Necesitaba llegar a mi cueva. A mi cueva de nuevo. No es una cueva de ladrones, ni donde se oculta un tesoro. Es mi hogar. Es una cueva primitiva en donde se refugiaban los primeros hombres, esos hombres mitad humanos, mitad animales; de carácter abrupto, semisalvajes, cuyas voces, todavía imperfectas, emitían sonidos desgarradores para el oído del hombre moderno. Yo soy un hombre de voz profunda, tan profunda que se enraíza en las entrañas de la tierra; por eso estoy aquí en esta cueva profunda, en ella me encuentro más próximo a su núcleo. Soy un "basso profondo". Cada vez que canto, y para eso pocas veces, mi voz resuena con tal magnitud que uno percibe la sensación de como si la tierra se abriese y un volcán en erupción brotara del subsuelo expulsando plegarias, súplicas hacia los hombres que moran en la superficie. Pero solamente canto aquí adentro, muy pocas veces afuera, donde nadie me oye; también puede ser que me oiga toda la historia de la humanidad contenida en esta cueva por medio de ondas sonoras transmitidas por el espacio; estoy divagando, lo sé. Nunca suelo hablar con nadie, a lo sumo conmigo mismo, como ahora; por muy bajo que hable siempre hay un eco que me devuelve la voz y me hace sentir acompañado. En el mundo exterior me comunico con mi presencia y a base de gestos, de mi boca no sale palabra, me reservo para cuando estoy aquí y para eso tampoco me explayo mucho, soy parco en palabras. El hecho de venir aquí durante unos días al año es para “reajustarme”, para unificar ideas, o sea, para ser yo mismo. Allí arriba, en el mundo exterior, me entrego a los demás, me disperso y trato de ayudar a quien sea, muchas veces sin hacer nada en particular; me sitúo en un lugar determinado, cubro un hueco espacial, esos huecos que surgen en la vida entre personas, ésos que las distancian y cuyos extremos cada vez se alejan más; a no ser por alguien que ocupe ese espacio y trate de crear un acercamiento, un eslabón que enlace esos otros eslabones que componen la cadena infinita de seres humanos y ésta al universo. Cuando alguien me pregunta a qué me dedico, cuál es mi profesión, como es mi costumbre no respondo nada. Indudablemente, aunque tuviera una respuesta no la expresaría. El caso es que no sé cuál es mi trabajo, mi profesión, todo el mundo se gana la vida de alguna manera, yo me conformo con poca cosa, hacer el bien conlleva silencio y como recompensa siempre algo muy etéreo: una sonrisa o un gesto de agradecimiento. Exponer semejante opinión en el mundo de allá arriba es rayar en la locura, por eso yo sigo manteniendo la boca cerrada, aunque con la curiosidad de poder definir mi “trabajo”: ¿seré un eslabón o tal vez un comodín? No lo sé. También puedo ser un caminante, he caminado tantos kilómetros, recorrido tantas distancias, conocido tantos pueblos que en todos ellos he ejercido mi…he ejercido mi…he ejercido mi…bueno, lo poco que sabía: entregarme a los demás y de ellos recibir lo que buenamente me quisieron dar. No tengo familia, mi familia es el mundo, que no es poco, ¡mira que no hay gente para echarle una mano!. Me gusta tanto contemplar todas las pinturas rupestres que hay en esta cueva, me quedo como un pasmón; todas estas escenas de caza con sus animales y cazadores forman una composición tan vital aprovechando el relieve de la roca, el trazo de las figuras es tan sencillo y observadas a la luz tenue que proyecta el foco retrotrae a uno a tiempos pasados de las cavernas. Me entran ganas de cantar con mi voz de “basso profondo”, pero me contengo, aún no ha llegado el momento. Debería haber notificado a las autoridades el descubrimiento de esta cueva, pero es lo único que poseo, es mi hogar, aunque éste puede estar en cualquier parte, digamos que es mi refugio, en donde me recompongo; creo que lo tengo merecido, es mi cripta sagrada, la respeto y cuido de ella lo mejor que sé; y sin embargo, estas pinturas me comen el coco; cada vez que las contemplo, por la mente se me pasan escenas sucesivas del artista en pleno proceso de creación, ¡cuánto me hubiese gustado observarlo!, ya que no puedo, trataré de cuidarlas y la única manera es guardar silencio; llevan siglos en él y aquí al cobijo de la intemperie también, por lo tanto no voy a ser yo quien altere su reposo secular. Para poder subsistir, necesito urgentemente venir a mi cueva; el mundo exterior me emborracha, me infla la cabeza, ese bombardeo de ruidos, información, acontecimientos fortuitos que alteran la existencia, me cuesta asimilarlos; a veces con mi voz grave me gustaría darles una respuesta, no cortés, no verbalmente, sino con una especie de bufido seco, impactante, grave, ¡claro!, “profondo”, un basta ya; pero he llegado a la conclusión de que allá arriba están sordos y nadie pone empeño en decir: “stop”, stop, stop, stop, stop, stop, s-top, s-top, s-top, s-tope, s-tope, s-tope. Desconocen dónde está el tope. “Estouparán” algún día. Yo calladito, yo chitón. Me consuelan estas reflexiones porque al llevarlas a cabo me doy cuenta de que pienso, de que dispongo de tiempo para pensar; con la vida tan ajetreada que llevo casi carezco de momentos para mí mismo. Allá arriba he pasado por tantas y tantas situaciones desoladoras, lo que comúnmente se llaman difíciles; yo prefiero adjetivarlas de esa manera: desoladoras, asoladoras…de solas…a solas. Puedo hablar de ellas no porque las haya padecido en propia carne, he asistido a ellas y he sabido situarme en ese vacío, en ese hueco que aparta el alma herida de la realidad; soy como un puente que trata de volver esa vida humana, que dadas las circunstancias se ensimisma y permanece a solas, a una coherencia real que la adversidad había alejado. La posición que adquiere mi cuerpo es vertical, sentada u horizontal; mis manos también poseen una gestualidad expresiva, pueden mostrar sosiego, compresión, ayuda…o cualquier otra emoción a semejanza de las palabras; sé que el mundo está acostumbrado a ellas, pero se las ha tergiversado tanto que prefiero que el tiempo las depure y adquieran de nuevo su auténtico significado; yo a lo mío, que es mi presencia. Nunca busco ni rehúyo de nada; mi misión es caminar, andar por el mundo, si se presentan esos vacíos allí estoy yo, soy consciente de que encajo, como esa piedra angular que hace esquina y sostiene dos paredes. Cuanto más hablo, más me doy cuenta de lo difícil que es definirme y preguntarme no quién soy, sino qué soy: ¿Quién soy? Un “basso profondo”, ¿qué soy?...un mendigo, un peregrino, un trovador, un…un…un desenraizado. No enraízo en ninguna parte, ando de un lado a otro: aquí me quedo de aquí me voy; en esta cueva tampoco paro tanto tiempo: unos días, como mucho algunas semanas, y enseguida me vuelvo a poner en camino, buscando un hueco en donde encajar, en donde mi presencia sea necesaria. Mis experiencias y todo lo vivido en ellas me ayudan a continuar, ¡han sido tantas! y de todas ellas he sacado ese aliento vivificador, ese silencio humano en el cual se han desarrollado y he llegado a creer en un silencio especial, innato, propio de la especie, proveniente de nuestros orígenes y que nos conduce a nuestro destino, es decir, desde un principio hasta un final envueltos en él y en el del universo, en donde el ruido y la palabra son meros pasatiempos. He asistido a nacimientos y muertes, a extravíos y a encuentros, a locuras(muchas) y a corduras(muy pocas), a destrucción y a enmierdas…rectifico, enmiendas, odios, felicidades, ilusiones…y a todo aquello que el ser humano sea capaz de realizar, bueno o malo, y sé que aún me queda mucho por descubrir de él y de mí, claro está. Tengo la voz de un “basso profondo”, pero también soy como un vaso profundo, contiene de todo, hay cabida para lo humano y lo divino, en una palabra, soy servicial y sirvo para todo, aguanto lo que me pongan: en el mundo exterior me calificarían como “funcional” o “un multiusos”. Me viene a la memoria la cantidad de niños perdidos que andan por el mundo: por calles de las grandes ciudades, por campos yermos…doy media vuelta y oigo un sollozo y allí veo a una criatura de la cual se han olvidado, bañada en lágrimas, rodeada del desconsuelo y extravío; mi presencia los espanta, me pongo a su altura, es decir, me agacho y al estar al mismo nivel tiendo la palma de mi mano, el mismo gesto que hace el mendigo en señal de súplica por una limosna; no nos decimos nada, y sin embargo, mi ofrecimiento y proximidad alejan su miedo de desamparo; cesa el llanto, su mirada me interroga, soy un desconocido, recelo hablar: quizá hablemos lenguas diferentes; de mi bolsillo extraigo o bien una tiza o un palito, como estamos sobre tierra empiezo a trazar signos con éste último, figuras humanas y de animales que terminan pareciéndose a las pinturas de mi cueva; se entretiene, se distrae y advierto que aquellos trazos firmes y sencillos conectan la modernidad con el pasado por medio de un crío. Y ahora que hablo de críos, también he asistido a partos, no de una forma participativa, claro está, mejor dejarlo en manos expertas, aunque por lo presenciado no debe ser muy difícil, al fin y al cabo la naturaleza lo viene haciendo desde tiempo inmemorial sin tanta ayuda de la medicina; me limito a estar, mi presencia consiste en dar la bienvenida al recién nacido, soy ese eslabón que vincula el útero materno con el mundo real; aunque a mi alrededor haya inquietud, agitación por la llegada de un nuevo ser, yo entro en un silencio “profondo” y parálisis física y no salgo de mi estado hasta que la garganta de la criatura no emite sus primeros gritos desgarradores, entonces mi garganta vuelve de sus profundidades creando una comunicación entre la suya y la mía. Encuentro continuidad en esa sensación. Encuentro pasado y futuro en mi especie. Indudablemente, sí he asistido a partos también a muertes, creo que por igual, tal vez un poco más a éstas últimas; al principio imponen, cuando uno se acostumbra, asume que es una etapa más en la vida de un ser humano; impacta porque es la última y definitiva; mi posición ante ella y como observador es muy parecida a la del recién nacido: me limito a estar, si en la primera es dar una bienvenida, en segunda es una despedida, son idas y venidas, idas y venidas, idas y venidas, idas y venidas, idas y venidas intermitentes que marcan salidas y llegadas: estoy, contemplo al moribundo y aguardo a que exhale el último suspiro, en ese silencio “profondo” y parálisis física mi garganta vuelve a sus profundidades creando una comunión entre la suya y la mía. Ambas situaciones son muy semejantes y ambas están vinculadas con la voz en un estado muy primitivo; no se articulan palabras, es una abstracción, son sonidos abstractos surgidos en la espontaneidad del momento, si bien el primero es un brochazo salvaje y expresionista, el segundo es un trazo de lápiz lírico y sutil. En ambos casos y cuando estoy a solas porque “in situ” no me parece correcto, o sí me parece correcto, pero no sé por quién me tomarían: entonar un canto de bienvenida y uno de despedida son muy adecuados en dichas situaciones; pues eso, canto, suplico por el recién llegado y por el recién partido; lo hago en voz muy baja, casi imperceptible al oyente; cuando vengo aquí, ya es otra cosa, me desmadro y sale a relucir mi voz de “basso profondo”; suplico por el nuevo ser y el que me precedió, como recibimiento y despedida; es tanto el empeño que pongo que hasta mi propia voz me causa escalofríos, mis intenciones y deseos son tan buenos que la impregnan…No quiero olvidarme del amor; es cosa de dos, lo sé, por eso un tercero: yo, no pinto nada; y sin embargo, en un principio puedo ser de muda ayuda; lo recuerdo a la perfección, era en el banco de un parque, la pareja estaba sentada, los dos distanciados, ese alejamiento marcaba aún una profunda individualidad, yo iba de paso y me sentía cansado; sin pensarlo decidí tomar asiento en medio de los dos, en aquel momento no lo consideré una intromisión, los dos me miraron sorprendidos, había impedido un acercamiento, yo no dije nada, pero era consciente de que formaba parte de un obstáculo interpuesto; había cortado una corriente positiva por llamarlo de alguna manera; no había conversación o señal externa, pero había “feeling” entre ellos. Yo simplemente era un “filling”, un relleno. Sabía que era un incordio, aguanté allí un buen rato, me miraban, no dije ni me dijeron nada, cuando creí oportuno me levanté de repente, de un salto, para marcar un vacío, mi vacío, su vacío y que éste se hiciera notar; no me volví, caminé recto y me marqué un punto adonde dirigirme; me volví, giré la cabeza y comprobé que ambas individualidades eran una, el espacio existente entre ellos había desaparecido; durante el resto de aquel día caminé y caminé sin rumbo preguntándome, como muchas veces lo había hecho, qué papel desempeñaba yo en todas esas situaciones. Una vez que pasaba el fragor de la pregunta en mi cabeza y al no hallar respuesta, todo volvía a la calma y me entregaba de nuevo a mi destino, a una nueva “misión”, dispuesto a servir a quien lo necesitara. Si los niños se pierden, los adultos también y sobre todo los ancianos; al hablar de éstos me refiero a los que se encuentran desprovistos de sus facultades mentales; sí, aún me he encontrado con unos cuantos; lo leo en su mirada, es muy propia del extravío, hay como un interrogante en ella, se clava en alguien ajeno con la esperanza de que éste aporte ayuda a su mente deteriorada; como siempre no hay palabras, hay gestos, hay manos para agarrar otras manos: agarro con fuerza su mano, en ese asir enérgico quiero transmitir seguridad y lo llevo conmigo, ambos nos tambaleamos al caminar, por más que deseo mantener un paso firme, su mano me retiene y me da señales de unas limitaciones, me doy cuenta y me adapto, esa contención me enfurece porque frena mi vitalidad de adulto, querría desprenderme de su mano, pero algo en mi interior me conduce a la reflexión; recobro cierto razonamiento y de nuevo me adapto; y sin embargo me queda todavía un poso de rabia que se transmite a las manos, no a las físicas sino a las verbales y me ensaño contra la palabra: mano; la repito: mano, mano, mano, mano, mano, mano, mano, nano, nano, nano, nano, nano, nano, nano, enano, enano, enano, enano, enano, enano, enano…advierto que mi rabia ha menguado de tamaño, ya me encuentro mejor, ha sido como una pequeña rabieta sin sentido, en fin me he repuesto como adulto. Tengo que ir pensando en ponerme en marcha; aquí estoy bien, pero algo me llama del exterior, creo que no sabría vivir si no estoy allí arriba; no sé qué hora es, como tampoco sé en qué parte del día vivo, tengo sueño, me siento un poco apagado, como me conozco eso indica que ya debe ser de noche, mi cuerpo acusa la fatiga del día, no porque haya trabajado precisamente hoy, éste acumula el cansancio adquirido en mis largas andaduras, en mis idas y venidas sin parar, en mis encuentros…En el fondo mi vida se ha convertido en una pequeña locura, en una locura muy particular, mi propia locura, una locura algo mágica, ¡ojalá fuese una locura que todo lo “cura”!...y hablando de locuras, también me he topado con locos, con los calificados oficialmente como tales, con ellos siempre hago una excepción, sin con la gente en general mi actitud es el silencio y la inmovilidad, a éstos le canto igual que cuando le doy la bienvenida a los recién nacidos y la despedida a los moribundos, si a ellos era en voz muy baja, a éstos es todo lo contrario; mi voz de “basso profondo” les sorprende y por lo que he observado hay dos reacciones muy características: los muy activos se quedan paralizados y los muy parados parecen despertar de un letargo inmemorial; en lo que sí coinciden todos los casos es en esa mirada fija que depositan en mí, aún no la he descifrado; en ese momento me entrego tanto a mi interpretación, a ese esfuerzo en que mi voz suene los más profundamente posible en sus tímpanos para poder despertarlos y recuperarlos si pudiera; pero sospecho que me consideran uno más entre ellos, cosa que no me parece mal; tendré que estudiar el caso con más detenimiento en otro momento…no me parece mal…no…en absoluto. Mañana volveré a la superficie, ya me he repuesto, los días que he pasado aquí siempre me sirven de mucho, he recuperado energías y deseo retomar mi tarea diaria: mi caminar, mis encuentros…Quisiera dormirme, caer en un sueño profundo y mañana por la mañana despertarme lleno de vitalidad, pero antes, antes de abandonarme, para que mis dos mundos se equilibren, tanto el de aquí abajo como el de allí arriba, necesito cantar una súplica, no sé a quién, tal vez al hombre por el hombre; me pondré de pie, erguido, con los brazos perpendiculares a mi cuerpo, sin gesticular, toda la expresión concentrada en mi voz, esa voz de “basso profondo” que conmociona; ha llegado la hora en la que ese vaso profundo se desborde, allá va:
Te alabamos, Señor, te alabamos.
Lo decimos
con toda nuestra alma
Y lo
decimos con todo nuestro corazón.
………….
(Yeshche
molimsia o milosti, Zhizni,
Mire, Zdravii, Spasenii,
Proshchenii i ostavlenii grehob
Rabot Bozhüh
bratii sviatago hrama sego.)
…………
Rogamos
también por la gracia y la vida
La paz, la
salud y la salvación
El perdón
y la remisión de los pecados
De los siervos de Dios, los hermanos de la
Santa
Iglesia.
…………(555) The Litany Of Supplication - YouTube
Letanía de la suplicación.
Liturgia doméstica. Alexander T.Grechaninov.
No hay comentarios:
Publicar un comentario