martes, 8 de julio de 2025

EL RECTÁNGULO DE LA NOCHE

                                                              

                                                                       S/T- B. TERRA

  

Lélio sabía que no podía permanecer en su habitación; aunque no estaba cerrada con llave, la sensación de estar en una celda le agobiaba y le oprimía hasta tal punto que su cuerpo y su mente se empequeñecían al pensar en el vertiginoso espacio de la noche. En la residencia de ancianos donde él vivía, todo el mundo solía irse a la cama temprano, unos por motivos de aburrimiento, otros porque el descanso horizontal era más placentero y completo; unos porque al sumergirse en el sueño olvidaban una existencia anodina, otros porque la vida diaria les era indiferente y huían hacia el silencio de sus habitaciones. En las noches estivales le era muy difícil conciliar el sueño, le parecía antinatural y una forma de malgastar el tiempo al no poder captar en toda su plenitud la riqueza de sonidos y de olores que contenía una noche de verano; era como manipular el sueño para engañar la percepción sensorial y privarla de su emotividad. En la residencia estaba prohibido, a partir de una cierta hora de la noche, salir y tener las ventanas abiertas; durante el resto del año Lélio acataba estas normas sin ninguna dificultad, pero llegado el verano le era imposible contenerse y permanecer enclaustrado entre aquellas cuatro paredes; había algo en el exterior, un reclamo, una supuesta voz que lo atraía; tal vez era la naturaleza que se hallaba en plena eclosión y él, como siempre había sido un hombre de campo, aún tendía a aquellos instintos primarios de libertad; esa estación la había considerado como la época de reconciliación entre el hombre y la naturaleza. Su habitación. Su habitación era individual y se encontraba en la planta baja; muchas veces le había rondado la idea de salir o bien por la puerta (opción que quedaba descartada ya que tendría que hacer demasiado ruido en la cerradura de la entrada principal y eso lo delataría) o bien saltando por la ventana de su cuarto y eso le parecía mucho más asequible y discreto a pesar de sus limitaciones físicas; tenía una edad en la que no podía permitirse el lujo de ciertos excesos tales como requería el intento de esparrancarse; el riesgo a quedarse atascado era evidente, pero él no lo consideraba un impedimento y deseaba que surgiese el impulso con todas sus fuerzas. Muchas veces había abierto la ventana y se había sentado frente a ella para captar aquel calorcillo que solamente el verano aportaba, no obstante, no estaba satisfecho ni convencido con aquel contacto frontal. Lélio sabía que la noche poseía un manto mágico y con él quería cubrirse, que su cuerpo endeble y frío se tonificase con la tibieza y el misterio que la oscuridad, fiel aliada de la estación, poseía; deseaba que su cuerpo recuperara la vitalidad de la que en algún tiempo había sido dueño y olvidarse de la artificiosidad con la que estaban hechos aquellos medicamentos que él tomaba y que lo único que le aportaban era una desorientación y  un repudio ante su ineficacia e inutilidad. Su cuerpo pertenecía a una naturaleza, a una naturaleza ya marchita, pero aparte de su naturaleza humana había otra que estaba llena de energía eléctrica, por llamarla de alguna manera, ésta emitía unas descargas y Lélio anhelaba que éstas convulsionaran todo su cuerpo. La ciudad en la que vivía se llamaba Leiloio; no era oriundo de allí, bien sabía que pertenecía a lo rural, al campo; el hecho de encontrarse en la gran urbe le era desconocido, probablemente alguien lo había desenraizado de sus orígenes creyendo que podría mejorar y, por desgracia, había caído en un grave error; él nunca culpaba a nadie, si de su mente se habían borrado muchas vivencias, el rencor también se había esfumado con ellas. Siempre en esta época del año sus sentimientos se agudizaban y todo lo negativo que pudiera albergar en su interior se convertía en ilusión positiva, viendo el mundo bajo el prisma de la buena fe del ser humano. Sentado en una silla frente a su ventana abierta o acostado en su cama, pasaba las noches de verano en un duermevela, echando una cabezada a veces, otras con los ojos abiertos de par en par, nunca durmiendo profundamente; para él esos meses y llegada la noche era como alcanzar un estado de alerta, sin saber cuál era el motivo; ¿sería la idea de huida? ¿sería la idea de abandonarse en un sueño profundo a merced del tiempo? No lo sabía, sin embargo, estaba seguro de que la respuesta la hallaría allí afuera. La residencia estaba rodeada por pequeños parterres con sus flores y césped, pero nunca llegando a formar un auténtico jardín; no había árboles ni fuentes, se diría que aquella vegetación para lo único que servía era para realzar el moderno edificio residencial; había otra vegetación abundante en el corazón de la ciudad de Leiloio y aquélla sí que era un verdadero parque; Lélio lo conocía porque había estado allí poco después de haber llegado a la ciudad: árboles infinitos y frondosos que se disparaban hacia el cielo, edificios más infinitos que los sobrepasaban creando un caparazón a su alrededor, flores que poco levantaban del suelo, pero que creaban una alfombra colorista, estanques con peces y patos que se deslizaban majestuosos con una impronta de indiferencia; aquello era lo más próximo a su lugar de origen, a su origen, a su origen, a su origen, a su origen, a son origen, a son origen, a son origen, à son origine, à son origine, à son origine, à sonorigine, à sonorigine, à sonorigine, à sonoringté, à sonoringté, à sonoringté, à sonorité, à sonorité, à sonorité…a sonoridad. Esperaba que de un momento a otro surgiera el impulso de ponerse en marcha y entonces no lo dudaría: sería una especie de escapada no definitiva, duraría unas cuantas horas y esto le permitiría comprobar que aún podía tomar ciertas decisiones personales que estaban muy por encima de las prohibiciones impuestas por los superiores que regían aquel establecimiento; le parecía como si hiciese alguna travesura que nunca se iba a descubrir; la oscuridad era su cómplice y ésta le daba cierta seguridad, sobre todo, en caso de que la torpeza le impidiese llevar a cabo su hazaña; ¡nunca se sabía lo que podría ocurrir con los impedimentos de una edad avanzada!. Con la luz apagada, su habitación albergaba la misma oscuridad que en el exterior; acercó una silla a la ventana y con mucho cuidado se subió a ella, le pareció que se mareaba a pesar de que la altura no era mucha y se apoyó en la ventana, a horcajadas se mantuvo erguido y levantó la pierna izquierda para ya estar fuera; respiró, le pareció una proeza haber superado aquel obstáculo; hacía años que no había acometido un esfuerzo semejante, sus energías ya no estaban para excesos; se recompuso y entornó con mucho sigilo la ventana, como señal de normalidad; con ayuda de su bastón se encaminó hacia aquel parque que él presentía que se hallaba en dirección norte, los primeros pasos fueron torpes; gracias a su apoyo, que le impedía tambalearse, logró cierta compostura en su marcha; se paró un momento y se sintió perdido y desorientado, se avergonzó porque aquella decisión suya de huir le había conducido a una situación infantil: la de un niño extraviado, sólo le faltaba sollozar y chillar para que alguien viniera en su ayuda; la madurez de la experiencia lo tranquilizó, recuperando al adulto y su serenidad en la toma de decisiones…Suspicion! Suspicion! Suspicion!...Sospecha. Ante él se presentaban tres calles, no sabía cuál tomar y lo echó al pinto, pinto gorgorito; le tocó la de la izquierda y sin más vacilaciones se adentró en ella. Era una calle bulliciosa por donde pululaban jóvenes, la mayoría de ellos en estado ebrio y a los que aún no lo estaban no les faltaba mucho para perder el sentido de la medida y despojarse del punto que conserva la cordura. Lélio se sintió desplazado, aquél no era su ambiente, era un intruso, deseó por un momento hacerse invisible y confió plenamente en la ceguera de toda aquella gente; nunca había pensado que el etílico del prójimo lo hiciera invisible. Se deslizó a duras penas entre toda aquella muchedumbre, a veces chocando con algunos jóvenes, pero nadie se alteraba, nadie pedía disculpas; de reojo miraba aquellos establecimientos como bocas del infierno ya que despedían un aire contaminado y los sonidos de la música que allí adentro se ponía eran ensordecedores. Se preguntó si cualquiera de las otras dos opciones no habría sido mejor, al menos más tranquila, porque las tres calles podían conducir perfectamente al parque, aunque también podía darse la casualidad de que las otras dos, como en la que estaba, hubiesen caído en desgracia; entonces lo mejor sería resignarse y seguir los dictámenes del pinto, pinto gorgorito. Para salir pronto de aquel trance, fijó la mirada al final de la calle e hipnotizado por el deseo de huir de aquel bullicio se dejó arrastrar por una atracción de vértigo hacia su supuesto objetivo; algo le decía que allí, al final, encontraría su parque. Fue como en volandas a pesar de una muy bien disimulada cojera, apenas perceptible; y era cierto, allí le estaba aguardando, era tal y como lo conservaba en la memoria. Se sonrió, su fiel seguridad no lo había defraudado: la frondosidad de aquellos árboles cubiertos por un manto de estrellas, una luna brillante trazada a compás y todos aquellos edificios que sobrepasaban en altura a la mismísima naturaleza. Lo embargó una repentina felicidad y buscó rápidamente un banco para sentarse, se encontraba fatigado aunque el esfuerzo no había sido enorme, fue sobre todo la distancia; su agotamiento estribaba en pensar en la proeza de saltar por la ventana y en el hecho de no haber perdido el equilibrio, podía haberse caído y el lío que se montaría, pero todo había salido a las mil maravillas. Tenía para elegir una gran variedad de bancos y escogió aquél desde donde divisaba la inmensidad del cielo nocturno, estaba al lado de un estanque y cubierto por el ramaje de un árbol; si bien nunca había estado allí sentado, el ambiente que le rodeaba le resultaba familiar; en algún momento de su vida había experimentado esa misma sensación, no lo recordaba; su mente no lo confirmaba, su cuerpo sí. Aquel calorcillo le proporcionaba una cobertura de paz y serenidad, hacía tiempo que no se sentía así; dentro de él reinaba una conformidad con el mundo circundante, aunque ya no se sintiese partícipe porque lo habían desplazado: no era un hombre activo, por lo tanto, no lo valoraban, no era productivo; además, cuando la gente le miraba, en sus rostros reflejaban cierta lástima por su indefensión, claro está muy bien disimulada; esto acrecentaba en él el temor a poder ser manipulado y de hecho así había sido y así lo era; la fragilidad que le había aportado su edad lo hacía el centro de las infamias que la astucia de algunos adultos requería para desahogar unos instintos reprimidos y que sólo se veían realizados sobre los indefensos, pero la edad también le había aportado cierta inocencia, una inocencia no extinguida por el paso del tiempo ni por su incorporación a la vida adulta, más bien estaba adormecida desde su infancia y había llegado el momento de despertarla; desde esta inocencia Lélio veía el mundo más selectivamente, sabía apartar las impurezas que se infiltraban en su vida y que nublaban los rayos de belleza que existían en las simplicidad de las almas que le rodeaban, no estaba dispuesto a participar en ningún juego, su edad le había otorgado el rango de la limpieza de espíritu, por eso, cuando se sentía oprimido, huía despavorido, despavorido, despavorido, despavorido, despavorido, des…pavo…rido, des…pavo…rido, des…pavo…rido, des…pavo…rido, des…pavo…rido, huía como un pavo ido. Se había alegrado de haber abandonado la residencia durante algunas horas, aunque le costase alguna reprimenda al día siguiente, la experiencia habría valido la pena. Su vida, por lo general, siempre transcurría entre cuatro paredes; le había sido difícil adaptarse a la residencia y aquella huida le parecía como un cúmulo de pesares que necesitaba desfogar, se sintió muy relajado por pensar así. Miró a su alrededor y la oscuridad de la noche, a pesar del cielo estrellado y su luna brillante trazada a compás, no dejaba captar con claridad todo su entorno; en los bancos de los alrededores se adivinaban siluetas de parejas jóvenes devorándose, lo tórrido de la situación subrayó la soledad de Lélio: miró hacia su derecha e izquierda y comprobó que se había sentado en el medio del banco, pero que nadie estaba a su lado, bajó la cabeza y con la inclinación de ésta, la resignación; estuvo cabizbajo durante algún tiempo y por su mente no muy lúcida pasaron imágenes alteradas de su vida pasada que enarbolaban la bandera de la pasión; sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no las exteriorizó, las tragó como había tragado los recuerdos que las habían provocado; pertenecían a un mundo pasado, en el mundo actual no tenían sentido y carecían de potencial emotivo. Volvió en sí y enjuició la situación con claridad: la juventud estaba hecha para lo tórrido, para la descomposición de los cuerpos ardientes; la vejez, su vejez, estaba hecha para la templanza, para una moderación que no había más remedio que aceptar. Se sonrió y admitió esta conformidad, miró hacia el cielo y vio que miles de estrellas le hacían guiños, la luna se exhibía en todo su esplendor y se sintió partícipe de aquella inmensidad; se contentó al comprobar que una simple contemplación le proporcionara tal alegría ¿por qué se conformaba con tan poca cosa y tan poca cosa le parecía un lujo, cuando lo que se entiende como tal nunca le había suministrado una satisfacción parecida? Se dio cuenta de que en su vida habían existido unos conceptos que lo habían empujado a obrar erróneamente y ahora, sin querer, había llegado el momento de  modificarlos; nunca era tarde si éstos le ayudaban a interpretar el mundo de una forma más armónica. Deseó que alguien estuviese a su lado para comunicarle el hallazgo, pero no había nadie, la luna, en tal caso, pero estaba tan distante que sería inútil, no lo oiría, ella sólo iluminaba, aunque le hubiese gustado que le cantara y las estrellas hiciesen coro, se quedaría profundamente dormido, entonces ese abandono de sí mismo lo pondría en contacto con un cosmos generoso en dadivosidad. Por unos instantes se quedó dormido y se despertó en sobresalto, aún no había llegado el momento del sueño tan deseado. Volvió a mirar a la luna temeroso de que hubiese desaparecido y se quedó con la boca abierta al constatar que había perdido su redondez y había adquirido la forma de un rectángulo, frotó los ojos para espantar una visión errónea, pero el rectángulo permanecía allí con la misma luminosidad; cerró la boca porque con ella abierta no solucionaba nada e inspeccionó el cielo…Surprise!...Surprise!...Surprise!...Había dos lunas: una redonda y una rectangular…Lélio no dudaba de que a veces desvariaba y aquello le pareció el súmmum del desvarío; tenía que asegurarse antes de admitir aquella visión como cierta: apartó la vista del cielo para borrar de la retina aquel espejismo, miró hacia el estanque y allí se reflejaba la luna redonda, la rectangular no aparecía por ningún lado; elevó la vista, esta vez gateando desde la base de un enorme edificio hasta su cima, siempre a lo largo de una oscura silueta que apenas se diferenciaba del negro de la noche y allí, en lo más alto, al mismo nivel que la sempiterna luna, se perfilaba el brillante rectángulo de una ventana; aquel edificio estaba sumido en sueños, nada sobresalía o llamaba la atención, era una hora avanzada y todo el mundo en él estaba entregado al descanso, excepto en la habitación que exteriorizaba aquella ventana. Lélio se tranquilizó al pensar que aquel espejismo tenía un razonamiento, una explicación coherente y se preguntó el porqué de aquel desvelo: ¿estaría alguien enfermo? ¿estarían sus moradores haciendo el amor? ¿tendría alguien miedo a la desorientación de la noche y necesitaba la luz para recuperarse de su extravío? ¿reclamaría algún bebé el calor humano de una madre y solicitaría su presencia para confirmar que no estaba solo en el nuevo mundo en el cual involuntariamente había aparecido? No importaban las razones, Lélio se daba cuenta de que, como él, había más gente que velaba, que mientras unos duermen hay otros que velan, que vigilan el sueño placentero de los demás y él sintió envidia porque le hubiese gustado que, cuando estuviera dormido, alguien lo cuidara y en un momento determinado lo pudiera despertar; en el fondo sentía pánico a quedarse sumergido en las profundidades del inconsciente y ser incapaz de salir a la superficie, pero allá, aún mucho más hondo, en ese lugar donde habita el instinto de cooperación de un ser humano para con otro de su misma especie, Lélio sabía que alguien desconocido le brindaría una mano. Esta reflexión le tranquilizó, paseó la mirada a su alrededor y se convenció de que no podía pedir más; fueron unos momentos de paz interior, volvió a mirar hacia aquel rectángulo en la noche y, para su sorpresa, vio la silueta del torso de una mujer con un niño en brazos: aquella luz tenía un motivo que era espantar las pesadillas de aquel pequeño igual que la luna espantaba las de los adultos. Le hubiera gustado verlos más de cerca ¡estaban tan distantes! Sus facciones eran imperceptibles, querría hacerlos familiares y no sabía cómo; lo que se le ocurrió de repente era darles unos nombres tanto a la mujer como al niño…no se le venía a la mente ninguno en concreto y creyó oportuno recurrir al suyo propio y trabajar con él: se llamaba Lélio, por lo tanto: Lélio, Lélio, Lélio, Lelo, Lelo, Lelo, Lélio, Lélio, Lélio, Leilo, Leilo, Leilo, Leoli, Leoli, Leoli, Lileo, Lileo, Lileo, Lolei, Lolei, Lolei, Liole, Liole, Liole, Leolo, Leolo, Leolo, Leo, Leo, Leo…Se quedaría con estos dos últimos: la mujer se llamaría Leo y el niño Léolo. Él se llamaba Lélio y todos vivían en la ciudad de Leiloio; aquello le pareció una idea fantástica que la consonante “l” y las tres vocales”e,o,i” pudieran significar tanto y unir también tanto. Le gustaba su nombre y que éste diese origen a aquéllos de sus nuevos amigos; se sentía también cómodo en su ciudad, nunca había reparado en su nombre hasta aquel entonces. En voz muy baja repitió tres veces: “Lélio con Leo y Léolo en la ciudad de Leiloio” “Lélio con Leo y Léolo en la ciudad de Leiloio” “Lélio con Leo y Léolo en la ciudad de Leiloio”. Yo=  Lélio, la mujer=Leo, el niño=Léolo, la ciudad=Leiloio. Miró hacia el rectángulo de luz y, como no queriéndolos llamar, susurró en voz muy baja: “Leooooo…Léoloooo…” y como respuesta a aquel susurro imperceptible, la mujer con el niño en brazos empezó a mecerlo y a cantar:

5 Lieder, Op. 41: No. 1, Wiegenlied (Version with Orchestra)

Träume, träume du, mein süsses Leben,

Von dem Himmel, der die Blumen bringt.

Blüten schimmern da, die beben

Von dem Lied, das deine Mutter singt.

 

Träume, träume, Knospe meiner Sorgen,

Von dem Tage da die Blume spross;

Von dem hellen Blütenmorgen,

Da dein Seelchen sich der Welt erschloss.

 

Träume, träume, Blüte meiner Liebe,

Von der stillen, von der heil’gen Nacht,

Da die Blume seiner Liebe

Diese Welt zum Himmel mir gemacht.

Cuando Leo terminó su canción advirtió que Léolo se había quedado dormido, en el cielo, y que Lélio también se había sumergido en su tan deseado y apacible sueño, en la tierra.

 

 

Sueña, sueña, dulce vida mía,

con el cielo que trae las flores.

Las corolas brillan allí, y se balancean

con la canción que canta tu madre.

 

Sueña, sueña, retoño de mis penas,

con el día en el que la flor brotó.

Con la florida clara mañana,

con el día en el que tu alma diminuta al mundo se abrió.

 

Sueña, sueña, flor de mi amor,

con la noche tranquila y bendita.

En la que la flor de su amor

convirtió para mí este mundo en paraíso.

                                       Wiegenlied

                                            R. Strauss          

jueves, 28 de noviembre de 2024

AMAS POR LA BELLEZA...


                                                           
                                                

S/T. Maxime Frairot

 


Los turistas empezaban a llegar a la catedral gótica; se les había citado en el exterior, más concretamente en la puerta principal de la gran fachada. Iban llegando poco a poco, sin prisas, en pequeños grupos, de cuatro en cuatro, de tres en tres, de dos en dos, de uno en uno, es decir, éstos últimos: solos. No había aceleración en ser puntuales porque inconscientemente sabían que lo que iban a visitar carecía de tiempo y esa atemporalidad se despertaba en ellos por medio de un magnetismo invisible que desprendían aquellas piedras que, colocadas con maestría, se elevaban hacia el cielo absorbiendo toda una energía cronológica y atmosférica. Se les podía observar desde distintos ángulos: desde la plaza que se extendía ante la fachada principal, se les veía que acudían hacia un punto de reunión, como esos colegiales que abandonan cualquier actividad física ante el sonido del timbre que marca el final de una tarea y se les exige una formación en grupo rápida, contundente; ahora bien, hay que aclarar que rapidez y contundencia no imperaban entre los turistas, más bien era lentitud; se diría que la subrayaban arrastrando suavemente los pies sobre la piedra de la plaza y en el momento en que elevaban sus cabezas para contemplar estupefactos la magnificencia de aquel edificio que, a través de los siglos, había abatido todos los estilos arquitectónicos posteriores. Sus cabezas se echaban hacia atrás, hasta el límite en el que la nuca no cedía más, parecían soportar sobre sus frentes la altura y ese enorme esfuerzo de cientos de hombres que colaboraron sufridamente a que la tierra estuviese un poco más cerca del cielo. Pasados esos instantes de “estupefakción” y de entumecimiento del cuello, los turistas volvían a su marcha más completos, mejor dicho, más cargados. Otro ángulo privilegiado era desde lo alto de una de las torres. Contemplados desde aquella altura sus características físicas se diluían en una perpendicularidad distante, convirtiéndose en diminutos puntos movibles hacia uno más estático. La panorámica de la plaza era asombrosa y completa, se les podía observar desde la lejanía como por las calles adyacentes confluir hacia su cita, una cita con un tiempo pasado. Si se extendía  la mirada hacia el horizonte, ésta se quedaba atrapada en un mare- magnum de edificios incontrolados que impedían atisbar la más mínima línea horizontal y no permitían contemplar los límites de la ciudad. Pero la catedral gótica tenía otras perspectivas, no era necesario mirar solamente hacia abajo o hacia el horizonte, también uno era libre de mirar hacia arriba y mirando hacia arriba uno se topaba con la infinitud del cielo. La modernidad se permitía el lujo de robar espacio al terreno y delimitarlo, podía cavar hasta las entrañas de la tierra y desde allí dispararse como un cohete en forma de moles de hormigón, pero siempre se llegaría a un punto de gravedad, a un punto en el que el muelle retornaría a su matriz para adquirir de nuevo su posición primigenia. La modernidad no se atreve a robar espacio al espacio, es buena conocedora de sus limitaciones, no se apoya sobre bases etéreas, sabe que sus fundamentos se encuentran en la materialidad de las cosas. Contemplada la catedral gótica desde un plano inferior y otro superior, queda un plano intermedio que es a través de las vidrieras. Al situarse delante del gran rosetón en el exterior observando cómo los turistas llegaban, se adquiría un vértigo para querer saltar e incorporarse a ellos; se diferenciaba su físico claramente, ya no eran sólo unos puntos, éstos poseían cierto colorido y había un movimiento procedente de unas extremidades, se diría que el punto, abstracción en la distancia, había derivado hacia un realismo plástico debido a una aproximación al objeto. Era agradable verles con su lentitud, portaban una parsimonia semejante a los preparativos de una ceremonia religiosa, y en el fondo lo que aquella visita iba a ser era la ceremonia de la contemplación de un tiempo puesta de manifiesto en unas piedras sabiamente ordenadas y labradas. Situarse detrás del gran rosetón en el interior sería otro capricho, un capricho lleno de colorido debido a la gran variedad de tonalidades de color que, mediante la luz que entraba por las vidrieras, desprendían éstas. Las vidrieras eran una de las atracciones de la catedral gótica ante el gris cenizo de la piedra. Los visitantes a veces se preguntaban cómo un edificio de pilares y de construcción tan robustos dejaba perforar en sus muros unas ventanas compuestas por la fragilidad de unos cristales de color, pero el secreto de la belleza radica en su espontaneidad, así los turistas podían ser vistos bajo múltiples colores, bajo múltiples puntos abstractos o reales. Y llegaban y llegaban y llegaban y llegaban dos y llegaban cuatro y llegaba uno y llegaban cinco y llegaban tres y llegaban seis y llegaba uno y llegaban y llegaban y llegaban. La catedral gótica era su punto de encuentro. Estaba situada en el corazón de la nación, estaba situada en el corazón de un continente llamado Europa; se alzaba orgullosa y se dejaba ver desde cualquier lugar a pesar de los enormes edificios que pululaban por la ciudad; mostraba su antigüedad y nobleza adquiridas por las luchas que la habían rodeado y por los acontecimientos y ceremonias que allí adentro habían tenido lugar; era la representación de un tiempo pasado y todos los ciudadanos se sentían orgullosos de haber nacido en esa ciudad porque así demostraban que no pertenecían a una generación espontánea sino que provenían de unas ancestrales que habían colaborado en su construcción; se abría al mundo como el corazón palpitante de un continente milenario rico en sabiduría y maestro en las bellas artes; sus torres eran las más altas de su estilo, hasta tal punto que casi rozaban las nubes y podían codearse con el vuelo de los pájaros y queriendo exagerar aún más con el de los aviones, ¡ ahí queda eso! El mundo representado por sus turistas la admiraba y de esta admiración siempre surgía una unión de hermandad que se echaba de menos una vez vueltos a sus respectivos países, pero en el recuerdo quedaba aquella cita, aquellos momentos compartidos con gentes de otros lugares que en un templo y a una hora sagrada cruzaron sus destinos. Los turistas ya casi estaban al completo, aunque siempre se esperaba la llegada de un rezagado que algún despiste había demorado. La guía aún no había aparecido, pero ellos eran conscientes de que la cita era allí: en la puerta principal de la gran fachada y había que esperar. Se miraban, pero no se hablaban, había temor a expresarse en un idioma ininteligible para aquél a quien el mensaje fuese dirigido; sólo hablaban entre ellos quienes se conocían con anterioridad, es decir, los que ya venían juntos; sin embargo, en el ambiente reinaban unas ansias de acercamiento e intimidad que, dadas las circunstancias, solamente las miradas inquisitivas podían saciar; se miraban unos a otros, se clavaba la vista en los rasgos del otro, en el color del pelo y de la tez con la ilusión de adivinar la procedencia, pero siempre quedaban dudas; en lo que sí había cierta lógica era en que los rubios provenían del norte y los morenos del sur; una vez escudriñados los orígenes, se aguardaba con impaciencia la llegada de la guía, sin ella había un sensación de rebaño abandonado, de no saber si aguardar o darse media vuelta…y de repente surge el milagro: voici le guide. En los rostros aflora una sonrisa de alivio, se exhalan suspiros que ponen fin a la espera; la guía derrocha encanto y amabilidad no solamente en el rostro, su cuerpo se mueve graciosillo y posee la prestancia de un cascabel, ella transmite sus cualidades y los turistas se sienten como corderillos saltarines y amorosos. Todo el mundo queda en silencio, ya que ella empieza a hablar, da instrucciones y proyecta la voz de forma que la oigan los componentes del grupo, que cada vez se hace más “compákato” para una mejor “kapatación” de las explicaciones. Se expresa en un idioma en el que todos la entienden; parece raro, pero es cierto; parece un milagro, pero es cierto y nada mejor que éste pues es el lugar idóneo para que ocurran tales proezas; pues sí, sí, parece un milagro, pero es cierto. La gente, a primera vista, creería que iba a darse una situación babélica, a crearse un batiburrillo donde todos se volverían medio locos por entender y por hacerse entender; pues no, porque ellos entienden perfectamente a la guía y el hacerse entender aún no ha llegado, pero puede que llegue. In short, it seems a miracle, but it is true. En resumen, parece un milagro, pero es cierto. La guía encabeza el grupo, abre la puerta y entra el rebaño y con él la luz exterior que por unos instantes proyecta el rectángulo de la puerta sobre el suelo empedrado; se cierra la puerta: adiós pérfido mundo, bienvenidos al mundo del frío y del silencio; tan pronto se adentran en el recinto sagrado los cuerpos de los turistas se ven sacudidos por un escalofrío, se reajustan sus prendas de abrigo y la oscuridad despierta su espiritualidad; aquel frío y aquella oscuridad secular retroceden a cualquier ser humano en el tiempo y le hacen sentir una aproximación cronológica hacia unos semejantes que vivieron en otra época y en los cuales, a pesar del abismo temporal en hábitos de vida y evolución del pensamiento, su esencia pasada y presente permanece “intákata”. El olor es también muy característico, es el de a antigüedad; el frío allí albergado y la oscuridad que todo lo cubre traspasan las piedras y madera y de ellas se desprende lo rancio del tiempo que se extiende por los lugares más recónditos de la catedral y sólo es suavizado por el tufo a cera que desprenden los cirios, y es cuando algo arde, también algo se purifica y en este caso es el ambiente. A ambos lados laterales de la nave central se alinean pequeñas capillas que se perfilan en la densa penumbra gracias a unas cuantas velas encendidas que al desprender su luz débil y parpadeante clarean lo negro y surge un gris en el contorno de los altares. Las candelas encendidas proporcionan un ambiente espacial, una especie de cielo estrellado al nivel del visitante que se acerca a ellas y clava su mirada en señal de respuesta a una pregunta misteriosa que no ha sido formulada; si quiere las puede apagar de un soplo, pero no se extinguirían porque representan agradecimientos, deseos cumplidos, pequeñas parcelas del alma humana sin las cuales ésta no sería tal. A los santos que habitan en estos altares los protege la penumbra, sólo están visibles para aquéllos cuyos ojos pueden atravesar la barrera de la incredulidad, impulsados por la fe; para los otros, para el resto, los santos forman parte del entorno, seres de yeso o madera en actitudes patéticas o conciliadoras; también hay mujeres arrodilladas que miran hacia lo alto en busca de una telepatía entre ellas y su santo de devoción, pero la espiritualidad no reside en estas imágenes, está en el frío, en esos escalofríos que sacuden los cuerpos. Los turistas están parados a la entrada, aún no se han puesto en marcha, cada vez se agrupan más, el brusco cambio de temperatura los une aparte de que la guía se dirige a ellos en un tono de voz más bajo para no molestar a aquéllos ajenos a la visita. El recinto, por su gravedad, incita al susurro, a un fraseo hilado que suavemente entra en el oído transmitiendo al cerebro una sensación de equilibrio ambiental que desecha cualquier atonalidad. Los turistas están muy próximos unos a otros porque la guía, en su idioma inteligible para todo el mundo, comienza a explicar los orígenes de la catedral, quiénes fueron sus constructores, el tiempo empleado and so on and on and on and on and on and on and on and on and on……. Todos prestan gran interés ante la información suministrada por ella, pero cuando el bombardeo de datos y de hechos acaecidos se extralimita, hay “cabecitas” que no pueden con tanto y entonces optan por evadirse hacia otros mundos donde impera la sencillez de los sentidos; mirándoles al rostro se diría que la mayoría estaban entregados en cuerpo y mente a la historia allí contada, había otros que estaban entregados en cuerpo, pero su mente andaba a su aire; unos pocos, los menos, estaban entregados en mente, pero su cuerpo andaba libre, andaba free, andaba libre, andaba frei, andaba libero, es decir, andaba de un “liber” muy subido y había dos seres que no estaban entregados ni en cuerpo ni en mente, sencillamente estaban…sencillamente estaban solos, estaban alone, estaban seuls, estaban allein, estaban soli; estaban solos, es decir estaban de un “solus” muy subido. Aquellas dos criaturas eran: un hombre solo y una mujer sola. ¿Cuáles serían sus nombres? ¿Por qué esa urgente curiosidad de saber la identidad de alguien que está solo? ¿Falta la compañía de alguna persona a su lado para dar un punto de referencia a la especie a la cual pertenece? ¿No hay especies de un único individuo? Ellos dos pertenecen a la especie universal, lo que ocurre es que se han refugiado en sí mismos. Él era alto, moreno y llevaba puesto…mejor dicho, envolvía su cuerpo en una gabardina amplia, muy amplia y larga, muy larga que hacía resaltar una delgadez exagerada e impulsaba su altura hacia un nivel que sobrepasaba la media de los allí reunidos. Ella era alta, rubia y llevaba puesto…mejor dicho, envolvía su cuerpo en una gabardina amplia, muy amplia y larga, muy larga que hacía resaltar su delgadez exagerada e impulsaba su altura hacia un nivel que sobrepasaba la media de los allí reunidos. Detalles y observaciones sueltos a destacar: las gabardinas eran oscuras, de un gris muy oscuro casi tirando a negro, el pelo de él era muy, muy corto y el de ella era una media melena rubia. Orígenes: por el color de la tez y rasgos se diría que él provenía del sur y ella del norte. El sur: sol, claridad, calidez, alegría; el norte: escasez de sol, oscuridad, frialdad, tristeza. Dentro del grupo se situaban en lados opuestos y a veces donde cuadraba, no se conocían, pero presentían que algo en el ambiente había sacudido su soledad, tal vez aquel frío que poseía cualidades para atravesar cualquier cuerpo; de hecho, ellos dos, inconscientemente fueron los primeros en ajustarse sus prendas. Estaba visto que el frío y el silencio que se extendían por las capas superiores del templo habían contribuido a una manifestación externa de “leur solitude”, hacia una manifestación externa de “l’homme solitude” y de “la femme solitude”. El grupo marchaba lentamente, las cabezas no daban abasto en sus giros de derecha a izquierda y de arriba abajo, tan pronto se encontraban contemplando una bóveda como de repente a su derecha aparecía una tumba de un personaje destacado enterrado allí. Los cuellos ya no podían más, las vértebras cervicales, haciendo gala de amor al arte, resistían pacientemente y no acusaban fatiga alguna. “L’homme solitude” y “la femme solitude” se dejaban llevar, prestaban atención a las indicaciones de la guía, pero era una atención sin interés, desganada, anémica; en aquel dejarse arrastrar había una especie de flotación involuntaria que conducía a la dejadez, hacia un cruce de destinos que ellos ignoraban y que pronto se produciría. Los turistas proseguían haciendo de vez en cuando comentarios entre ellos siempre en voz baja, sobre todo cuando se trataba de algún caso anecdótico originado por la sorpresa. Llegaron a una zona apartada donde había varias tumbas a ras de suelo cubiertas con sus lápidas y sus respectivas inscripciones, el grupo se diseminó un poco para ver y descifrar unas letras jeroglíficas; a no ser por la ayuda de la guía y la buena voluntad de cada uno, aquello era ininteligible; todos creyeron en lo que ella les decía, pero la voluntad mantenía una interrogante no cerrando la puerta ante la duda; una vez que todo el mundo cejó en el empeño de la lectura, la guía les invitó a pisar sobre la tumbas ya que la piedra que las cubría, a no ser por las inscripciones, pertenecía más al suelo empedrado de la catedral que a un auténtico reposo eterno; como niños ante el cese de una prohibición, no dudaron en caminar sobre ellas creyendo experimentar alguna sensación nueva, algo que proviniera de aquella fosa hermética, que les sirviera de acontecimiento insólito para contar en su vida rutinaria; todos pisaron por encima agudizando las sensaciones a lo que podía acontecer, no aconteció nada; una vez superada la tentación, nadie comentó que hubiese percibido una vibración que se apartase de lo normal; el noventa y ocho por ciento de los turistas no estaban hechos para vibrar; la cotidianidad había moldeado sus mentes hasta tal punto que sus experiencias sensoriales no sobrepasaban la barrera de lo habitual, de lo anodino, del vivir por vivir. Aquello que había podido llegar a cotas de experimentación sensorial sobrehumanas se había quedado en agua de borrajas ¡¡¡aaajjj!!!. Como ha quedado claro el noventa y ocho por ciento no se había enterado de nada. Rien de rien. Na de na. Pero había un dos por ciento, “dos aguilillas” que se había enterado de todo, experimentado todo; abierta la veda, a la guía le fue imposible controlar los impulsos de los guiados a pisar, hubo que aguadar unos momentos para que se despejase la zona y el interés trasvasado a otro lugar. Aquel hombre solo y aquella mujer sola, aunque se habían adivinado, todavía no se habían encontrado frente a frente, cada uno sobre una tumba diferente, con los pies muy fijos sobre las lápidas, se cruzaron las miradas, se clavaron con la mirada y se traspasaron con la mirada; la mirada se había convertido en el testigo fiel y mudo de aquel encuentro; desde aquel reposo eterno sellado por los siglos, desde aquel silencio conservado intacto, desde aquella soledad de  muerte y desde aquel frío que la tierra mima para la germinación, aquellos dos cuerpos lejanos, apartados por una enorme distancia, existentes en un espacio distinto y convergentes en un mismo punto tremaron. El mundo propio de cada uno se desplomó y de aquella mirada punzante advirtieron que emergía uno nuevo para los dos. No se dijeron nada, nada había que decirse porque la palabra se había expresado en la mirada, tampoco se aproximaron uno a otro porque los mundos deben contemplarse a cierta distancia. Sus compañeros de visita ya se habían reagrupado para proseguir y los aguardaban sin prisa como haciendo un receso en la sucesión de descubrimientos históricos y artísticos pasados y de aquellos otros futuros que se avecinaban. Se incorporaron al grupo por separado, pero entretejidos por un fino hilo invisible y elástico que mantenía sus presencias accesibles ante el temor a una soledad molesta. El grupo emprendió la marcha encabezada por la guía, ésta seguía gesticulando y hablando en su idioma inteligible para todos, pasaron al coro y admiraron la sillería por su belleza y estado de conservación, algunos tomaron asiento para descansar, otros para comprobar si desde aquellos acomodos el mundo se veía de distinta manera llegando a la conclusión de que éste se hacía más duro. La guía seguía embalada: parole, parole, parole, parole, parole, parole hasta que exhaló las últimas palabras e hizo la promesa callada y solemne de que por un momento ella había cumplido con la historia. Enmudeció. Se tomó un respiro y dejó a los turistas a su libre albedrío pasear y contemplar el coro; sobre éste se elevaba un órgano disparando sus tubos hacia las alturas infinitas de la catedral; algunos se dieron cuenta de que eran los pulmones que exhalaban el aliento sagrado de plegarias y oraciones que allí tenían lugar; diez de entre ellos tocados por el frío espiritual empezaron a canturrear; cualquiera diría que de repente se había adueñado de ellos una locura o embrujo; pues no, la penumbra ambiental y la impregnación que poseía la madera tallada del coro por tantos siglos de cánticos impulsaban a las almas sensibles a cantar. Como el vuelo de un pájaro en un lugar cerrado se extendió el primer susurro: “Liebst du um Schönheit, o nicht mich liebe” Amas por la belleza, entonces no me ames. Esta primera frase lanzada al vacío resonó contra las carnes de los allí presentes y se quedaron helados, pero “l’homme solitude” y “la femme solitude” sintieron que se les rasgaban sus carnes y que un desmedido calor fundía sus cuerpos en uno, se miraron cada uno desde donde se encontraban y asintieron. Siguió un segundo susurro: “Liebe die Sonne, sie trägt ein goldnes Haar” Ama al sol por sus cabellos dorados; cuando ella oyó esto último llevó la mano hacia su pelo y lo acarició, lo puso en orden y advirtió que se sentía hermosa ya que nunca había observado que su media melena rubia pudiera compararse con los cabellos dorados del sol. La guía, al ver que la situación se empezaba a desfasar llamó al orden y volvió a tener reunidos a todos los turistas a su alrededor, como si fueran una familia bien avenida; Había que convencerse de que ya no lo eran; de entre ellos había surgido una pareja y, por supuesto, un coro. Los destinos de ambos eran incontrolados, impredecibles; si se dice que el amor es un pájaro rebelde que nadie puede amaestrar y que la música es la vibración del universo ¿qué se podría esperar? Una explosión: ¡¡¡bbbooommm!!!. Por mucho que se esforzase la guía, el grupo ya no era el mismo, habían surgido disidentes; no obstante, la marcha proseguía y en aquel momento todos elevaron la mirada hacia las vidrieras; habían llegado a un punto en que las divisaban al completo; el contraste entre penumbra y luz era demoledor. La catedral, por ley natural, poseía y albergaba a perpetuidad aquella penumbra que había adquirido con el tiempo, nadie ni nada podían usurpársela; el frío allí conservado gozaba de los mismos derechos ¿por qué aquella luz intensa tamizada por el color del cristal irrumpía en el oscuro sosiego de aquella morada sagrada? La belleza allí no tenía parangón: haces de luz atravesaban las naves y la admiración de los contempladores, el pasmo ante lo insólito, ante una especie de belleza que se apartaba de los cánones de lo cotidiano, hacía pensar que aquel fenómeno de contrastes poseía una espiritualidad que sólo y exclusivamente se daba entre aquellas piedras. Si bien esa penumbra representaba la noche oscura del alma, aquella luz proveniente de las alturas aportaba claridad a esa noche que ya no sería tan oscura desde entonces. Aquellos turistas llegados de todos los confines de aquel continente, sin querer, habían descubierto la belleza espiritual; en su interior sintieron como una renovación de algo indefinible y aquel día reconocieron que eran mucho mejores que el día anterior, es decir, que la víspera, es decir, que antes. En aquel punto permanecieron un buen rato tratando de grabar en la memoria todo el arco iris de colores, figuras, animales y vegetación que se dejaban transparentar con el paso de la luz; sería inútil expresarlo con palabras o gestos, hay sensaciones que no bastan con los propios sentidos aguzados a tope, hay que implicar a todo el mundo. No hubo respuesta verbal por parte de nadie a excepción del coro que susurró: “Liebst du um Jungend, o nicht mich liebe!” Amas por la juventud, entonces ¡no me ames!. El hombre y la mujer, la pareja, tremaron; se sintieron heridos en su juventud, dudaron por un momento si aquella muda atracción correspondía solamente a su edad, pero pronto cayeron en la cuenta de que el tiempo era un elemento más de aquel incipiente amor; la fuerza que trataba de unirlos se basaba en una soledad secular que arrastraba cada uno individualmente como un lastre de sus antepasados y al llegar a aquel lugar eclosionó; en su silencio tanto el hombre como la mujer reflexionaron en el hecho de que, hasta que sus miradas no se cruzaran, se creían portadores de una carga innata a una especie y que mientras no se encontraran con otro congénere para compartirla, cada uno tendría que soportarla con resignación; ellos parecían los elegidos para ayudarse recíprocamente a portar la suya propia. No se vieron, pero exhalaron un soplo de vida que el frío heló uniendo a los dos. Después de haber contemplado aquel despliegue de luz y de la exaltación de ánimos ante tanta belleza, las almas se sosegaron y encontraron su paz en unas plegarias que provenían de una capilla lateral; el grupo permanecía inmóvil y  no parecía tener ganas de proseguir su marcha, se sentía paralizado; prestaron oídos para intentar descifrar aquel idioma que no era el mismo que la guía empleaba para dirigirse a ellos, les era ininteligible y, sin embargo, había palabras que conservaban cierta similitud con el que ellos hablaban; conclusión: la catedral hablaba también, tenía su  propio lenguaje, muy personal, eso sí, el propio de sus comienzos y que apenas había evolucionado, pese a la gran afluencia de visitantes que allí entraban. La guía dio unas ligeras palmaditas para movilizar al grupo y agilizarlo de su parálisis; no se movían, habían llegado a un punto de desorientación; las palabras habían hecho mella en sus mentes; pasado y presente se entrelazaban, había algo de extraño en la comunicación oral que les dejaba levitando en un espacio atemporal. Al comprobar el estado de alelamiento en el que habían entrado, la guía dio otra vez unas palmaditas, éstas un poco más estruendosas para ver si salían de su letargo…no había manera; descartó las palmaditas y decidió entregarse de lleno a un zapateado: tacatacatacatacatááá…tacatacatacatacatááá…otra vez: tacatacatacatacatacatacatacatacatacatááááááááá´…otra vez: tacatacatacatacatacatacatacatacatacatacáááááááááááááááááááááááááááááááá…; al fin había conseguido que esa “a” larga los hiciese volver en sí. Era consciente de que el “tacataca” no había servido para nada, el secreto se encontraba en la “a” larga. Se reprochó el haber recurrido a semejante artimaña, tal vez su comportamiento no había sido el más adecuado para tan sagrado lugar, pero hay momentos en que la razón se ve cubierta por una ceguera que impide analizar los acontecimientos con la suficiente claridad, ¡quién no ha perdido alguna vez los papeles!. El coro susurró: “Liebe den Frühling der jung ist jedes Jahr!” Ama a la primavera que rejuvenece cada año. Al oír el verbo rejuvenecer, todos los turistas se pusieron en marcha, la primavera les había dado energías para continuar. La pareja que se hallaba un poco distante, sin querer, se aproximó y se unió al cortejo, casi caminaban uno junto a otro. Se acercaban al altar mayor poco a poco, poco a poco, poco a poco, peco a pocu, peco a pocu, peco a pocu, peu a pocu, peu a pocu, peu a pocu, peu à peu, peu à peu, peu à peu…y llegaron. El altar mayor se ofrecía ante sus ojos imponente, era una labor encomiable lo que allí había llevado a cabo el artista: se representaba un juicio final y la guía con todo el esmero del mundo se explayaba a sus anchas dando detalles de cómo el artista había hecho tal o cual figura relevante y lo que cada una de sus secuencias mostraba con relación al conjunto en general; después de tan detallada explicación y de haber entendido por completo su significado, sus almas se encogieron y en sus oídos retumbaba un sonido acusador de trompetas, era como si fuesen llamados a asistir a un juicio parecido e instintivamente se reagruparon para sentirse más protegidos. “L’homme solitude” y “la femme solitude” habían llegado a un punto de contigüidad, no se tocaban, los separaba un centímetro, aquella distancia era abismal, equivalía a la distancia que cada uno había recorrido desde su origen hasta aquel lugar, estaban a punto de rozarse, pero aún no había llegado el momento; se miraron y se defendieron de la amenaza de aquellas trompetas, su proximidad los protegía ante cualquier peligro y contemplaron el retablo como obra de arte libre de cualquier otro significado. Un grupo de estudiantes pululaba por allí también, atentos a las explicaciones que les daba un profesor; en sus rostros se adivinaba una ausencia mental absoluta, su presencia representaba el significado de una obligación, nada más; el interés se manifestaba en el empeño del profesor con sus explicaciones, pero éstas caían en saco roto y ellos por respeto o por miedo ante una reprimenda, no se atrevían a comunicarle que todo aquello les resbalaba y arrastraban los pies que soportaban un cuerpo cargado de una indiferencia e ignorancia absolutas. El coro se recuperó después de tan patética y apocalíptica visión y susurró: “Liebst du um Schätze, o nicht mich liebe!” Amas por tesoros, entonces no me ames. Aquel hombre y aquella mujer juguetearon con sus dedos y se tocaron, buscaban tesoros entre ellos y no los hallaron, sus dedos estaban libres de anillos o de ataduras que eran lo que podían significar; las gabardinas que cubrían sus cuerpos habían perdido ese aspecto hermético y ligeramente desabrochadas caían en perpendicular de lo alto a lo bajo de sus cuerpos dándoles un aire a dos columnas semejantes a las de la catedral; sintieron frío y tremaron, se miraron y descubrieron que “los tesoros estaban en el destello de sus ojos”…¡cursi, muy cursi! Desde el altar mayor se percibía una panorámica completa de la catedral: su altura, sus vidrieras, sus naves tan espaciosas, todo un mundo se conservaba intacto allí, un mundo ancestral completamente diferente al de donde ellos provenían; se recrearon en aquella contemplación y cada uno de los miembros de aquel grupo se apartó unos pasos de su compañero de visita, había que aislarse, refugiarse en sí mismo y reflexionar; había que comparar el mundo propio con el que allí se ofrecía y la conclusión era que nada tenía que ver uno con otro; se diría que eran opuestos; todos eran conscientes de que no podían abandonar el mundo al que pertenecían porque era abandonar su yo presente, su realidad, su justificante de existencia, y sin embargo, en el fondo anhelaban una parte de aquél en el que estaban, sobre todo, aquel frío que tan hondamente les había calado; aquel frío poseía esa espiritualidad que muchos de ellos nunca habían experimentado, algo nuevo que les hacía ver las cosas desde otra perspectiva y creaba una armonía entre el mundo externo y el propio, y todos tuvieron esa misma sensación, aunque sin confesarlo, porque sentían esa vergüenza adulta a exteriorizar los impulsos del alma. Era ridícula su actitud: se lanzaban miradas esquivas y cada uno se despistaba con un movimiento de cabeza tendente a la indiferencia, miraban para todos lados porque sabían que si fijaban sus ojos en los de cualquier compañero descubrirían sus secretos y se desnudarían ante un desconocido; se encontraban perdidos ante aquella nueva faceta y al mismo tiempo orgullosos de comprobar que eran receptivos ante los caprichos misteriosos de la existencia. De la pareja se diría que existía en un plano vegetativo, o sea, vegetaba porque tanto él como ella estaban en Babia, en Babia, en Babia, en Babia, en Babio, en Babio, en Babio, en Babio, en Bobio, en Bobio, en Bobio, en Bobio, en Bobo, en Bobo, e Bobo n, e Bobo n, e Bobo n, e Bobo n, e Bobos, Bobos, Bobos, Bobos, Bobos, en dos palabras: ¡estaban bobos! Y el coro al unísono susurró: “Liebe der Meerfrau, sie hat viel Perlen klar!” Ama a la sirena con sus muchas perlas luminosas. Todos salieron de su reflexión, todos miraron hacia atrás sin saber el motivo viéndose reflejados en un espejo imaginario, no se reconocieron en él, aunque su yo físico era el mismo, su yo interno había cambiado, su yo=hoy, era distinto de su yo=ayer. Sobre el ara del altar y sin tocar la superficie, flotaba la figura de un hombre con los brazos extendidos en forma de cruz; penetrando en su contemplación se percibía el origen del material al cual había recurrido el artista para tallar aquella imagen: sencillamente habían sido dos maderas, dos pequeños troncos, troncos procedentes de unos árboles, tal vez crecidos en un bosque y muy enraizados en la tierra; en las profundidades del subsuelo yacía el origen primario de aquel material que gracias a un don de un artista desconocido había sabiamente esculpido aquella figura: cabeza, cuerpo y extremidades inferiores eran de una misma pieza: un tronco; una rigidez grisácea era la nota predominante de aquel cuerpo o intento de cuerpo; pequeñas incisiones y angulosidades se adentraban en la madera para diferenciar las partes corpóreas de aquel “hombre palo”; de su rostro sobresalían unos enormes ojos almendrados como si quisiesen hipnotizar al mundo; en su cuerpo se insinuaban unas costillas y una pequeña hendidura en el costado derecho; las piernas y pies se dejaban caer llevados por unos dedos desproporcionados y tirantes atraídos por el peso de una perpendicularidad para mantener la rigidez y cierto toque de hieratismo; de las extremidades superiores, se disparaban dos brazos de un tronco con la clara intención de sobrepasar los límites de la cruz a la cual toda la figura estaba sujeta. Huidos de aquel juicio final la vista se posaba obligatoriamente sobre aquel “hombre palo” y surgían unas interrogantes en cuyo interior reinaba el vacío; no había palabras para rellenar aquel hueco. Se miran intentando averiguar en el rostro ajeno alguna interpretación a aquella figura y, al no hallar respuesta para esa supuesta pregunta, se encogen de hombros y ante esta contracción automáticamente sus brazos se van elevando adquiriendo forma de cruz; se vuelven a mirar ante la reacción asombrosa que ha tomado su cuerpo y acto seguido clavan sus ojos en el “hombre palo”. Él está clavado. No habla. No emite palabras. Su mirada hipnotiza al mundo. ¿Por qué ellos están con los brazos extendidos en forma de cruz? Todos han sido empujados por una mano oculta a un cruce de caminos, han portado una cruz invisible a lo largo del tiempo y ahora se han manifestado en la extensión de sus brazos; procedentes de diferentes lugares de aquel continente han cruzado sus destinos allí; debajo de sus pies también existe una gran cruz: la planta de la catedral aún conserva cierto trazado primitivo y todos se encuentran ante aquel “hombre-palo-cruz” ante aquel “ser-materia-forma”. “L’homme solitude” y “la femme solitude”, de repente, y sin querer porque los impulsos humanos desechan los razonamientos, se encontraron frente a frente ante el “hombre palo” con los brazos en forma de cruz como él. Ellos una vez que lo hubieron contemplado y fijado sus ojos en los de él, deslizaron la mirada hacia su costado derecho y movidos por un resorte se dieron media vuelta y se situaron uno frente a otro, con sus brazos en cruz, se aproximaron paso a paso clavándose la mirada, atravesándose el costado con el deseo, saciando su sed de soledad, temblando ante el frío espiritual y sus brazos perdieron rigidez moldeándose para dar un abrazo eterno. Se abrazaron. Comprobaron que encajaban y reconocieron que eran dos piezas de un rompecabezas de un universo infinito, dos palos flotando en un espacio que por una fuerza desconocida se habían cruzado en un camino solitario procedente de la nada y que conducía hacia la nada. Escudriñaron sus respectivos rostros para aprenderse de memoria, para no olvidarse, para amarse en la distancia y al pensar en ésta se besaron y no se dijeron nada, pero el beso contenía palabras de amor y exclamó: “Liebst du um Liebe, o ja mich liebe!” “Liebe mich immer, dich lieb’ ich immer, immerdar!” Amas por amor, entonces ¡ámame! Ámame siempre, pues yo te amaré por toda la eternidad. Había terminado la visita, el destino había cumplido su capricho y con el mismo interés que había promovido aquel encuentro, con el mismo interés lo había desconvocado. Los turistas sabían que había llegado la hora de regresar a sus países de origen; se despidieron de la guía y a continuación cada uno hizo una sinopsis de lo que había vivido: para el recuerdo la catedral y todo su potencial interno, el encuentro con aquellas otras gentes procedentes de aquel continente llamado Europa; para la vista, gusto, olfato y tacto el abrazo y el beso de “l’homme solitude” y de “la femme solitude” y para el oído el susurro del coro. La pareja se dio la mano y se dirigió hasta la salida de la catedral seguida por sus compañeros de visita, una vez en la puerta ambos se despidieron levantando los brazos en forma de cruz y susurrando:

(16) Mahler - Liebst du um Schönheit - YouTube

Liebst du um Schönheit, o nicht mich liebe!

Liebe die Sonne, sie trägt ein goldnes Haar!

Liebst du um Jugend, o nicht mich liebe!

Liebe den Frühling, der jung ist jedes Jahr!

Liebst du um Schätze, o nicht mich liebe!

Liebe der Meerfrau, sie hat viel Perlen klar!

Liebst du um Liebe, o ja mich liebe!

Liebe mich immer, dich lieb’ ich immer, immerdar!

 

Amas por la belleza, entonces ¡no me ames!

Ama al sol con sus cabellos dorados.

Amas por la juventud, entonces ¡no me ames!

Ama a la primavera que rejuvenece cada año.

Amas por tesoros, entonces ¡no me ames!

Ama a la sirena con sus muchas perlas luminosas.

Amas por amor, entonces ¡ámame!

Ámame siempre, pues yo te amaré por toda la eternidad.

 

                               Liebst du um Schönheit

                               Friedrich Rückert-G. Mahler.

 

lunes, 18 de marzo de 2024

VIVO EN MI CANCIÓN




 Cuadros:

“Autorretrato” (1628), Rembrandt van Rjin.

“Desnudo de hombre sentado” (autorretrato), Egon Schiele.

“Cristo muerto sostenido por un ángel”, Antonello de Messina.


Hiob 49-Stephan R. Warnemünde

 

Ich bin der Welt abhanden gekommen, estoy perdido para el mundo, lo he abandonado por voluntad propia, nadie me ha obligado a tomar esta decisión; hacía mucho tiempo que mi mente maquinaba esta desvinculación, pero eran tantos los impedimentos que me sujetaban a mi vida anterior que llegó un momento en el que me dije: hasta aquí llegué; al principio, cuando la idea estaba en ciernes y siempre muy bien acogida desde sus orígenes, temía a no atreverme a dar el paso definitivo hacia una ruptura; me veía muy vinculado a mi mundo, a desdeñar todo aquello que con tanto esfuerzo me había costado sudor y lágrimas; había creado todo un imperio industrial al cual me agarraba porque al tenerlo entre mis manos, al poderlo manejar, el sentido de posesión enardecía mi orgullo, por eso había que tomar con cautela aquella idea, sopesarla, no fuera a ser un desacierto caprichoso que más tarde tuviera que lamentar; desde un principio en mi fuero de la conciencia sabía que no iba a errar, no obstante me di algún tiempo para que éste tanteara tal decisión; a decir verdad fue de lo más sencillo dar el paso, además, me quedé tan pancho. Mi vida anterior se había complicado hasta tal extremo que mis resoluciones no sólo dependían de mí sino de un gran número de consejeros, organismos, técnicas de marketing, modernidades que se me escapaban de las manos y de la mente, aparte de la edad, ya no me veía capacitado para dirigir el tinglado que, sin querer, había surgido de una pequeña industria sin ánimo de grandes expectativas hasta convertirse en la mastodóntica maraña industrial que es hoy en día; se lo he dejado todo a mis hijos, ellos son los que se encargan de dirigirla y por lo que observo lo están haciendo bien, diría que muy bien. Yo soy un hombre de origen humilde, no me las doy de víctima, pero es verdad; de pequeño tuve una preparación muy elemental, tampoco fui un buen alumno, los estudios que adquirí fueron a base de renquear con la mayor parte de las asignaturas en las que, a no ser por el empuje de mis padres, no habría logrado ni un mínimo nivel aceptable. En una palabra: no estaba hecho para los libros, sino para el trabajo; mis hermanos y yo (éramos cuatro varones) salimos adelante gracias a una entrega encomiable por parte de padre y madre, si bien en nuestra familia la economía siempre se mantenía en mínimos, el espíritu de superación sobresalía ante cualquier iniciativa de prosperidad; ninguno de los cuatro hermanos logramos estudios universitarios, el trabajo era nuestra esperanza de vida y con gran tesón todos nos hicimos un hueco en una sociedad exigente que demandaba sacrificio sobre todo para aquél que partía de cero…Ahora que lo pienso el cero nunca me ha abandonado: partí de cero y al cero me dirijo, lo llevo conmigo desde el principio hasta el final, ¿cero con “c” o con “z”? Ahora que lo pronuncio me suena a nota, no a una nota musical, era a la nota escolar que un profesor de matemáticas me concedía en mi época infantil ante el rotundo fracaso de un examen; en voz alta leía las calificaciones: primero era el nombre del alumno, había un silencio y a continuación envuelto en rabia escupía un número: “cero”, nunca lo admití con “c”, siempre pensé que me merecía un cero, pero con “z”:”zero”; ¡cuántos números, cifras millonarias no habré ocasionado con mi entramado industrial!; mis aspiraciones nunca habían sido exorbitantes, quería abrirme camino en la vida creando una empresa familiar para poder llevar una existencia digna tanto para mí como para mi familia, pero no sé cómo el destino o la suerte, tal vez, se extralimitaron conmigo llegando a alcanzar cotas insospechadas de poder y riqueza que en ningún momento tenían hueco en mi mente; en los escasos instantes que mi vida tan atareada concedía a la reflexión, yo mismo me asustaba del potencial adquisitivo que había logrado, rodeándome de un mundo que me parecía impropio de un ser humano debido al exceso, llegando a veces al agobio y al asqueamiento, pero nunca dije nada a mi entorno: veía a mi esposa e hijos contentos, pues a callar, a callar, a callar, a callar…y de tanto callar se fue enquistando una obsesión declinante, de abandono, de saber con certeza que llegaría un día en que pronunciaría unas palabras mágicas: “ ahí os queda todo”, pero ese día aún no estaba fijado, la edad y la experiencia lo marcarían con sencillez, sin pompa, y así es como fue. Mit der ich sonst viele Zeit verdorben, en el que sin embargo malgasté mucho tiempo. No sé por qué le estoy hablando a esta grabadora desde hace un momento, hace tiempo que no hablo, aunque haya abandonado el mundo eso no significa que no desee hablar; ya me he acostumbrado a estar en silencio, ya no me va el hablar por hablar, el hablar para dar órdenes, para dirigir; sin querer y a medida que iba entrando en años he ido cediendo en el cargo de presidente y dando paso a mis hijos que son ahora quienes manejan “el imperio”, me he ido quedando callado porque ya advertía que mi voz, que proyectaba mis ideas, carecía del potencial, del arranque que en un principio poseía, me daba cuenta de que debía transferir a otras voces la mía y casi no hablaba porque no tenía interlocutor; ahora estoy en situación parecida, de esta grabadora sé que no voy a obtener ninguna oposición ante los pareceres que yo exprese; como buena máquina, fiel a los dictámenes de su diseñador, conservará mi habla y en ésta mis últimas palabras, mis sentimientos y ¡cómo no! mi canción. Otra de las grandes sorpresas que me ha dado la vida ahora es la afición a cantar, jamás en mis largos años de existencia había experimentado tal necesidad, porque es una necesidad; supe y sé que siempre he cantado terriblemente mal y lo sigo haciendo, pero me da igual, soy consciente de que  me sienta bien, me tranquiliza; el cantar equilibra mi mundo pasado, presente y futuro: amaina el ímpetu de mi juventud si algo queda, la realidad se muestra tal como es y cubrirá unas carencias futuras propias de la edad avanzada. No me importa si alguien escucha esta grabación en algún tiempo posterior, simplemente estoy hablando y acreditando un momento actual y real de mi vida, no es una confesión tampoco, sencillamente hablo de mí  en mi presente realidad… Vivo en esta pequeña casa rodeada de bosques, la compré hace mucho tiempo cuando aquel hombre emprendedor que yo fui empezaba a adquirir ganancias con sus primeros éxitos empresariales, esto fue mucho antes de que todo se desbocara, mi esposa y yo la habíamos comprado con la idea de pasar fines de semana o algunos días de asueto con nuestros hijos, pero ni la pisamos, surgió la marabunta, aquel emprendedor que se conformaba con la sencillez de logros insignificantes se vio arrastrado por un tinglado empresarial que crecía como la espuma, las pequeñas ilusiones se magnificaron y su esencia primigenia quedó relegada al olvido…Echo tanto de menos a mi esposa Guisande. Estuve tan enamorado de ella y lo sigo estando a pesar de su ausencia. Su fallecimiento hace cinco años me dejo extraviado, con un enorme vacío, ya que lo llenaba todo, su sensibilidad era tan exquisita que aquello que tocaba o decía lo insuflaba con su impronta tan personal, algo muy innato en ella; durante estos cinco años he pensado mucho en nuestra relación; en mis años mozos reconozco que fui un poco cabra loca y algo picaflor, contemplaba la vida en toda su amplitud y esa euforia juvenil y vital me incitaba a poder abarcarlo todo, a desearlo todo e ignoraba lo que era la renuncia; durante este tiempo su ausencia me ha convertido en un hombre más reflexivo y su añoranza no ha sido tan dolorosa porque he aprendido a valorar todo lo que Guisande me aportó; últimamente hay un verbo que asedia mi mente, que surge cuando evoco su recuerdo y es el verbo “pulir”, reconozco que ella me pulió, pulió a aquel hombre que estaba hecho para el trabajo, para lo material, que ignoraba que detrás de toda superficie hay una esencia espiritual que hay que sacar a la luz; a no ser por su sensibilidad seguiría siendo un pobre hombre rico y me habría perdido el gran descubrimiento que enardece el espíritu humano: el arte. Guisande fue la que creó nuestra colección de arte, ni por asomo se me habría ocurrido convertirme en coleccionista, pero el dinero abundaba, había que invertirlo, aunque no creo que éste fuera el móvil principal; era su naturaleza lo que la empujaba a rodearse de lo bello, su sensibilidad se proyectaba hacia un equilibrio con la belleza impuesta por unos cánones sin rechazar el lado oscuro que ésta pueda manifestar; era muy consciente de la época que le había tocado vivir, si al principio nuestras adquisiciones se basaban en obras clásicas, pronto se vieron alteradas con pintura moderna; sabía que eran tiempos convulsos, por lo tanto el arte estaba con ellos, necesitaba adquirir algunas de aquellas pinturas que atestiguasen momentos en los que ella había estado presente, su esfuerzo por mantener en la colección una estética externa sin menospreciar los atrevimientos del arte moderno era muy laudable. Sie hat so lange nichts von mir vernommen, sie mag wohl glauben, ich sei gestorben! ¡Hace tanto que no se habla de mí, que bien puede parecer que estoy muerto!. ¿Cómo descubrí mi canción? Indudablemente a no ser por Guisande, yo, por  mis conocimientos personales me habría sido imposible; hace tiempo vino a buscarme a mis “cuarteles generales” y me dijo que la acompañara, no insinuó el motivo, estaba muy ocupado, pero me lo pidió de tal forma que no pude negarme, delegué en otros mis tareas y  me fui con ella; era una noche de invierno y a pesar del frío fuimos caminando, ambos íbamos muy abrigados y sin embargo sentí la necesidad de cogerla del brazo, de atraerla hacia mí y de formar una única unidad corpórea; durante el trayecto ni por un momento me cuestioné dónde se hallaba nuestra meta, tampoco nos hablamos, rodeados por aquel aire gélido nos mirábamos y sentí que me daba lo mismo el fin que nos aguardaba porque con ella me iría al fin del mundo, ya no era aquel superhombre que los demás veían en mí, era un simple hombre en el que afloraban unos sentimientos de lo más sencillo y conducidos por ella me llenaban de felicidad; y llegamos donde teníamos que llegar, donde Guisande quería llegar, adonde yo no sabía llegar: una sala de conciertos; me dejé llevar por ella porque desconocía el protocolo de un lugar frecuentado por las emociones; mi mundo, o al menos eso era lo que creía, pertenecía a lo material, a lo tangible; las emociones pululaban por un plano superior al cual solamente unos cuantos privilegiados tenían acceso, yo me excluía de ellos y era por ignorancia porque a la larga y gracias a Guisande, descubrí que también tenía un hueco, que detrás de una fachada de prepotencia existía una sensibilidad capaz de experimentar alteraciones anímicas y espirituales innatas en todo ser humano; dejamos nuestros abrigos en el guardarropa, nos entregaron unos programas de mano y tomamos asiento, la sala estaba abarrotada de público, me encontraba como un pez fuera del agua, pero llegó un momento en que sólo tenía ojos para Guisande y el escenario; de repente todo lo que me rodeaba pasó a un segundo plano y la música comenzó; he de decir que al principio me costó mucho entrar en aquel mundo de armonías, me encontraba perdido entre aquellas sonoridades a las que no estaba acostumbrado; a medida que la música seguía su curso me di cuenta de que aquello era otro mundo, el programa que estaban interpretando me era desconocido, eran canciones ejecutadas por un cantante acompañado de orquesta; no era muy entendido, pero lo que allí se interpretaba me llegaba al corazón; no sé lo que me pasó con una de aquellas canciones que me quedé paralizado, me sorprendió de tal manera que era como si llegase a descubrir algo que llevaba tiempo buscando, me sentí desorientado y alcancé la mano de Guisande, estaba como hipnotizada con aquella música, me miró y me sonrió y en su rostro leí una confirmación como diciéndome: aquí tienes tu canción; acepté la idea rápidamente por su brillantez y mi instinto de posesión se agazapó sobre ella, pero al mismo tiempo algo en mi interior me retuvo convenciéndome de que no estaba en mi mundo material donde todo se compra y todo se vende, tendría que conformarme con escucharla y sobre todo con sentirla; desde aquel entonces ha permanecido callada, a la espera de que yo pudiera prestarle atención, de tener el tiempo suficiente para entregarme a ella y ahora, mi momento actual es el idóneo para disfrutarla…sigo preguntándome por qué le hablo a esta grabadora, tal vez porque motiva mi discurso, mi monólogo ¡quién me iba a decir que terminaría hablando solo! ¡Quién me iba a decir que terminaría viviendo solo sin estar rodeado por una corte de aduladores pululando por mi entorno casi las veinticuatro horas del día! ¡Quién me iba a decir que después de haber amasado una fortuna me iba a quedar únicamente con una canción y tres cuadros! ¡Quién me iba a decir que después de vivir en mansiones mi refugio, mi mirada, iba a ser esta pequeña casa rodeada de bosques adquirida por unas ganancias en ciernes que apenas pude disfrutar y que es ahora en mi madurez, más bien diría en mi vejez, cuando le saco partido! ¡Quién  me iba a decir que quedé del asfalto hasta la coronilla y que ahora me paseo por estos bosques como Perico por su casa gozando de la naturaleza durante las diferentes estaciones del año!. Ahora tengo tiempo para todo, no hago grandes cosas, pero me doy cuenta de que soy muy receptivo con los pequeños instantes del día, soy muy consciente de ellos, los saboreo y encuentro que hay vida, que mi vida no sólo estaba formada por la toma de grandes decisiones que, con sus preocupaciones, me alejaban de una pausada reflexión; creo que el auténtico yo se encuentra en mi primera etapa de vida, es decir, mi infancia y mi juventud, porque actuaba tal y como era: no tenía nada que perder, y ahora, porque no tengo nada que ganar, enfoco mi vida y puedo hablar de ella con toda claridad, con la objetividad que me proporciona el tiempo y al no haber intereses de por medio: al pan, pan y al vino, vino; y hablando de vino me apetece una copa, se me seca la boca y es de hablar ¡ojalá lo compartiera con alguien! Aunque siempre puedo brindar por la salud de un futuro oyente; mi otra etapa, la de madurez, la del desenfreno, la del enriquecimiento, la del poderío, la del pudrimiento también…la del pudrerío…creo que me estoy inventando esta palabra, ¿irán ligados ambos conceptos? En muchos casos sí, pero prefiero callarme, pues esa etapa, que ha ocupado la mayor parte de mi existencia, la considero como la del fingimiento, la de la anulación del ser humano en aras del éxito, arrasando con todo lo que se interponía, ciego por llegar a la meta y saciar una sed en un desierto al cual había sido convocado y sin saber quién me había reclamado, ¿mi destino? Quizá; contemplando ese pasado reciente y desde la serenidad que ahora poseo, reconozco que he cometido errores que debería haber enmendado en su momento, que ahora ya no hay remedio, sólo puedo mirar hacia atrás con cierto arrepentimiento, pero sin la efectividad que éste habría causado entonces; a mis hijos les deseo lo mejor, espero que hayan aprendido de los fallos de su padre, en sus manos deposité todo mi “imperio”, que sepan gestionarlo en un mundo tan convulso y que un rayo de humanidad destelle siempre en sus decisiones, se lo dice su padre desde la distancia, desde la experiencia y que si zozobran en algún momento, mantengan el equilibrio y si no es posible, la caída también va implícita en la dignidad humana. Es ist mir auch gar nichts daran gelegen, ob sie mich für gestorben hält, no me importa mucho si paso por muerto; la muerte no me preocupa, es cierto que en algún momento la temía porque creía que todavía no había cumplido con las expectativas de vida que me había marcado; cuando a veces me asedian los miedos, por mucho que me envalentone y convencido de que los había superado, sucumbo ante ellos convirtiéndome en un ser muy frágil y recurro rápidamente a mi canción, me voy a mi dormitorio y contemplo mi “ Cristo muerto” que está situado a los pies de mi cama, canto en voz muy baja y vuelvo la mirada hacia la cabecera donde se encuentra mi “autorretrato” de cuando era joven, poco a poco mi mundo interior se va recomponiendo: con mi pasado a la cabecera, mi yo presente reparándose y mi futuro a los pies, es una conjunción contemplativa de toda una vida armonizada por el susurro de mi canción. Ahora que ha pasado el tiempo reconozco la deuda enorme que tengo aún pendiente con Guisande, ahora me doy cuenta de que me ha dejado preparado para mi limitado futuro, para vivir en soledad, para no sentirme solo acompañado por sus aportaciones espirituales: su amor por la música, por el arte…creo que sentía amor por todo aquello que ennobleciera a cualquier ser cediéndolo desinteresadamente para que los demás pudieran también disfrutar y al mismo tiempo compartir con ella esas elevadas emociones que en común se sienten. Cuando tomé la decisión de abandonar mi mundo, fue una decisión en el sentido más amplio de la palabra, no sólo abandonaba lugares, amistades, costumbres…sino también mis posesiones más materiales y monetarias, ésas de las que el ser humano no se desprende ni hasta en el mismísimo lecho de muerte; cuando dije: “ahí os queda todo” es que allí quedaba todo, bueno, con una pequeña excepción que era mínima ante el enorme capital acumulado; de lo inmaterial me traje mi canción y de lo material tres cuadros pertenecientes a la colección de pintura que Guisande tan inteligentemente había creado y me los traje para esta casa, convivo con ellos, me hacen compañía y en ellos está plasmada en pintura mi biografía; alguien en algún momento me había insinuado y animado a que escribiera mi autobiografía: la vida de un hombre surgido de la nada; ni ayudado ni por propia iniciativa se me hubiese ocurrido plasmar por escrito mi existencia, nunca fui un hombre de letras por lo tanto: zapatero a tus zapatos; yo nunca adquirí esas pinturas, fue ella, Guisande, la encargada de incorporarlas a la colección, fueron de su gusto y del mío también, por qué negarlo, pero nunca encontré un paralelismo entre las tres hasta muy tarde, a medida que pasaba el tiempo había como una narración secreta entre ellas que podría dar paso a la descripción de una vida, de mi vida; a fuerza de contemplarlas en mis escasos ratos de ocio, empezó a existir una identificación subliminal en un principio que poco a poco se fue convirtiendo en un reconocimiento patente de mi persona en aquellas imágenes; por instinto surgió en mí el afán de posesión, pero ya las poseía; pronto reconocí aquel impulso, el mismo que había experimentado en su momento con mi canción y humildemente admití que el secreto no radicaba en la posesión sino en la contemplación; a medida que aquella idea de abandonarlo todo se afianzaba en mi mente, aquellas pinturas, no sé cómo, adquirieron ya un sentido narrativo en el cual mi vida se plasmaba en imágenes y no en palabras, ¡qué mejor síntesis de mi vida que aquellos cuadros!; sobre esto nunca manifesté mi parecer personal, era tan íntimo que no me pareció oportuno darlo a conocer, aunque Guisande sospechaba algo, lo sé, y sin embargo, un profundo silencio cubrió mi particular explicación sobre la simbiosis de aquellas imágenes…esta grabadora es la que desvelará el misterio, si lo hay, a alguien que sienta curiosidad; y hay un tercer cuadro que está colgado en la sala, es más grande y también el más impactante: es el desnudo de un hombre sentado, el que yo sitúo en el periodo intermedio de mi vida, digamos el que representa mi vida activa, productiva, laboral y…enloquecida; ese cuerpo febril, ese ardor por salirse del cuadro y asir los placeres terrenales, comerse el mundo, abrazándolos, ocultando el rostro porque no es necesario mostrarlo debido a la ceguera, solamente basta el cuerpo de líneas cortantes para resquebrajar espacios, para abrirse camino ante las dificultades…así me vi yo y me veo en mi época de esplendor…un hombre de pretensiones muy normales arrastrado por un torbellino de circunstancias favorables a una cima inesperada para mí. No echo de menos mi vida anterior después de haberme despojado de tanta inutilidad, me siento liberado y aliviado de una carga cuyo sobrepeso ya a mi edad no soportaba, ¿qué hago ahora? Pues una vez pasadas las prisas, los agobios, los insomnios causados por las responsabilidades…prácticamente puedo decir que no hago nada, nada de lo que hacía con anterioridad, nada lucrativo de donde se sacara una productividad económica, ahora me dedico a la reflexión, a la contemplación, a analizar lo que antes no podía por falta de tiempo o por falta de ganas debido al agotamiento; creo que es un lujo, aunque alguien piense que es una pérdida de tiempo, ¡allá cada cual! , por primera vez tengo la oportunidad de darme cuenta de que vivo, de disfrutar de mis escasas posesiones y de mis múltiples reflexiones y observaciones. Cuando paseo por estos bosques contemplo la cambiante naturaleza con el paso de las estaciones, y canto, y canto  mi canción en voz muy baja, no quiero molestar el gorjeo de los pájaros ni el roce de las hojas agitadas por un aire ligero, ¡hay tanta sutileza en esos sonidos! Y entre ellos también incluyo mi canción; me siento bien en este entorno y sobre todo paz y silencio, de los que siempre anduve escaso durante parte de mi vida; hoy en día, ésta se encuentra llena de rutina, lo sé, pero al menos noto que respiro, que dispongo de tiempo para valorar una existencia que daba por asumida y no requería atención; cuando camino capto el crujir de las hojas secas bajo mis pies que mullen mis pasos, palpo los troncos de los árboles que encuentro en mis caminatas y en ellos su rugosidad, su aspereza o la etérea suavidad que me transmiten…y así me eternizaría contando mis pequeños descubrimientos que para mí tienen tanta importancia como cualquier logro de mi etapa anterior. Nunca olvidaré el día en el que reuní a mis hijos para darles la gran noticia: “ahí os queda todo”, el silencio se tiñó de sorpresa, sus rostros quedaron perplejos y hubo un rápido intento para que sopesara mi decisión, pero en seguida observaron en mi rostro que no iba a revocar; una vez asumida la noticia, les comuniqué que lo único que me iba a llevar eran tres cuadros, no se opusieron en absoluto, de hecho ellos se ofrecieron a su transporte y aquí me los trajeron. Ich kann auch gar nichts sagen dagegen, denn wirklich bin ich gestorben, gestorben der Welt, de ningún modo puedo además decir nada en contra, pues realmente estoy muerto para el mundo. Los coloqué instintivamente, después observé que estaban en el lugar idóneo: el pequeño autorretrato que me mira desde la cabecera de la cama está en penumbra, pero esa mancha de luz que destaca en parte de su mejilla y cuello es como el inicio del alba que más tarde iluminará todo el rostro con su claridad dejando atrás una juventud que despuntará hacia la madurez; lo contemplo y me contempla y casi no me reconozco porque ha transcurrido tanto tiempo que éste parece haber difuminado un pasado remoto que, sin embargo, aunque parezca mentira, permanece en mí; aún conservo algo de aquel joven que se interesa por la vida, por conocer, por descubrir aspectos de una existencia en donde la curiosidad se encuentra a sus anchas, si bien con cierto sosiego y con las pautas que impone la edad adulta; y a los pies de mi cama cuelga ese Cristo muerto, augura un futuro en el cual nunca había pensado detenidamente, me parecía lejano debido a la vida tan atareada que había llevado, ni un momento de reflexión dedicado a un final que portaba conmigo desde mi nacimiento; cuando despierto contemplo ambas pinturas e ingenuamente pienso que forman parte de mi cabeza y pies, me levanto y me dirijo a la sala y allí cuelga el otro cuadro, la parte que faltaba para contemplar mi rompecabezas y de esa situación siempre surgen unas preguntas: ¿por qué a veces me siento tan simple y otras tan complicado? ¿por qué a veces me siento tan quebradizo y otras tan, tan, tan…robustecido? ¿qué me ha enseñado la vida? ¿a cantar, tal vez? Ojalá, canto mi canción y hasta para eso lo hago mal; tengo la sensación de que nunca he aprendido nada correctamente, perfectamente, de que el azar ha movido mi vida a su capricho y cuando ponía empeño en conseguir cierta perfección, éste me sacudía y me apartaba de mis buenas intenciones; en fin, canto lo mejor que puedo, que para mí en este campo ya es un auténtico logro, canto para mis adentros y si me siento inspirado, cuando paseo por los bosques, también animo el ambiente, aporto mi granito de arena, claro está, no me puedo comparar con el canto de los pájaros…y un secreto, cuando estoy tan motivado, hasta me abrazo a los árboles porque necesito abrazarlos, porque necesito abrazar a alguien, porque a quien abrazaba ya no está, porque necesito ahuyentar de mi interior la sensación de soledad y sé que ellos me entienden porque en su silencio mi canción crece, se hace importante y yo también a pesar de la mala interpretación…muy poco más tengo que contar a esta grabadora, mi mundo se ha reducido por voluntad propia, de aquel potentado ya sólo queda su sombra y me basta, por lo tanto debo concluir mi canción antes de apagar este artilugio: Ich bin gestorben dem Weltgetümmel und ruh’ in einem stillen Gebiet! Ich leb’ allein in meinem Himmel, in meinem Lieben, in meinem Lieben, in meinem Lied, estoy muerto para el tumulto del mundo y reposo en un tranquilo rincón. Vivo solitario en mi cielo, en mi amor, en mi canción…¡Clic!.Gustav Mahler - "Ich bin der Welt abhanden gekommen" (Rückert) - Fischer-Dieskau (youtube.com)

 

Ich bin der Welt abhanden gekommen,

mit der ich sonst viele Zeit verdorben;

sie hat so lange nichts von mir vernommen,

sie mag wohl glauben, ich sei gestorben!

Es ist mir auch gar nichts daran gelegen,

ob sie mich für gestorben hält.

Ich kann auch gar nichts sagen dagegen,

denn wirklich bin ich gestorben, gestorben der Welt.

Ich bin gestorben dem Weltgetümmel

und ruh’ in einem stillen Gebiet.

Ich leb’ allein in meinem Himmel,

in meinem Lieben, in meinem Lieben, in meinem Lied.

           Ich bin der Welt abhanden gekommen

                 Rückert-Lieder, G. Mahler.

 

Estoy perdido para el mundo,

en el que sin embargo malgasté mucho tiempo;

¡hace tanto que no se ha hablado de mí,

que bien puede parecer que estoy muerto!

No me importa mucho

si paso por muerto.

De ningún modo puedo además decir nada en contra,

pues realmente estoy muerto para el mundo.

Estoy muerto para el tumulto del mundo

y reposo en un tranquilo rincón.

Vivo solitario en mi cielo,

en mi amor, en mi canción.

          Traducción de Fernando Pérez Cárceles