o en el hombrecillo de arena o hasta me puedo multiplicar
en catorce ángeles, por cantidad que no sea, para protegerlos y orientarlos en
sus rutas hacia el futuro. Hoy los tengo conmigo, que ya debe ser hoy, no lo
sé; como tampoco sé qué va a ser de mí, confío en las sorpresas; todos
emprenderemos vuelos hasta destinos desconocidos, somos hijos de la guerra,
ésta nos ha transmitido su inestabilidad por lo tanto somos seres inestables en
busca de un punto de equilibrio. Mis “anxeliños” necesitan de otros ángeles
para que los protejan, son tan frágiles. Nunca me quedo dormida si no los
contemplo en sus sueños y es entonces cuando me transformo, dejo de ser la
mujer a quien identificaban con un número a ser el hombrecillo de arena, la
dignidad de la magia y de los sueños confieren a mi persona la representación
humana de las ilusiones y puedo ser la esperanza que subyace en cualquier
corazón; con la amplitud de mi abrigo doy albergue a ángeles perdidos, con mis
botas de mil leguas los transporto en
las distancias y sobre sus rostros dormidos esparzo una arena muy fina, la del
reloj del tiempo. Debo levantarme, también debo dormir un poco, mañana se
avecina otra jornada agotadora, pero antes pasaré revisión a mis “anxeliños” y los
cubriré con un manto mágico, finalmente les cantaré en voz muy bajita:
Der kleine Sandmann bin ich, st!
und gar nichts arges sinn’ ich, st!
euch Kleinen lieb’ ich innig, st!
bin euch gesinnt gar minnig, st!
Aus diesem Sack zwei körnelein
euch Müden in die Äugenlein:
die fallen dann von selber zu,
damit ihr schlaft in sanfter Ruh’;
und seid ihr brav und fein geschlafen ein:
dann wachen auf die Sterne,
aus hoher Himmelsferne;
gar holde Träume bringen euch die Engelein!
Drum träume, träume, Kindchen, täume,
gar holde Täume bringen euch die Engelein!.
Abends will ich schlafen gehn,
vierzehn Engel um mich stehn:
zwei zu meinen Häupten,
zwei zu meinen Füssen,
zwei zu meiner Rechten,
zwei zu meiner Linken,
zweie, die mich decken,
zweie, die mich
wecken,…
…zweie, die mich weisen
zu Himmels Paradeisen!.
Hänsel
und Gretel
E. Humperdinck
Soy el hombrecillo de arena, ¡sss!
lleno únicamente de buenas intenciones,¡sss!
os quiero niños fervientemente,¡sss!
y sólo deseo vuestro bien,¡sss!
esparzo dos granos mágicos de este saco
sobre vuestros ojos cansados,
que se cerrarán por sí solos
para que durmáis un sueño apacible;
y tan pronto como estéis profundamente dormidos,
las estrellas se despertarán
en la lejana bóveda celeste,
¡ y los ángeles os traerán dulces sueños!
Así que soñad, soñad, niños, soñad,
¡ los ángeles os traerán dulces dueños!.
Por la noche, antes de dormirme,
catorce ángeles me rodean:
dos a mi cabecera,
dos a mis pies,
dos a mi derecha,
dos a mi izquierda,
dos que me tapan,
dos que me despiertan,
…¡ dos que me guían al paraíso celestial!.