Hombres que andan. A. Giacometti |
El hombre= l'hombre= l'ombre= la sombra (fr.)
El viento silbaba, venía por todas partes y se iba por todas partes,
tenía un solo obstáculo: el edificio de estilo herreriano que se alzaba
majestuoso frente a una enorme explanada. Lo golpeaba, lo azotaba, pero éste,
impertérrito, mantenía un señorío de siglos, curtido ya en desequilibrios
atmosféricos. Por el cielo huían las nubes, a intervalos ocultaban el sol, pero
cuando se le permitía salir lo iluminaba todo de una luz blanca y con ganas de
calentar. Todo estaba limpio, la agitación del viento había barrido cualquier
impureza de la atmósfera; en la fachada de aquel edificio sobresalían sus
diversos volúmenes, marcados por una limpieza de líneas y sobre la explanada
nada se movía. Se podía decir que todo estaba dispuesto para sacar la foto
ideal o pintar el cuadro ideal; ni rastro de ser humano que perturbara el
estatismo de aquel entorno. El viento silbaba y si se aguzaba el oído, hasta se
oía cantar. Era increíble que una simple inclemencia del tiempo ahuyentara a
unos posibles paseantes; los árboles que rodeaban el entorno se retorcían de
cólicos y su pelambrera se agitaba como la de una coqueta jovenzuela. Un
desierto se hacía invisible y un vacío camuflado se dejaba sentir en el
ambiente. El ser humano había desaparecido de la faz de la tierra; una peste
imaginaria había devastado lo vivo, sólo quedaban los vestigios de un pasado
simbolizado en piedra. El viento silbaba y remarcaba más la ausencia de un ser
vivo. La explanada se ofrecía a quien quisiera pisarla, a que alguien quisiera
jugar en ella, pasear por ella, llenarla con su presencia. El contemplador
tenía ante sí un enorme rectángulo de piedra, igual que el edificio de estilo
herreriano que le servía de fondo, para ser atravesado y que el trayecto del
desconocido dejase una huella imborrable hacia un destino lejano. Sería recto,
firme, sabiendo fijamente adonde dirigirse, como si alguien lo aguardara. Todo
el mundo se ha recogido en sus casas, no se atreven a salir ¿por qué? El
viento, por muy fuerte que sople, no molesta a nadie, empuja a caminar y si uno
le pone imaginación hasta puede ayudar a emprender vuelo. Hay serenidad en el
paisaje a pesar de la agitación invisible de las corrientes de aire… Por la
izquierda, a lo lejos, se acerca alguien; es difícil discernir de quién se
trata; hay que darle tiempo a que se aproxime: un hombre o una mujer, tal vez
unos niños van a atravesar la explanada; se va a romper la sensación de
abandono, de olvido, que desprendía todo el entorno.¿ Por qué no se han quedado
en su hogar? Tiene que haber algún motivo, algo que los obligue a salir de
casa, a caminar y caminar y caminar y caminar. A peregrinar. A peregrinar por
el mundo constantemente, sin parar, sin hacer un alto en el camino. Les
voilà, un homme et un enfant, un enfant et un homme, un hombre y un niño.
El hombre tiene cuarenta y ocho años y el niño ocho años, podía ser que el niño
tuviera cuarenta y ocho años y el hombre ocho años ¿ por qué no? El hombre
protege al niño, le da la mano, se dan la mano, la otra mano queda libre ¿a quién
asirá? Su paso es firme, siempre al mismo ritmo, aunque el viento los empuja,
ellos ejercen resistencia, se oponen a ser vencidos. El niño mira al hombre con
la confianza que brota de la inocencia, el hombre mira al niño con la seguridad
que brota de la experiencia. Se sienten seguros al convertirse en protector y
protegido. Han entrado en el rectángulo de la explanada, extienden su mirada
para captar una realidad espacial, globalizar en un instante su existencia en
ese lugar para perder inmediatamente su perpetuidad, ya que son sabedores de no
pertenecer a ningún espacio concreto. Son una marcha incesante cuya finalidad
está implícita en el mismo movimiento, unos peregrinos que caminan por el mundo
reivindicando la condición humana. Visten con normalidad, como cualquier otro
día; no llevan ropas especiales para protegerse de las inclemencias del tiempo;
a ellos no les afectan estas alteraciones. Cuando el viento se da cuenta deja
de silbar y canta, su canto es casi imperceptible, pero canta. A veces el
hombre pasa su mano por encima del hombro del niño para protegerle, para
atraerlo hacía sí, para que no se aleje. Él, como hombre adulto afianza su peso
sobre el terreno, su firmeza tiende hacia la tierra, hacia la piedra. Sus
pasos, aunque son cortos, son de peso, demoledores. El niño expresa su alegría
con una sonrisa, sabe que siempre habrá una mano que ahuyente el acecho del
peligro. El viento, a pesar de su ímpetu, al acercarse a ellos se suaviza, les
canta, pero para entenderlo hay que prestar atención y tiempo, y carecen de
ambas cosas. Se hallan en el medio y medio de la explanada, el edificio de
estilo herreriano parece un mastodonte; miran al cielo y el correr de las nubes
al pasar sobre su cubierta engaña a los caminantes con un inmediato desplome,
pero no se asustan, saben que nada de eso ocurrirá. Apenas se detienen, deben
proseguir su marcha, como si alguien los aguardara y no quisieran hacerle
esperar. Et voilà, un
vieillard, un anciano se apoya contra el edificio, se protege del viento,
éste lo resguarda de su furia; su complexión es de una gran fragilidad, es un
hombre de ochenta y cuatro años, quebradizo, una simple corriente de aire lo
derribaría y lo haría añicos, aguarda pacientemente, tal vez esté acostumbrado
a la conmiseración ajena, a que alguien le brinde una mano. El niño y el hombre
se percatan de su presencia y se aproximan a él; el niño se suelta del hombre,
el hombre se suelta del niño, se separan unos cuantos pasos; con el anciano
forman tres puntos que unidos entre sí derivan en triángulo. El niño mira al
anciano, el hombre mira al anciano, el anciano mira a ambos, los tres se miran,
la explanada los mira, el edificio de estilo herreriano los mira, los árboles
que rodean aquel conjunto monumental los miran, las nubes precipitadas en su
marcha los miran, el sol que logra asomarse los mira también y los obsequia con
su luz que proyecta contra sus cuerpos. De aquellos cuerpos iluminados se
desprenden tres sombras alargadas, muy alargadas, indefinidas. Hay un silencio.
Los tres hombres permanecen inmóviles. El hombre permanece inmóvil. El universo
permanece inmóvil. El tiempo permanece inmóvil. Nada se mueve, excepto el
viento que ya no silba, canta. En el centro de aquel triángulo hay un punto
donde confluyen las miradas, los tres hombres se observan, se contemplan y se
dan cuenta de que cada uno contiene algo de los otros. Se ha creado una figura
geométrica: un triángulo equilátero cuyos vértices están designados por números
y no por letras, 8, 48, 84.
A su vez
este triángulo está insertado en un rectángulo, el rectángulo de la explanada.
En aquel silencio se fragua una pregunta, en aquel silencio se fragua un
deterioro; el anciano rasga el mutismo de los tres: tengo miedo a que el aire
me empuje y me tire ¿podríais ayudarme, por favor? No hubo respuesta, las
palabras carecían de significado, la acción sería la encargada de responder a
la súplica. Las tres miradas se habían convertido en una sola, aquel hombre
lograba contemplar su vida unificando el tiempo, su tiempo. El hombre sabía que
había que partir, proseguir el camino, se acercó al niño y lo cogió de la mano,
le dejaba cierta movilidad, era consciente de la agitación de sus años. Al
anciano le dio la mano libre y lo atrajo hacia sí, entrelazaron sus brazos y la
protección reanimó el deterioro. Se pusieron en marcha, los tres juntos, el
triángulo abandonó el rectángulo, el sol volvió a iluminar a aquellos cuerpos y
de ellos se desprendió una larga sombra, la sombra de un hombre caminando, la
larga sombra de un hombre en su largo caminar. El hombre desapareció en su
camino. La explanada quedó en soledad y el viento cantó:
Oft denk´ ich, sie sind nur ausgegangen!
Bald
werden sie wieder nach Hause gelangen!
Der Tag ist schön! O sei nicht bang!
Sie machen nur einen weiten Gang.
Jawohl, sie sind nur ausgegangen
Und werden jetzt nach Hause gelangen.
O sei nicht bang, der Tag ist schön!
Sie machen nur den Gang zu jenen Höhn!
Sie
sind uns nur vorausgegangen
Und werden nicht wieder nach Haus verlangen!
Wir holen sie ein auf jenen Höhn im
Sonnenschein!
Der Tag ist schön auf jenen Höhn!
Oft denk´
ich, sie sind nur ausgegangen
Kindertotenlieder-
G. Mahler
¡ A menudo creo que sólo han salido!
¡pronto
volverán de nuevo a casa!
¡ el
día es hermoso! ¡ oh, no te inquietes!
solamente
están dando un largo paseo.
Claro,
sólo han salido
Y
ahora volverán a casa
oh, no
te inquietes, ¡el día es hermoso!
¡ solamente
se han ido a pasear hasta aquellas colinas!
Sólo
nos han precedido
¡ y ya
no querrán regresar a casa!
¡ iremos
a su encuentro en aquellas colinas, a pleno sol!
¡ el
día es hermoso en aquellas colinas!
“A
menudo creo que sólo han salido”
Canciones
a la muerte de los niños
G.
Mahler
Muy bonito, Karlos, muy humano y emotivo, y muy bien ilustrado el mensaje del cuento por ese conjunto de figuras de Giacometti. La humanidad somos una sola sombra. Es una reflexión muy bella. Qué orgullosa debería sentirse la ciudad de Monforte de que su edificio más monumental cobre una vida literaria tan intensa en tus estupendos relatos. Precioso también el referente musical de Mahler. Casualmente esta misma semana estuve escuchando algunas de esas Canciones a la muerte de los niños en un concierto de la joven y espléndida contralto Claudia Huckle, y resultaba imposible no emocionarse con estas piezas. Enhorabuena una vez más por tu trabajo, siempre en el vértice de varios campos del arte.
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